La respiración sabe de mocos y llantos, del aliento alcohólico, del bostezo sin sueño, del suspiro enamorado del eterno concursante, del último y definitivo aliento de todos nosotros los transhumantes.
El aire que respiramos está lleno de olores, de objetos, de sueños y de ilusiones rotas. Las palabras pasajeras dejaron corazones heridos o cicatrizaron el horror de la soledad sometiendo a la concurrencia en su viejo edificio de viento.
La respiración es pensada durante la meditación- sin proponérselo- es metáfora del cuerpo que obliga a vivir y sobrevivir en una plaza arretacada de personas perfumadas de cuello blanco, y malolientes, menesterosos y obreros del universo fumando un cigarrillo.
Poco tiene el aire de neófito, todo viene arrastrando intencidad, solemnidad o canciones calladas y confundidas en el vendaval. Viene contagiado en el cóctel del Covid recargado, regenerado con su última variable en generosas ofertas de invierno.
La sabiduría guarda en la memoria los olores. Un olor sea cual fuere, inexplicablemente podría interesarnos, hace que nos enamoremos sin saber por qué. Un recuerdo de la cobija de la abuela se guarda para siempre en el eterno ejercicio del subconsciente que nos hace únicos e inigualables.
La respiración sabia sabe, conoce el profundo inframundo, la estructura química del azufre en el infierno, y todavía más allá sabe de un solaz y tierno abrazo de la montaña solitaria de antes y que se empieza a llenar de respirantes, de latas, vocecillas alegres y torrenciales de muchachas y muchachos que salen a respirarse.
Nos enamoramos de un perfume, y hay divorcios porque él dejó de usar un Pierre Kardin. Me gustaba el perfume tuyo, le dice él a ella, pero yo no uso perfume diría ella. Es como hueles, como transpira tu cuerpo, el olor tibio y salubre de mujer.
Toma un poco de aire y exhala, te sentirás mejor, medita contando los pasos de la respiración. Antes de sumergirte en agua y para pronunciar una palabra toma un poco de aire. Respira el aire que es lo único gratis y no hagas gestos.
Adentro del cuerpo el aire es un festival de abanicos luego de la respiración, aceptado o rechazado el oxígeno transforma y nos transforma y nadie se quedó mudo por respirar al tiempo de decir una palabra. Habrá quienes pasen por la vida sin considerar el estupendo aroma de las rosas, el carmesí tenue del carmín que es como si las flores emancipadas de otras respiraran caudales de agua. Cada color tiene su fruto y su olor, respiramos por tanto los colores que pintaron nuestro lienzo, el pincel y las manos, el barro de los dioses.
Huele a incienso en la iglesia, durante el rosario el monaguillo se cuajó respirando santidad e inocencia antes de salir a la calle y llamarse un tal Juan, quién lo sabría luego de instalarse la ropa deportiva, le han visto correr sin ganar un partido.
El aire se exige al máximo cuando corremos y se precipita en el torrente de los pulmones, al hacer el amor el aire compite con el cuerpo que sostiene una guerra de nervios, venas, células y átomos electrónicos del pensamiento.
Huele a gorditas y a flautas de picadillo; he de traer hambre, de otra forma no me doy por enterado. Ustedes entienden. Huele a café orgánico, casero tostado y después molido en el comal de la chimenea. Respiramos el olor inquebrantable que nos va a acompañar a lo largo de la vida.
Hubo un pasado en el cual la respiración lo fue todo, sucedió hace rato. Por los siglos de los siglos, hacia la extinción. La respiración y el mismo aire respirado así, seguirá siendo imperceptible para algunos, pero prioritario para quien carga un tanque de oxígeno en el océano que es el mundo .
Pero respira profundo… ahora sí, suelta todo lo que tengas que decir.
HASTA PRONTO
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POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA