Una mujer está ahí sola, recargada en una barda, espera a alguien, pienso en ese instante. Ve venir a dos muchachos que se acercan peligrosamente y puedo sentir su miedo, pero ellos pasan muy cerca, la vieron detenidamente, esperando tal vez un sesgo, un quiebre de ella, pero ella se sacude el miedo o finge hacerlo y se mueve del sitiocon tres pases laterales.
Vuelve luego a donde estaba y voltea a ver a los dos tipos que se alejan ente risas y su platica. Ella saca el celular pequeño, se enreda una mecha del cabello en en dedo índice para alisar su cairel o darle forma, se toma una selfie luego de otra.
La observo dese una vidriera donde he comprobado no se ve desde afuera. Ella espera a alguien, pues ve insistente el pequeño aparato celular y se asoma al fondo de la calle donde viene la gente. Vuelve a intentarlo y nada.
Ella busca un asiento y encuentra una banca en la plaza donde sigue su espera. La continuó mirando intrigado mientras otros pasan y la miran. La chica no es fea.
En Ia sombra que pega en esa banca resplandece su cuerpo, noto su arrogancia un poco arrepentida de sus dones. Un poco de agua hay entre ella y mis ojos que la miran desde lejos. Es belleza al descubierto en plena plaza, un poco desarmada.
De pronto ha de llegar el caballero con flores que la haga estar contenta y sustituya su especulación con la sonrisa, no lo de cierto ahora, pero puedo imaginarlo. Entonces ella lo fundirá en un abrazo y caminarán juntos hasta donde no pueda verles. Es decir hasta nunca.
Yo mismo quizás baje del estrado del mirador que construí desde que la miré solita, ella me verá y yo a ella. Ella recogerá sus bolsos y caminaremos juntos hasta perdernos sin prisa entre el tumulto de la calle Hidalgo.
Hay desde luego otros prospectos en el sitio que al pasar la observan desde lejos y ella los ve como se observa a los extraños, sin enumerarlos, desconociendo la cifra de sujetos que se pierden este bello momento.
En el fondo sin miradas, permanezco sin embargo, nada me duele, no los metros ni la luz que la refleja también en los cristales, en lo que ella se pinta los labios. Registro el movimiento, el entorno que cambia en breve tiempo, las veces que mueve los labios y parpadea como evidencia de quien espera.
De una mirada huyo y me resisto, ella voltea para todos lados esperando lo suyo, quizás tenga un niño y sea feliz con su marido, si lo tuviese. No rehuyas le digo de lejos… me digo yo mismo.
Todo evoluciona aunque el tiempo se detenga. Serenos, la plaza es la alcoba, la sábana que nos cubre, la terraza para que ella y yo veamos la luna aunque no haya. Anoto en una libreta el color de sus ojos. Sin violencia la despojo de nosotros, quedamos dos almas solitarias sin carne y sin huesos. Por lo que a mi respecta estamos solos.
En el lecho espeso del sueño de un día en el otoño, yo, el solterón empedernido casi me caso en lo que me distraigo y vuelvo. Me detiene el viento que me trajo, la voz de otras personas que se acercan. Entonces ella se alegra y de lejos veo llegar a una señora con las bolsas de la despensa, ha de ser su madre y ella esperaba su llegada, quizás la tía soltera que vive con ella, la hermana mayor, la vicina, la amiga consentida.
A petición inmensa del futuro, construyo el edificio, el cielo raso, el aplastante mundo donde vivo, suprimo el escándalo de decirlo, de repetir la ilusión que hube tenido. Escribo ahora.
No hay nadie más en la puerta de salida, de modo que salgo de este sueño del otoño, me concentro en el libro que delata mi existencia. ¡Cómo pesa todo esto de seguir despierto! Sobre mis pies, intransigente, la realidad persiste cuesta arriba, la vida vista de esa manera es de subida.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA