Las redes sociales han tenido un impacto significativo en la democratización de las narrativas en el mundo contemporáneo. Por ejemplo, se dice que en México está polarizada la discusión política, los sucesos en Ucrania y Rusia, Palestina e Israel, las discusiones de identidad de género, aborto, etc; son temas polémicos que mucha gente en redes sociales emite opiniones al respecto. Pero, ¿Qué tan veraz son estas opiniones?, ¿Debo de respetar aunque vengan de una persona sin conocimiento en el tema? Lo anterior me ha llevado a pensar que todos tenemos el derecho de opinar, pero no todas las opiniones son respetables.
En la sociedad actual, la libertad de expresión es un valor fundamental que permite a las personas compartir sus pensamientos, ideas y opiniones con el mundo. Este derecho, consagrado en muchas constituciones y documentos de derechos humanos, es esencial para el funcionamiento de una democracia saludable. Sin embargo, hay un matiz importante que a menudo pasa desapercibido: todos tienen el derecho de opinar, pero no todas las opiniones son respetables.
Es fundamental comprender que la libertad de expresión no es un cheque en blanco que permite cualquier tipo de discurso. Si bien todos tenemos el derecho de expresar nuestras opiniones, es crucial reconocer que algunas opiniones pueden ser dañinas, peligrosas o simplemente infundadas. El respeto por la diversidad de opiniones es esencial, pero no debemos confundir esto con la idea de que todas las opiniones son igualmente válidas o merecen ser respetadas.
La distinción entre opiniones respetables y no respetables se basa en la fundamentación, la evidencia y el impacto social. Las opiniones respaldadas por datos sólidos, argumentos lógicos y respeto por los derechos humanos suelen considerarse más respetables. Por otro lado, las opiniones que promueven la intolerancia, la discriminación o la desinformación a menudo no merecen respeto.
Un ejemplo común de una opinión no respetable es aquella que incita al odio o la violencia hacia un grupo de personas debido a su raza, religión, género u orientación sexual. Estas opiniones no solo son moralmente cuestionables, sino que también pueden tener consecuencias perjudiciales en la sociedad, fomentando la discriminación y la violencia. En tales casos, no se trata de censurar la opinión en sí, sino de rechazarla y condenarla.
Otro ejemplo es la difusión de información falsa o teorías de conspiración sin base en hechos reales. Estas opiniones no se basan en evidencia sólida y pueden causar daño al difundir desinformación, socavando la confianza en la ciencia y promoviendo la ignorancia.
La clave para equilibrar el derecho a opinar con la responsabilidad social es el diálogo abierto y el debate constructivo. En una sociedad democrática, las opiniones deben ser examinadas y cuestionadas, y las que carezcan de fundamento deben ser desafiadas en lugar de ser aceptadas automáticamente.
POR MARIO FLORES PEDRAZA