Una vez un gringo le preguntó al Caminante ¿porqué los mexicanos están tan obsesionados con la muerte? pues a su juicio era demasiado el esmero con que decoramos las tumbas en el cementerio, las misas y rezos para despedirlos y exageradamente colorida la celebración de los difuntos cada noviembre.
El Caminante solo atendió a responder “nosotros no celebramos la muerte, celebramos la vida”. Cada año cuando se acerca la fecha en que se rememora a quienes se han adelantado en el camino, es casi imposible no pensar en especial en esa persona que recientemente ha partido.
Y más difícil es, porque quien falleció ha dejado un hueco imposible de llenar, el de un padre, una madre, un hijo o el hermano que te protegió y tomó tu mano para ayudarte a recorrer este camino llamado vida.
Porque cuando una persona deja de existir en este mundo, automáticamente empieza a vivir en otro más amplio: el de nuestros recuerdos.
Esas anécdotas que materializan la ausencia del que se fue, del que ya no despertó a la mañana siguiente para hacer ruido en la cocina al preparar el café, que no ocupará su cubículo en la oficina, atrás del mostrador de una tienda o que como Alejandro, ‘el pato’ Cruz, no llegará temprano a abrir su taller mecánico.
Paradójicamente, Alejandro se hará notar … porque ya no está. A un año de su inesperado deceso, quienes vivieron a su alrededor quedaron como suspendidos en el aire. El Caminante se quedó sin uno de sus amigos más queridos, sus hijos en especial su “gordita”, sin un papá, sus empleados, como Miguelón, sin un patrón dedicado y chambeador, pero Osvaldo, su hermano, se quedó sin ese pilar que sostenía su mundo, su héroe, y su maestro.
“Alejandro fue para mí, más que un carnal, fue mi segundo padre” cuenta entre lágrimas Osvaldo. Un año tiene ya ‘atorado en el trasmallo de la tristeza’.
Una vuelta al sol completa, de que el experto mecánico, el hombre valiente que sobrevivió a las balas traicioneras, a los constantes ataques y envidias, a desplomes económicos, a tragedias familiares y a muchas vicisitudes mas, se convirtió en silencio.
Pero si de algo está convencido el Caminante, es de que si Alejandro pudiera decir algo desde el lugar donde se encuentra sería “¡pónganse a jalar cabrones!”. Porque el Pato siempre fue así: una mente ocupada en progresar, nunca dejar tirada una chamba, llegar puntual al trabajo, cumplirle a sus chalanes, no dejarse tumbar por la tristeza. Porque así es esto: quienes ya no están, nos dejan la canasta muy alta, para que nos esforcemos en superarlos, en ser todavía mejores.
Por esto es que los mexicanos tomamos el día de los fieles difuntos como algo muy serio y festivo a la vez. Porque aquellos que se nos adelantaron en el sendero, regresan a nuestra memoria para alentarnos con su ejemplo de vida, a darnos un cariñito entre altares multicolor y ofrendas deliciosas que alguna vez llenaron sus panzas. Sin embargo, hay una condición para que esto suceda: para que ellos puedan regresar … primero hay que dejarlos ir. Doloroso es para cualquier persona despedirse de un ser querido. Pero más hiriente aún es no soltarlo.
Ni las misas, ni el alcohol, ni la compañía de quienes también les duele, puede aminorar el sufrimiento por no poder aceptar una pérdida. No es fácil sanar, pero es más difícil seguir día a día sin avanzar.
El huracán de emociones y el estruendo de la mente pueden crear un laberinto de angustia sin salida. Pero aún hay esperanza. El ser humano, y muy particularmente el mexicano, es capaz de transformar la tristeza en una colorida fiesta, tomando lo bueno y desechando lo negativo, crear un ramillete de bonitos recuerdos, encender veladoras, adornar con flores, retratos, tamales y dulces, la ofrenda espiritual y del corazón hacia sus difuntos.
Fue un noviembre cuando Osvaldo se despidió de su hermano mayor, y han sido doce meses de frio silencio y oscura ausencia en su taller, allá por el 6 y 7 Abasolo.
El ‘pato’ Cruz ya no está con nosotros, pero queda el recuerdo de un amigo, un padre, un hermano y un peladazo bragado (hasta su propio corrido le fue compuesto).
Es tiempo de dejarlo ir, para que pueda volver este 2 de noviembre a asomarse al mundo de los vivos. Tal vez se enoje un poco si no le han cuidado bien su Plymouth Road Runner, su valiosísima herramienta, su querida oficina donde se despejaba viendo videos de arrancones o carreras o restauraciones de autos clásicos.
Pero también es posible que regrese por su delicioso “pollo violado” que tanto le gustaba preparar. Así como el pato Cruz, muchos seres que trascendieron son esperados este 2 de noviembre, porque ellos en realidad no han muerto, su recuerdo permanece más vivo que nunca.
POR JORGE ZAMORA