Hace unos 50 años, los talentosos comediantes Los Polivoces encarnaron a dos personajes que hoy me ayudan a entender el acontecer político. Dicha pareja la formaban un individuo secuestrado en una urgencia apremiante, mientras que el otro vivía atrapado en una pachorra desesperante.
El apresurado se llamaba Acelerino y su obsesión permanente era “se hace tarde”. El calmado se llamaba Pasiflorino y su pregunta perenne era “¿cuál es la prisa?”. En nuestros días, exactamente así veo a los bandos contendientes para las elecciones de 2024. No cabe duda de que Los Polivoces no eran inventores, sino imitadores.
Por una parte, aparece el bando que llamaría oficialista y que representa la continuidad. Este bando se encuentra sumergido en el más estridente aceleramiento. Llevan meses bajo los reflectores de una contienda tan anticipada como nunca la habíamos visto en la historia de nuestros calendarios políticos.
Hace ya mucho tiempo que renunciaron a sus importantes cargos para competir por la Presidencia del país. Algunos hasta cometieron faltas y tuvieron que ser llamados al orden por su árbitro en jefe. Más tarde invadieron el paisaje visual con sus anuncios espectaculares, abarrotaron las noticias con sus eventos promocionales y cazaron a sus partidarios con sus encuestas preferenciales.
Desde luego, todo esto con los necesarios trucos para engañar a las leyes y a las autoridades electorales. Que no son candidatos, sino otra cosa. Que no es propaganda electoral, sino literaria. Que no la pagan ellos, sino generosos altruistas, desde luego, anónimos y desinteresados.
En sus prisas, hasta se atropellaron los unos a los otros. Las bufaladas del pasado se quedaron cortas. Las legendarias cargadas hoy parecerían discretas. Los empujones, los espinillazos y los madruguetes tienen nueva versión y adoptan nuevo estilo.
Por el otro lado, aparece el bando que llamaría oposicionista y que representa el cambio. Este bando se encuentra amorcillado en el más silencioso estancamiento. Lleva semanas en las sombras de una competencia tan retardada que da la impresión de que ni siquiera se ha iniciado, también insólita en nuestros anales políticos. No comienzo, no organizo, no convoco, no aparezco, no hago ruido. Como las debutantes decimonónicas. No, porque me da flojera. No, porque me da pena. No, porque me da miedo. No, porque me dan ñáñaras.
Es una alianza que no muestra ni a sus directivos ni a sus directrices; ni a sus liderazgos ni a sus liderados; ni a sus propósitos ni a sus proyectos. No sabemos si ya se asignaron los quehaceres, las inversiones y los riesgos, así como no sabemos si ya se repartieron las victorias, las ganancias y los privilegios.
Han sido tan crípticos que ya no sólo no sabemos si van a ganar, sino ni siquiera si van a competir. Pareciera que tienen un nuevo lema antiolímpico donde lo importante no es ganar, pero tampoco competir. Aclaro que no estoy diciendo que así estén equivocados, sino tan sólo digo que así están acompasados. No los critico, sino tan sólo los describo.
Todo político sensato y experimentado sabe que no hay una estrategia mejor que otra. En ocasiones es bueno adelantarse, mientras que, en otras, lo mejor es retrasarse. En la guerra, Roosevelt le ganó a Hitler e Isabel I le ganó a Felipe II porque ambos supieron esperar. Pero Wellington le ganó a Napoleón y Obregón le ganó a Villa porque ambos supieron adelantarse.
En la política tampoco hay reglas, Nixon perdió en 1960 porque comenzó antes y ganó en 1968 porque comenzó antes. Pero, al revés, Kennedy ganó comenzando después y Humphrey perdió porque comenzó después.
Hay caballos punteros y hay caballos cerradores. Todo depende de cada carrera. En una campaña, las propuestas deben ser tempraneras, pero los golpes deben ser retardados. Las promesas sirven en el principio y los escándalos sirven en el final.
Bien decía León Felipe que lo importante no es llegar solo y primero, sino con todos y a tiempo.
POR JOSÉ ELÍAS ROMERO APIS