Quedé afuera de la barda en esta historia. Adentro de mi casa hay desconocidos, traen dos perros y un gato. Desde aquí puedo ver a los que entraron en Ia cocina y abrieron el refri buscando refrescos.
No siento nada, todo suena bien en el mini componente que fue instalado a la entrada de la sala. A todo volumen. Alguien sacude el polvo que quedó de nosotros y aspira sin querer el aroma acumulado de lo que ahí fuimos. El sudor después del sudor, la humedad de las paredes y el humor del patio luego de tres canciones se evapora.
Ya no soy quien fui. Son otros los que han abordado mi casa como un barco, unos beben en la proa sin temor a caer al océano, como los antiguos arrendatarios que leían novelas románticas. Traen todo para contar su historia antes de que los objetos comiencen a gritarla.
En mi hace más viento, ellos, los nuevos, han abierto las ventanas. Miro desde afuera la decadencia. La ropa se ha secado en el patio e irán por ella. Lo entiendo. Ya no soy el fantasma que me atravesaba, el que cortaba mis venas. El que cantaba como Pedro Infante en la ducha . Seré irreemplazable.
Sucede que he vivido. Atrapado en todos estos años he salido a secar la ropa a la calle. La casa hoy la ocupan otros, personas que aún no tengo el gusto de conocer. Escucho a los nuevos inquilinos de mi casa remover los muebles años después. Les he visto barrer de prisa, regar las plantas y curiosear por el vecindario.
Pronto seré el que pasa por la calle y de vez en cuando se asoma de soslayo. Olvidarán que viví en esta casa y preguntarán mi nombre y nadie habrá del pasado que me recuerde. La casa habrá tenido muchos colores y para entonces habría nuevos inquilinos preguntando dónde pasa el camión de la basura.
Habrá un nuevo arroz cosiéndose, surgirán sin falta los legendarios gatos, dos chavos comienzan a patear la pelota, quienes pasan van, muchos no vuelven. Tampoco se asoman a esta casa que comienza a derrumbarse. Ahora espantan.
Los más viejos recordarán entre mentiras y verás que ahí vivió un asesino serial, una mamá luchona, el papá soltero de la cuadra, el chófer de un micro, que antes vendían chamoyadas, que un tiempo fue expendio de cerveza, ahí afuera se peleó el Brayan. Y que cuando fueron niños ahí en esa banqueta se sentaban a escuchar los reiterados cuentos de terror basados en la mano pachona.
En la baldosa de este texto resbalan las palabras con las personas. Sobre el tiempo y en el ruido de la muchedumbre me he quedado solo. Me escucho al oído, y oigo mi casa, la voz de la calle, el rezo infinito de la vecina y tres velas temblando en Ia frente. Es una estrella.
En las tardes hay residuos de ollin, la cáscara del día escarapela el paisaje, las sombras comienzan su juego nocturno, los niños corren esconderse, en alguna parte juntos los perros les miran. Hay poca luz, pero de eso se trata el misterio del cuento. Como si nadie hubiera ahí, llaman a la puerta y nadie responde. Eco, algarabía acumulada siendo sustituida por otra tarde, la misma que todas, con puertas amarillas y techos de lámina y un café.
Antes que yo otros se fueron de esta casa, se perdieron entre la gente, en los pueblos del mundo. Hoy paso por la que fue mi casa para cumplir que un día dije que sería el hombre que pasa por la calle y se asoma hacia adentro de un modo inevitable. Lo soy, soy otro al pasar, otros años en el pelo, otros cuerpos en la mirada, otros sueños, otras historias de casas del ir y venir por la tierra.
Por cierto, nada gano con asomarme a lo que un día fue mi casa. Ahí no hay nadie, el acto es inconsciente, busco y no encuentro con la mirada- sobre el montículo de piedra y tierra- algo, un poco de lo que todavía no soy.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA