La luz que se asoma entre las nubes, como el aire que respiro, es fría y apenas se asoma el invierno entre las rendijas de los edificios. Pronto será navidad en el inventario de celebraciones del mundo.
Tenemos ese pendiente en un calendario social, económico y ecuménico. En las calles de la ciudad se nota ya el ambiente navideño en el rostro de la gente que busca un regalo, brilla el pino navideño donde van colocados los regalos: el propio y el de otros. En el centro de la ciudad, en los edificios parpadean las luces alucinantes de entusiasmo.
Los coches se amontonan como en las horas pico buscando estacionamiento, todos los estacionamientos particulares están llenos, y luego de varias vueltas los tripulantes encuentran lugar a un costado del parquímetro.
El frío, el aguinaldo, la vecinas vacaciones decembrinas contribuyen a la algarabía, el murmullo de luces qué encienden y apagan los aparadores anticipan el comercio de la natividad.
Hace muchísimos años, para estas fechas aún no nacía el niño Jesús, andaba buscando posada y los Reyes todavía no perseguían una estrella. Son buenos días estos, bajo cada párpado hay buenos deseos en la mirada limpia que olvida un poco, que ve la vida bonita.
La mayoría compra y pertenecen a la mal llamada clase baja, aprovechan los emolumentos que en estas fechas bajan en cascada para adquirir lo que les hace falta. No es fácil caminar por una muebleria que en corto te ofrece un crédito, o por la simple banqueta atestada de personas que no llevan prisa. Un hombre con un carrito hechizo vende adornos para la noche buena, originales gorros de Santa Claus, esferas multicolores, jorongos, mañanitas, muñecos de plástico, pastle, cuetes, piñatas, dulces y caramelos.
Este año Santa pasará por casas donde antes no pasaba. La esperanza relampaguea en las ventanas de las casas, en los nacimientos, en los adornos de las plazas de tantas y alegres miradas. Todos esperan.
Algunos familiares vendrán como los reyes magos de allende las fronteras, de Monterrey, de Tangamandapio, de un ejido cercano, de la colonia Alta Vista o de La Moderna.
Sobre la mesa instalada de las casas, vendrán también los recuerdos, alegres o tristes, la voz del ausente que nos habla desde la silla vacía, el día aquel en la última vez que le vieron reírse.
Dos que no se habían visto en años se reencuentran en estos días, habrá quien se reconcilie entre villancicos de una posada y sus mejores galas. Ahí sobre la mesa están la cervezas, el vino, la mujer alegotosa y la sería, el que se ha quedado dormido en Ia víspera de la noche buena.
Ya no puedo moverme llegando al mercado entre oferentes, apenas puedo pensar en todo esto. Los carros van en cámara lenta, hay vendedores de todo y compradores para todos como en la feria, abajo de un producto pusieron otro que una señora quiere, hay que moverlo todo.
Pululan personas que nunca vimos, el fara fara que saca los corridos tumbados afuera de un negocio de gorditas “cuál quiere señora, nos sabemos todos”, y sí, ahorita en las gorditas está “la maestra de la escuela” , “la morra que quiero pa’ mi, la que baila sola” , la que no me ha superado y háblale de mi.
Estoy en el tumulto de a pie esperando que el semáforos se ponga en luz roja, uno de todos saca un celular y recibe la lista correcta, su mamá le pide elotes para el pozole, la carne de res, la de puerco, los platos desechables y todo de vez. Subieron el precio de las hojas de tamales, pero es la víspera de navidad y huele a programas de bienestar, huele también a tamales.
El niño apenas puede hablar y le pregunta a su mamá, “qué me traerá Santa”. “Nada” , le contesta la mamá con el clásico, “te portaste mal” .
El niño cree en serio su suerte, en realidad no se ha portado mal sino todo lo contrario, él, que es casi un niño Dios.
HASTA PRONTO