Muchas veces, el Presidente López Obrador se ha referido a los ministros de la Suprema Corte como individuos al servicio del poder y defensores del viejo orden, ese que privilegiaba -o todavía, según él- a los oligarcas, a los conservadores, a los “opresores del pueblo”.
La narrativa de fácil consumo popular creó una percepción negativa de los ministros entre la población simpatizante y los seguidores de Andrés Manuel, quien dejó caer esos adjetivos principalmente entre quienes no comparten sus puntos de vista en la Corte.
Bien, pues ayer por la tarde, el ministro Arturo Zaldívar anunció que presentó su renuncia al cargo, que por cierto tenía que dejar en diciembre. La salida del ministro no sorprendió tanto como su pronta reunión con la virtual candidata presidencial de Morena, Claudia Sheinbaum, de quien se dice será su principal asesor legal en materia electoral y constitucional.
El destape morenista de Arturo Zaldívar, famoso por su fanatismo musical por la cantante de pop Taylor Swift y por haber acudido en varias ocasiones a Palacio Nacional a reunirse con Andrés Manuel antes de tomar decisiones que favorecieron al gobierno en la Corte, lo retrata como es en realidad: Un personaje que tiene el perfil de quienes siempre ha criticado el Presidente.
Zaldívar ha gozado de los privilegios económicos y presupuestales de los que Andrés Manuel acaba de despojar a la Corte, vía la mayoría de Morena en la Cámara de Diputados, al desaparecer varios fideicomisos.
Hay indicios de que el ahora exministro por fin decidió salir del clóset ideológico y abiertamente se asumió como seguidor de Andrés Manuel y fiel creyente de la Cuatroté. Es como si además de Taylor Swift, Arturo Zaldívar ahora dice sin pudor que también es fanático del Presidente pero en vez de intercambiar pulseritas multicolores con los demás, lo hará con palabras y lisonjas.
Lo que se ve complicado -si alguien quiere evitar el cinismo, claro-, es cómo pretenden hacerle Zaldívar y el equipo cuatroteísta que lo incorpore a la campaña de Sheinbaum, para decir que él no era beneficiario de las canonjías que Andrés Manuel siempre dijo que había en la Corte.
También será interesante saber cómo van a querer justificar que las decisiones que tomó o cabildeó el exministro en la Corte y que fueron favorables a Morena, al gobierno y a Andrés Manuel, no tuvieron un sesgo ideológico o de fanatismo personal y político.
De igual manera, los cuestionamientos serán duros cuando se hable de cómo es que Sheinbaum va a justificar la participación vía asesoría o trabajo directo, elaborando propuestas que haga Zaldívar, sin hablar de conflictos de interés.
Ignoro si existe una ley que prohíba la integración de un exministro a una campaña o al equipo legal de un partido político, pero creo que si hay una que acota a los funcionarios públicos de primer nivel trabajar en empresas relacionadas con el área en la que estuvieron, debería aplicar lo mismo. Por congruencia debería haber.
Pero, a final de cuentas, eso es lo de menos cuando se confirma que el exministro Arturo Zaldívar decidió por fin quitarse la careta y la toga, para mostrar su verdadero rostro de fanático lopezobradorista, pragmático colaborador de la Cuatroté y, por si fuera poco, vestir el ropaje de los pillos redimidos que antes gozaron de los beneficios de la oligarquía del Poder Judicial para convertirse en un ejemplar ciudadano, profesionista y mexicano comprometido con las causas “del pueblo”. Les digo, el cinismo no conoce de ideologías.
POR TOMÁS BRIONES
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