Portero sin suerte no es buen portero, reza el dicho futbolero, y lo mismo podría decirse de la política.
Al presidente Andrés Manuel López Obrador se le alinearon los astros en muchos sentidos, pero las posibilidades de su sexenio se ensombrecieron con la terrible pandemia de Covid y su devastador impacto en la economía mundial. Nunca sabremos cabalmente la eficacia o el alcance que sus políticas públicas habrían tenido en un entorno “normal”.
Sus promesas de un crecimiento promedio de entre 4 y 6 por ciento anual, quedaron reducidas a 1%. Imposible resolver el debate entre los que afirman que con otros gobiernos el impacto habría sido aún peor, en particular para los sectores populares, y los que sostienen que la 4T no hizo sino agravar la situación.
No obstante, al margen de detractores o de simpatizantes, es incuestionable que el gobierno obradorista consiguió mejorar el poder adquisitivo de las grandes mayorías, un logro significativo en una sociedad tan desigual como la nuestra. Pero siempre quedará la incógnita del impacto que este giro en el timón habría tenido con un crecimiento más relevante.
Resulta una tragedia que el primer gobierno de izquierda en la historia del país haya sido “boicoteado” por el azar planetario.
En principio uno pensaría que Claudia Sheinbaum encontraría las cosas mucho mejor atadas, de llegar a la presidencia. Una segunda oportunidad para profundizar las premisas de la 4T en condiciones más favorables. Los mercados ya asumieron que Morena puede gobernar sin las crisis que se habían pronosticado cuando López Obrador llegó al poder.
Ahora, incluso, podría decirse lo contrario: probablemente habría mayores zozobras en los círculos financieros en caso de que la oposición ganase, por incertidumbres sobre la estabilidad política.
Se entiende que, en una segunda versión, habrá menos polarización política y que algunos de los temas más crispantes ya han sido resueltos.
Si López Obrador abrió un sendero en terreno virgen, a codazos y a empujones, a Sheinbaum le tocará introducir pavimento, iluminación y alargar la vía. López Obrador sufrió la pandemia, a Claudia se le presenta el nearshoring. De entrada, un contraste muy favorable por donde se le mire.
Será un reto para su gobierno encontrar la manera de profundizar los beneficios multiplicadores para la economía y convertirlos en impulso para un crecimiento más equitativo en términos sociales y regionales. Pero se trata de un reto que todo gobernante querría tener.
Desde luego, el “horóscopo” para el próximo gobierno no está exento de oposiciones y cuadraturas. La posibilidad de un regreso de Donald Trump a la Casa Blanca sería una de ellas; el desafío de los cárteles criminales constituirá uno de los parámetros para el éxito o el fracaso de su administración; el endeudamiento de Pemex o la presión de pensiones y subsidios sobre las finanzas públicas será un tema para resolver, entre otros.
Problemas importantes pero previsibles, pese a su relevancia. Y, por supuesto, tampoco podemos descartar los imponderables del azar, como ya lo vimos durante la pandemia. Pero en principio el probable gobierno de Claudia
Sheinbaum ya disipó la primera de sus tormentas políticas un año antes de iniciar.
Marcelo Ebrard y Adán Augusto López han decidido hacerse a un lado y no compartir el poder político del próximo sexenio, contra lo que López Obrador había diseñado.
Como se recordará, el presidente decidió que, en la disputa interna de Morena, el segundo y el tercer lugar de la encuesta se convertirían en los coordinadores de las cámaras de senadores y diputados, respectivamente.
Y considerando que el partido oficial obtendría al menos la mayoría simple, eso significaba que a los rivales de Claudia se les entregaba el poder legislativo.
La medida tenía el propósito de evitar perdedores tras la disputa interna, pero también concretaba el deseo de AMLO de entregar el poder no a una persona sino a un equipo, como lo dijo explícitamente en varias ocasiones.
Por fortuna las cosas no sucedieron así. La fórmula diseñada era un artificio explosivo, como lo escribí en su momento. No hay nada mejor que trabajar en equipo, salvo cuando ese equipo no puede trabajar unido; entonces se convierte en la peor de las organizaciones.
Las agendas personales y de grupo, tanto de Ebrard como de Adán, a su vez enfrentados entre sí, habrían dificultado el liderazgo de Palacio Nacional.
Las rivalidades dentro de Morena que eso habría provocado y la tendencia de los poderes fácticos para encontrar y explotar debilidades en el Estado habrían propiciado una presidencia frágil.
Las circunstancias, por un lado, y al parecer un cambio en la actitud del propio López Obrador diluyeron esa previsible tormenta.
La famosa ceremonia de entrega del bastón de mando a Claudia Sheinbaum seguramente acalambró a sus rivales. Ebrard lo expresó en términos categóricos: “no vamos a someternos a esa señora”. Por su parte, hace unos días, López Obrador informó que, por el momento, su paisano Adán Augusto López había decidido retirarse de la vida pública y regresar a su tierra.
Eso debió provocar un suspiro de alivio en el cuarto de guerra de Sheinbaum. Súbitamente le deja el campo libre para definir a sus propios coordinadores del próximo poder legislativo. No solo eso: dos poderosas fracciones menos para repartir las más importantes candidaturas de los miles de puestos que se disputarán en junio (habrá otras tribus y compromisos, pero al menos no esas dos).
El nearshoring como esteroide para fortalecer la economía nacional y el eclipse de sus dos principales rivales internos dentro de la propia 4T, son excelentes augurios para una presidencia que todavía no comienza.
Veremos si la estrella de Claudia sigue por buen camino.