Las protestas de los agricultores se han convertido en la mayor manifestación de descontento social de las últimas décadas en Europa.
Al principio fueron voces aisladas, pero en los últimos meses y semanas se han extendido hasta consolidar un enorme movimiento que está sacudiendo a los gobiernos de ese continente.
Cientos de miles de agricultores, con sus decenas de miles de tractores han bloqueado caminos, puertos y pasos fronterizos; obligan a circular a baja velocidad en las carreteras y paralizan los centros de numerosas ciudades.
Su furia se expresa también en la quema de llantas y en arrojar estiércol a edificios públicos. Subrayemos, sin embargo, que no han agredido a personas y es una revuelta pacífica.
Es más fácil mencionar que en cuatro países no ha habido manifestaciones (Austria, Dinamarca, Finlandia y Suecia) que mencionar los otros 23 en los que si ocurren protestas.
La oleada de rebeldía ha recorrido Europa del este hacia el oeste; inició en los países fronterizos con Ucrania, Polonia, los estados bálticos, Eslovaquia, Hungría y Chequia, sin que se les prestara mucha atención, pero avanzó hacia los Países Bajos, Bélgica, Grecia, Alemania, Italia, Francia y España convirtiéndose en un problema mayor para toda Europa.
Los motivos de descontento presentan particularidades distintas en cada país y, por ello, más que un solo movimiento impulsado por la solidaridad entre productores, pareciera una confluencia de distintas corrientes impulsadas por el ejemplo.
Sin embargo, todos tienen razones poderosas para estar enojados. Al explorar sus motivos se encuentra que más bien tienen mucho en común. Alemania, país que es el líder económico del continente, por ejemplo, se encuentra en una recesión que ya muchos ven como una desindustrialización debida sobre todo al incremento del precio de la energía.
Su gobierno está en aprietos financieros y decidió suspender el subsidio al diésel, que es el combustible más empleado en la agricultura. A mediados de enero 30 mil agricultores invadieron Berlín con 5 mil tractores.
El ministro de finanzas alemán Christian Lindner acudió a hablar con los manifestantes y les señaló que el gobierno tenía dificultades presupuestales, que el retiro del subsidio al diésel sería gradual en los siguientes años, pero que el gobierno también tenía que gastar en escuelas y otros servicios públicos y se le ocurrió mencionar que también había que apoyar a Ucrania.
Y ahí la rechifla fue mayúscula. Prácticamente todos los agricultores de Europa enfrentan mayores precios de energía y fertilizantes y al mismo tiempo están en riesgo los apoyos que reciben de sus gobiernos.
No les gusta que se prefiera apoyar Ucrania; la que por otro motivo se ha vuelto su enemiga. Las dificultades para exportar por el Mar Negro el grano de las extensas y muy fértiles llanuras de Ucrania hizo que tuviera que salir por vía terrestre por los países colindantes.
En la última semana se han recrudecido los bloqueos fronterizos con los que los productores agrícolas de Polonia, Rumanía, Bulgaria y Hungría protestan contra las importaciones de los granos ucranianos que inundan sus mercados a precios bajos.
Se suponían que pasarían por estos países sin que el grano se quedara en ellos; pero tal control es prácticamente imposible.
En Grecia los productores agrícolas dicen que no les interesa más dialogo, quieren soluciones o seguirán bloqueando caminos y hasta entrarán con sus tractores a Atenas. Piden lo mismo que prácticamente todos los demás: subsidios al combustible y al uso de electricidad en la agricultura; menos impuestos a los forrajes, fertilizantes y maquinaria agrícola, y la revisión de toda la política agrícola europea.
Los agricultores italianos protestan ante el coliseo de Roma, en el Festival de San Remo y en las carreteras. Los españoles no se quedan atrás; en la semana han hecho bloqueos en docenas de ciudades medias.
Tras fuertes bloqueos, quema de llantas y riego de excrementos animales en edificios públicos en Francia, el Primer Ministro, Gabriel Attal, anunció que haría varias concesiones.
No se importarán productos agrícolas que usan pesticidas prohibidos en Francia; no se prohibirá el uso de los pesticidas y químicos que si autorizan otros países europeos, así como varios subsidios y recortes a impuestos.
Ofreció también que se convertirá en ley que Francia será autosuficiente en alimentos y que habrá mayor control de las importaciones.
Esto ha calmado las protestas. Todos los productores de la Unión Europea enfrentan política ecológica común que impone restricciones al uso de pesticidas y fertilizantes, a la tierra arable, a la generación de gases de invernadero (metano emitido por el ganado, por ejemplo) y a las formas de cultivo entre otras.
Los productores afirman que no solo limitan su competitividad, sino que se vuelve imposible seguir cultivando y vivir de la agricultura.
Hay que señalar que los grandes, gigantescos, corporativos europeos y globales que dominan el comercio agropecuario compiten entre sí para pagar lo menos posible a los productores, mantener o elevar sus márgenes de intermediación y ser competitivos en los mercados de consumo.
Aprietan a sus proveedores, lo que de algún modo les viene bien a los gobiernos, más preocupados porque no suban los costos de los alimentos para la población. Así que entre grandes corporativos y gobiernos, se hayan o no puesto de acuerdo, la elección ha sido sacrificar al eslabón más débil del conjunto social y de la cadena productiva; los productores agropecuarios.
Hasta ahora cuando los agricultores europeos se suman a una rebelión abierta, pacífica, pero decidida, para no ser ellos los que paguen las consecuencias de las decisiones de sus líderes políticos.
Lo que más les ha afectado son las sanciones a Rusia que era el proveedor de energía y fertilizantes baratos; el apoyo militar y financiero a Ucrania sobre el gasto social y productivo interno.
También les afecta la lucha contra el cambio climático que limita su competitividad y, finalmente, el que los gobiernos combatan la inflación mediante la apertura de sus mercados a importaciones agropecuarias baratas, en particular de Ucrania y el Mercosur.
Esta rebelión es la señal, tal vez la chispa, de un descontento social más amplio y, a querer o no, provocan crisis gubernamentales que afectarán varias de sus estrategias: la social, la de medio ambiente, de libre mercado y antirrusa.
Fuera de la represión, que en este caso afortunadamente no es lo previsible, lo más probable es que de la negociación con los productores resulten cambios relevantes que tendrán un impacto geopolítico que trascenderá sus fronteras.