Existir es el reflejo de dos cuerpos observándose en un cuarto inesperado. Uno de los dos grita, crece, el otro trepa una escalera, pasea por el jardín.
La vida es como ir caminando defendiendo el equilibrio para no caer ni dejarse vencer por el destino, para no dejar escapar un segundo sin respirar el aroma del mundo. Sobrevivir es todavía pertenecer al espacio que ocupamos y llenar con nuestra esencia la existencia que nos nombra única, irrebatible y contradictoria.
Hay sitios donde no existimos. Años después preguntas y nadie te vio. Creíste haber estado, pero no hay señales de lo que ahí ocurrió. El tiempo continuó su flujo y hay estamos en este evento en que reconozco la existencia efímera del momento. Todo es relativo, es importante reconocer lo poco, el monto de lo dicho, las veces, los sonidos extraños que si preguntamos nadie escuchó.
Dejamos de existir al dejar de ser. También dejamos de consumir y morimos de hambre, de sed, de soledad, de multitud de testigos en una jornada que nunca adivinamos. Eso tiene la existencia.
Escribimos el paisaje de un pájaro cuyo vuelo eleva en el aire el pensamiento. Tantas debilidades y ridiculeces lleva en las alas del crujientes suelo que pisamos. Y sin embargo vamos, nos sentamos a la mesa donde un buen vino, nosotros los imaginarios.
Abrazando la locura de la inexperiencia en un cuadro de costumbres, tratamos de adivinar lo que hay en la oscuridad, quiénes cantan, quienes pueden confirmar esta tarde con documentos notariados.
Permanecemos al acecho y amanece. Con alocados cabellos nos enfrentamos a la fila de quienes buscan el mejor boleto para la opera prima. Nos proveemos del antiguo derecho de conversar del clima, de política y de la memoria acomodada ahora donde no iba.
Si observamos con Sócrates nada sabemos, todo es nuevo cada vez. En la hierba hay desconocidas larvas, terribles incectos, inventos del microcosmos. Y la convocatoria es seguir existiendo con lo que hay, en la presunta realidad, con unas cuantas medallas colgadas en la vanidad.
Por curiosidad vemos hacia atrás. Y ahí están los objetos dispersos, los objetivos perdidos, el risueño brillo del pasado que salvamos como polluelos entre buitres y las maletas del único viaje al olvido.
El futuro es una grieta en las paredes, pensaría que al otro lado alguien baila. Con los ojos muy abiertos me asomo y veo de nuevo la rutina del sol a mediodía. No sé si para otros, pero me basta para ser feliz. Y quienes más que sin sombrero de ala ancha, revoloteando como palomas, sin frac, acudan a esta vida repleta de vida.
En el herrumbre del presente acomodo estas letras con las que soy. Pudieran ser más, y sin embargo apenas puedo escribir a la medida de mis tiras. Y cada día agrego la casualidad del hombre que es completamente diferente.
Me sorprenden sobre todo la vida, el largo desfile en la alfombra roja por la calle Hidalgo. La obligación proscrita de morir en determinada postura, diría que inmutable, ante las nubes que no cesan de llover.
Después de todo debo ir a la tienda, cruzar el umbral de otras vidas, marcar el calendario con la fecha transcurrida, salir volando ante la exigencia de un segundo, avisen que ahí voy, sólo me abotono una manga.
Para existir me acompaña con trompetas el ropaje del viento, como en un video para el tic toc. En cuanto caiga la noche se apagará el pueblo en un barranco de piedras, en repiqueteo de las últimas campanas de la ironía.
Entonces mi cuerpo demasiado pesado para ser llevado en hombros por el país dormirá sin nadie, sin hogar, con una cobija comprada de oferta en los días de feria.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA