Cada ser humano es una mochila. Una puerta con cierre permite la entrada de lo que se desea, pero es de suyo cargar también un inevitable pecadillo. Contiene además de varios cambios de ropa un fondo inexplorado donde suele encontrarse desde una aguja hasta un diluvio.
En oleajes penetra el calor tropical con una botella. La lectura abrió el hueco narrativo para escribir una carta sin fin y un recado que antes fue servilleta y después chimenea quemada con los recuerdos de la mochila con dos asas para colgar del hombro.
En comparación con la vida de afuera, adentro de la mochila son segundos los que se viven y los objetos acumulados con los años pierden valor o lo ganan conforme avanza por la banqueta el hombre que la lleva. Todo era una ilusión pasajera, por eso la mochila al paso se aligera, pero también ocurre que se encorve por el peso que lleva.
Con el tiempo feroz y contumaz contendiente, la mochila se hace vieja, se orada o se rompe de una agarradera, pende de un hilo como ave de una sola ala. La gente que es mochila lleva la ciudad completa y su ciudadanía. Un río atraviesa la espalda por donde cae al agua el alma.
Caben además 2 kilos de papas, caben las heridas que no sangraron y por tanto son invisibles, la comezón que no se rascó, la carta del naipe extraída de un juego, la chuleta correteada, el aliento de una mujer es suficiente bajo un aguacero sin impermeabilizante.
La distancia huele a 15 kilómetros del aeropuerto del próximo viaje inexplicable. Es correcto, el ser humano es viaje de locos, la mochila contiene bebidas para seguir la juerga al after. Somos mochila y la espalda del Homo sapiens que nos transporta es una utopía.
La libertad navega presa en la mochila, el cosmos es adentro, la via láctea es la toalla antes de dormir. Cargar la mochila ligera o pesada lo es todo en la vida. Más allá la imaginación quiere siempre más, la bebida preferida, una mañana fresca cuando aún duerme.
Un pequeño diario anotó el penúltimo gol en el llano, olvidó las garrafales fallas solo y sin portero. Olvido la lista de muchachas guapas, el mandado de la tienda, la época descalza y sin descanso, el segundo tiempo en la banca. En la pasta se atreve a titular «Memorias» cuando en realidad son olvidos.
El cuerpo es mochila que se carga. Restos de pólvora y hule buscando un recipiente, un contenedor donde quepa. Como un bolso colgado del poste una vez visto. Así se ve la vida en el espejo si nos lo proponemos y va, ¿a dónde va?, nadie sabe, ni el Google descubre la incoherencia de nuestras ocurrencias.
Cargada así de esa manera la vida es que logra metas, aquí es, aquí está lo que se ocupa, y sin embargo algo que nunca se sabe qué es, aún falta en la eterna búsqueda del ser en el fondo sin fondo de la mochila rota.
La casa, que es chica, cupo en la última hora de la intemperie con el paisaje de la infancia y la única aurora boreal de la existencia. Casa fresca gracias al rocío de la ventana y a las gruesas paredes de lona y tierra.
Como quien arroja el ancla en mar abierto o el arpa días antes del concierto, no pasan desapercibidos los días en que la mochila es apretujada en el transporte urbano, llevada con mucho esfuerzo, cargada por el veterano de una guerra sin tregua. Pesa como si llevase piedras, raíces de un árbol retoñando, como si alguien jalara la palanca de frenos.
La mochila es la persona y la vida que se mueve de quien la levanta del suelo para emprender la travesía; quien la mueve en círculos , quien la sujeta fuerte para no perderla, lleva las credenciales con la identidad, las tallas de la camisa que delata el tamaño del personaje de esta película.
HASTA PRONTO.
…
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA