El pasado es una ciudad inmensa. Las calles son las horas que dejaron huellas. Vas y no encuentras lo que buscas. Escribes lo que hay en las manos, la idea alborotada por el canto de la cigarra. Entonces recoges las armas y ya es tarde en los cables que cruzan las tardes y en el Río imposible de la noche te quedas.
Los días que pasan se vuelven recuerdos, dedos de alambre, imágenes inmorales, máquinas ruidosas cultivando poemas, quejumbres frente al espejo. Con un tabaco en la mano y un refresco de cola en el mundo, una mujer al alcance, no lejos.
Una frase que años después recuerdo, pienso que es nueva y de nuevo la olvido. La vida es la historia de esos días que pasan en su aire de recuerdo, y la refrescante memoria que viene por las noches y se asoma al cuerpo. Los días son horas, segundos, pequeños montículos de tiempo en un libro, pasto de ovejas, cabras en el agostadero.
La vida son días en el cielo que pasa por debajo. La noche es escurridera común de fuego, de enemigos sospechosos. Es una pared chingona la noche escabrosa, tallada en piedra, pegada con agua. En cada pared escurrida de su trono de agua, en su remolque de viento, la noche luce su avatar de lluvias alucinantes.
El dolor se esparce y comienza de nuevo en quien pasa por la calle y voltea a ver su pasado en la noche, su lugubre recidencia. Los días pasan como el cóndor veloz y certero. Sobre todo cae la guillotina sin darnos cuenta y nuestras cabezas ruedan por el mundo inventado que somos, que dijimos, que una vez en tal o cual lugar nos conocimos.
Los días son también olvidos completos, fechas borradas en los mapas australes, brinco donde espera la otra parte caer sobornada con un beso. Un momento inesperado. La noche en cambio es eso, una gata lujuriosa tallando una pata.
El día pasa comoquiera cuando faltas, cuando nadie puede verte por más que lo desee y se le hinque al mundo, cuando dejas de hacer lo que siempre hiciste, ni salir a la calle con los viejos zapatos, con la mirada iluminada y el alfabeto en los labios de todos tan tranquilos. Quisieras retener los días por si dejas algo en el tintero, pero olvidaste la cita y el domicilio.
El día en su algoritmo tiene eso elaborado hasta el fi nal una vez puesto en marcha. la luz es oscuridad al mismo tiempo. Muy temprano te das cuenta cuando se juntan y te sobra memoria para reconocer la esencia de la casa.
El día se marcha. Alguien toca a la puerta. Hay uno de nosotros en la marcha de inconformes. Como existen dos pesos no encontrados nunca debajo de la cama de latón y fierro viejo. Un aire de pobres, una soledad comprada sin dinero.
Tras la noche llegaron los perseguidos fantasmas, huyendo de los asustados, de los encuentros nocturnos en los tejados, en la mirada del perezoso que se confi guró un el espejo. Una columna de pesadillas se amontona junto a la reina que se carcajea de los guardias en el castillo de arena de aquella infancia remota.
Pero este es el campamento temporal y con el paso de las horas notarás que el comportamiento de las hormigas cambia por ejemplo y barren el suelo que imaginan. Los días fueron estos que llegan.
Hay accidentes gramaticales en la esquina contra el poste inofensivo y el sol en la pared de enfrente haciendo bromas.
Uno ignora cómo. El día se vuelve un secreto, prestidigitacion, hechicería, así como para saber la hora exacta en el otro lado del mundo. En el celular que parpadea en la otra mano. Los días son hechos que pasan.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA