Llegó el fin de año. Año de dramas para propios y extraños. De cambio climático y terremotos. Parecía de intención la saña de la naturaleza. De cruceros fatales de migrantes africanos, que de refilón nos llegan tras intentar llegar a Europa. La migración es el nuevo azote para todos. La violencia se esparce por todo el mundo y a nosotros nos toca más que nuestra cuota. La vida no fue fácil en 2023. Transición con membrete de transformación política más que social o económica confirma que intentar cambiar la forma de pensar de una sociedad es intento frustrante para el que se lo propone al igual que para la población objeto. Para todos se hace imposible la existencia. El malestar es general y el mensaje claro es que las cosas no pueden seguir igual, pero no hay rumbo. Al ser humano no le gusta el desorden y por eso hay confusión. El mundo está desordenado y se teme lo peor. Podríamos comparar con el pasado lo que ahora sucede para entender. No hay nada nuevo bajo el Sol y sobran ejemplos en la historia de sociedades que sucumbieron y otras que se transformaron y que las naciones sobrevivieron conservando su identidad o adaptándola a nuevas circunstancias.
En el quicio de 2024, México se halla ante cambios sociales tan radicales como los que se sucedieron a lo largo de los 300 años de la Colonia. El siglo XIX sirvió luego de escenario para el siguiente gran choque anímico, por cierto, aún sin definirse, el de conservadores contra liberales, mientras seguía la amalgama de culturas originarias, y México maduraba su obligada evolución hacia una sociedad con señales propias.
El siglo XX fue una colección de influencias externas, particularmente de Norteamérica, que desdibujan el esquema que se desenvolvía. Ya en el siglo XXI, el Presente mexicano es incómodo ensamble de mandatos constitucionales que ni rinden justicia ni progreso, sino el trasfondo para especular sobre mejores opciones. Hoy dejamos atrás por obsoletos los esquemas convencionales y se abre la discusión sobre otros que no son del clásico régimen tripartita y sus pesos y contrapesos usuales que sirvieron su objeto durante más de dos siglos, pero que se desviaron y ya no bastan para responder a cambios de maneras de producir, distribuir ganancias y racionalizar el derecho de propiedad o la relación entre el trabajador y el empresario. Las inequidades que se agravan con el crecimiento demográfico no se remediarán con los instrumentos actuales de producción y convivencia. Los límites a la libertad personal variarán según las dimensiones de la colectividad. Con más de 100 poblaciones en el mundo, pronto de más de 10 millones de habitantes, las modalidades de convivencia serán diferentes y requerían una nueva formulación que respete el instinto de tener derecho sobre lo que individualmente se produce,
mientras se asegura el sustento de las condiciones de recursos naturales.
Otro tema es el de los servicios públicos a los que tiene derecho el miembro de una comunidad; deben ser proporcionados por la autoridad mediante los instrumentos y capacidad financiera correspondiente. La comunidad ya no se verá como mero garante del libre ejercicio de los derechos individuales o personales. A la vez el individuo como titular de derechos y sujeto de obligaciones.
El futuro irá desechando sistemas dictatoriales que privan de libertad al individuo. Tampoco se aceptará un sistema de libertad individual sin responsabilidad social. La transformación de México en el siglo XXI será hacia una nueva época de humanismo y orden solidario. El gobierno centrado en un solo individuo no será aceptable por la comunidad por la precariedad de las decisiones que él pueda tomar. La permanencia de los valores que la comunidad desea depende precisamente de evitar depender de un solo líder inevitablemente transitorio. La comunidad es la autoridad constante. La oportunidad del cambio hacia una nueva vida nacional se presentará en junio. ¡En un solo día!
Por. Julio Faesler




