Aunque situada la comarca de Villagrán e Hidalgo a cientos de kilómetros del río Bravo, que era donde se concentraban desde 1818 las depredaciones de los indios de las praderas de Norteamérica, a inicios de la década de 1840 esta grave problemática llegó a impactar a sitios tan alejados como la región centro-occidental de Tamaulipas, donde se localizaban ambas municipalidades.
A principios de 1842, el gobierno estatal de Francisco Vital Fernández se puso en alerta ante las noticias de que una gran avalancha de indios había rebasado la primera línea defensiva situada en el río Bravo y que penetraban en profundidad a través de Nuevo León, llevando una dirección que posiblemente los hiciera ir a abastionarse en la Sierra de San Carlos.
Y en efecto así fue, ya que los barbaros depredaron en Burgos, Cruillas, San Nicolás, San Carlos, San Fernando, Villagrán e Hidalgo. Ante esta situación, el gobierno central envió al general don Manuel Jiménez a combatir a los intrusos, con órdenes de obedecer al gobernador tamaulipeco. Sobre estas bandas de indios barbaros, el cronista Vidal Efrén Covián Martínez decía que eran integradas principalmente por comanches, lipanes y mezcaleros.
LOS COMANCHES ATACAN VILLAGRÁN
Según el parte emitido por don Ramón Perales, máxima autoridad de Villagrán en esos días, el 6 de abril de 1842 se introdujeron los indios barbaros a esa jurisdicción, por el rancho de La Boca, nueve leguas al norte de la villa, en donde cometieron muchos atropellos, mismos que fueron denunciados por el encargado de justicia de Sabino mocho.
Del referido rancho de la Boca, se dirigieron rumbo al sur, haciendo una travesía por los montes y ayudados por personas con mucho conocimiento en el terreno. En su andar de depredación, recorrieron cerca de once leguas, haciendo en ese tránsito dos muertes, cuyos cadáveres fueron encontrados en el campo por las autoridades horas después.
Los indios también encontraron en su trayecto a dos vaqueros de don Rafael Doria, vecino de Villagrán, y después de un breve enfrentamiento ambos fueron abatidos.
Al estar campeando, Doria se encontró heridos los dos caballos en que andaban sus vaqueros, y se imaginó lo peor. Horas más tarde se supo que al juzgado de Linares se presentó un jovencito que se trajeron cautivo del rancho Los Leones, jurisdicción de aquella ciudad, y el que se les escapó. La depredación comanche siguió como langosta y corrieron en el campo a Blas González, caporal del rancho del Calilleño, y se llevaron cautivo a un hijo de Eustaquio Meza; uno de los muertos que encontraron en el camino las guardias estatales. En el rancho del Breve, donde terminó su correría de once leguas, hirieron a Doroteo Moreno, a una chiquita del vaquero Cristóbal Delgado, y mataron a una niña de entre 13 y 14 años.
La muerte de esta jovencita se debió a la resistencia que hizo para no ceder a sus inicuas e indecentes pretensiones, haciéndose memorable para ejemplo de las de su clase, por haber preferido primero la muerte al sacrificio que de ella exigían los comanches.
Además de todos estos crímenes, saquearon las casas del referido rancho y se llevaron cautivos a dos hijos del desgraciado Moreno; quien horas después fue sepultado a consecuencia de lo mal herido que lo dejaron.
LA DEPREDACIÓN CRUZÓ A HIDALGO
Según la “Gaceta de Tamaulipas” del rancho del Breve pasaron al de San Nicolás, jurisdicción de Hidalgo, distante al Sur como media legua.
En el aguaje de dicho rancho, antes de llegar, se encontraron al anciano Julián Mireles, a quien lancearon y dejándolo mal herido se pasaron para las casas donde intentaron hacer lo mismo que en el Breve, pero fueron rechazados por los vecinos Juan Perales y Luciano Hernández, dueños del rancho. El primero con un fusil medio útil y el segundo con uno inútil; pero el conocimiento que uno de ellos tenía del modo de guerrear con los barbaros lo hizo resignarse, e instruyó a su compañero para resistir la escaramuza de aquellos, la que duro más de una hora, recibiendo algunos tiros de carabinas, y mucho más de flechas, no habiendo ocurrido más desgracias en ese rancho, que la que cometieron con Mireles, dos hijos que le llevaron cautivos y algunas otras maldades que ejecutaron con los indefensos que no pudieron refugiarse a tiempo en las casas de Perales y Hernández.
SE HICIERON ESFUERZOS EN HIDALGO PARA PERSEGUIRLOS
El 8 de abril de 1842 se hicieron los mayores esfuerzos para proveer de armas y municiones a la partida de vecinos que saldría a perseguir a los indios introducidos, pero la escases de esa clase de auxilios principalmente y la de caballos útiles que se sufría en esos momentos a causa de la seca tan fuerte que azolaba, hizo inútiles los empeños, de suerte que sólo pudieron enlistarse diez hombres, a los cuales mandaron a enterrar los cuerpos, traer los heridos del rancho de San Juan y reconocer el agostadero inmediato para saber el rumbo que habían tomado los indios.
La partida de hidalguenses, ya compuesta de 17 hombres, salió el día 9 de abril, como a las doce del día y regresó al oscurecer, dando aviso de haber dado sepultura a los cadáveres encontrados en el rancho mencionado y que reconocieron como Guadalupe Tamayo y su mujer; una hija soltera de ambos como de 16 años llamada Francisca; un muchacho vaquero de don Juan Perales llamado Pedro Mata e hijo de la viuda Pantaleona Chavarría de esa misma residencia, y otra hija de ella como de 6 años llamada Anastasia, y dos viandantes que se hallaban en aquel rancho comprando ganado, y que según pesquisas, eran vecinos de Galeana, Nuevo León, llamándose uno Pablo Bernal y otro Albino Ibarra.
Los barbaros se llevaron consigo a la referida viuda, a quien dejaron herida en el camino; a otra hija de Guadalupe Tamayo, a quien según se supo soltaron a la mañana siguiente en su huida; a una criatura de Pantaleona y a uno de dos muchachos pastores del finado Tamayo.
El otro pastor, al ver que venían los indios, logró esconderse entre el monte. La partida de vecinos de Hidalgo que salió en persecución de los indios, manifestó que la huella de los barbaron salió del rancho San Juana rumbo al Oriente, como en busca de la vereda de la hacienda de la Valla, que pasa el rio del Pilón para la Gavia, habiéndola seguido hasta el reparo de la Volanta, distante como una legua de la San Juana.
En esa virtud y considerando que era inútil perseguirlos por retaguardia, y teniendo noticias que una partida de vecinos de Villagrán había salido ese mismo día 9 a reunirse con otra de Linares en el rancho Carrizos, camino para San Carlos, decidieron unírseles, y así se lo hizo saber don Carlos Echavarría, juez de paz de Hidalgo al gobernador del Departamento.
EN VILLAGRÁN NO TENÍAN LOS ELEMENTOS PARA LA DEFENSA
El 10 de abril de 1842, como a eso de las 8 de la mañana, salió de Villagrán el comandante de auxiliares, teniente don Manuel Delgado, con veintiocho hombres armados y montados lo mejor que se pudo, teniendo que vencer miles de dificultades a consecuencia de la escases de armas principalmente útiles; pues para despachar la partida fue preciso dejar al pueblo casi indefenso.
Ante la falta de parque y fusiles, don Ramón Perales, juez de paz de Villagrán, escribió al gobernador Vital Fernández: “Yo a nombre del pueblo que tengo el honor de mandar, suplico a vuestra excelencia se digne a impartir a estos desgraciados habitantes, los auxilios que crea convenientes y le sean posibles pues de lo contrario, si continúan las incursiones del enemigo que nos ha estado hostilizando casa mes, según se ha advertido hace algún tiempo, desapareceremos muy pronto” Horas después, el gobernador se enteró con el más profundo sentimiento, de la nueva invasión que habían hecho los barbaros en esa jurisdicción y de inmediato se comunicó con los jueces de paz de ambas villas, diciendo: “Como los recursos que tengo a mi disposición son ningunos, me asiste el grandísimo sentimiento de no poder prestar a los pueblos el auxilio que debían esperar, pero a pesar de esto, hoy hago salir de aquí 20 carabinas, cuarenta paquetes de cartuchos y sesenta piedras de chispa para que entregándose la mitad de estos pertrechos al capitán Juan José Perales, con el fin de que arme un piquete de defensores y engrose la partida de Hidalgo siendo la otra mitad para Villagrán, a cuya autoridad prevengo mande recibir este pequeño auxilio único en las presentes circunstancias, para la defensa y seguridad de esa región”.
Francisco Vital Fernández era consciente de que su ayuda no era suficiente, pero se había cansado de pedir más armas a las autoridades militares de la zona, mismas que tampoco tenían el suficiente para hacerle frente a los salvajes comanches.
POR MARVIN OSIRIS HUERTA MÁRQUEZ