Mi amigo más joven que yo, anda en los cincuenta medios, compartimos el gusto por la lectura. Habíamos estado platicando acerca de un cuento, cuando de pronto con el entusiasmo e impaciencia de un niño me dijo: -¡Vota por mí! -sorprendido iba a contestar, pero ya me estaba aclarando que había un concurso, el VI Premio internacional del Olivar en España donde había inscrito a dos de sus cuentos.
Más que buscar el premio material, era medir su capacidad como escritor medirse contra otros.
Ya con el entusiasmo bajo control, y con la integridad que lo caracteriza me dijo que si me gustaban les diera mi voto y si no pues él lo entendería. Me mandó por correo electrónico las ligas para leerlos y para votar.
Los leí los dos, ambos interesantes, disfruté su lectura, pero “La buena cosecha”, movió los recuerdos más dulces de mi primera infancia, esa donde “los grandes” son protectores, te dan su amor, la casa es tu refugio y todo lo que haces es parte de un juego.
Como especie de prólogo tiene: “Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará” (2 Corintios 9:6), con esa cita dispara mi memoria.
Veo a mis tíos y mi abuelo bajando sacos con trigo, a mis tías y mi abuelita Talana sacando trigo y limpiándolo para llevarlo al molino, convertirlo en harina, que luego será transformada en tortillas de harina integral, panecillos horneados, pie de calabaza o alguna otra delicia, mi aporte era ayudar en la limpieza del trigo, frotándolo con las manos y dejándolo caer sobre una criba para que soltara parte de la cascarilla.
También cuando llegaban con mazorcas que ayudaba a desgranar, para que luego prepararan el nixtamal que llevaba al molino para convertirlo en masa y elaborar unas increíbles tortillas de maíz hechas a mano, tamales, gorditas o cualquiera de los innumerables bocadillos con que nos deleitaban. Una vez se cosecho tanto tomate, que hubo que transformarlo en salsa o ¡mermelada! y envasarla al vacío, lo que se lograba al llenar al ras los frascos antes de taparlos.
Ante mis azorados ojos, veía como “los grandes” , mostraban ser increíblemente hábiles para realizar las tareas necesarias para sacarle esa riqueza a la tierra del Bolsón de Mapimí y convertir lo cosechado en algo delicioso, que sabían hacer cosas útiles.
Todos, tanto chicos como grandes llevábamos a cabo tareas, yo lo disfrutaba enormemente, y me hacía sentir el orgullo de cooperar. No siempre fueron buenas las cosechas, hubo ocasiones en que la sequía, las plagas, la falta de fertilizante y hasta el descuido, hicieron que la tierra no produjera lo esperado, entonces la tierra se mostraba árida, polvosa reclamando atención.
Un aparente descuido de la memoria me trajo el recuerdo cuando uno de mis hijos y yo llegamos de visita a casa de mi hija, él había aprovechado la oportunidad que había tenido en el trabajo de tomar unos días, después de las largas jornadas y viajes que le había demandado su trabajo.
La casa era grande, llena de luz, bonita enclavada en lo alto, en un barrio con muchos árboles, flores, pasto bien cortado.
Me recibió mi nieta Victoria, lo primero que hizo fue recibirme con un beso y entregarme una invitación para asistir a la fiesta de cumpleaños, fue muy clara al decirme que ya era una niña grande, que ya iba a cumplir 3 años. Nos dieron la bienvenida mi hija y mi esposa, que había llegado antes que nosotros y nos indicaron que habitaciones ocuparíamos. Mi hija se disculpó pues tenía que salir a su trabajo.
Le dimos las gracias por recibirnos y le dijimos que no se preocupara por nosotros. También nos dijo que su marido llegaría en un rato más por si se nos ofrecía algo.
Después de guardar la ropa que traíamos y poner en orden algunas cosas, fui a la cocina, empezaba a anochecer y el crepúsculo embellecía la tarde, Tomé una cerveza del refrigerador y salí al porche de la casa, me senté en una mecedora que había allí.
Disfrutaba de la vista y la bebida cuando mi mujer y mi hijo salieron con Victoria por la cochera de la casa y se pusieron a jugar, Victoria era doctora. Sin duda alguna la buena semilla da buena cosecha.