En la taza de hoy me tomé un café. En esta hoja una paloma encontró el blanco de sus alas. Estoy inscrito a esta aula de palomas ahora en mi hombro. En mi cabeza yo circulo en una sola calle que da vueltas sobre si misma.
Debo estar loco. ¿En todo caso, si ese es mi caso, hasta cuándo podré seguir fingiendo? Cuando llegue a casa no recordaré esto. No creo que ningún hondo lector se tire de cabeza al fuego por eso ni mucho menos. Sólo alucino.
Nadie vio, desde donde yo estaba, el sombrero que voló por los aires y que antes de caer para ser arrastrado por el viento hizo dos piruetas, pero no es avión ni es pájaro. Así que cayó al suelo. Ya lo recogerá alguien jugándose el físico en medio de los vehículos. El sombrero es Panamá de fieltro, al otro lado de la acera un mago le espera y lo capea a una mano. En la vida paralela un sujeto pisa el sombrero y se aleja satisfecho. Nadie duda de ambas escenas. El aire pudo llevarse el sombrero muy lejos, y no lo hizo.
Pude haber sido más tarde el que llevaba el inventario, todas derrotas, todavía con cierta esperanza. De las cosas equivocadas traje una cachucha que no es mia ni me gusta. Avanzó lentamente y me alejo por la delgadísima banqueta de la realidad.
Lo único real es la portería donde juegan los niños. El gol anotado por el baluarte del equipo a quien todos admiran. Ahí debe andar uno que levita pero no le da a la pelota, ¿qué hacemos con él ?
Heme aquí en el rumor de las especies, sin máscara, con mi hoguera, mi cubeta y la ducha fría de apenas hace una hora. Debí decir cosas más graves y estremecedoras, sepultadas por el agua, pero voy adentro de mi mismo.
Hay un sueño dormido que se desplaza entre la gente que se mueve. La gente con lo que traía puesto cada quien fue a la tienda a hacerse visible en este relámpago de la vida. Somos los mismos sentados sobre una piedra alborotando las hormigas rojas.
Sigo todo. Todo de mi viaja aquí y voy al principio de cada mirada. He tomado cursos de cigarro en los friolentos labios. Iré a dar al destino, habrá un puente nuevo, dos hombre registrando, otro hablando por radio. Luego, una especie de actor de reparto interrumpe mi escena y vuelvo de esa manera a mi montículo de palabras.
Yo pienso en abundancia entre objetos que he extraviado. Esa no era mi función ni venía en el protocolo. No he firmado antes de cruzar la calle, ni es grave para mi holocausto no hacerme caso. Eso juega un torneo entre las cosas que me han sucedido últimamente, mientra uno de los jugadores me envía un balón raso, a media altura, así como la pedía el Tuca Ferreti, yo no estoy en el estadio.
Si el Tuca Ferreti no existiese, yo como quiera hubiera cruzado la calle y fallado aquel penalti imaginario a estadio lleno al patear un bote, el bote pegar en una piedra, la piedra levantó el bote hasta donde iba pasando un señor que no pudo arrojarse al esférico al ignorar lo que era, no más se hizo a un lado para evitar que le pegara en la cabeza. Eso pasa en una ciudad cualquiera.
Pequeños milagros evitan algunos apocalipsis sin calcetines, sin chanclas, sin horizonte buscando en la audiencia la intermitente lluvia de las palabras. Amanece el día sin una liana, las instrucciones están en las manos que son como lagartos y los dedos lagartijillos chiquillos sin sueño.
Aquí estoy ya, en el cortejo como dijo el poeta. Tirando aceite. Es un martes perfecto, podría confirmarlo sin cohesión ni tortura. Sé que me visitan las humanas soledades, que hay respuestas para cuando haya preguntas, y un tintero, una hoja blanca escriben de sus covachas, de sus días sin pueblo, sin una ocurrencia escrita en los labios.
HASTA PRONTO
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POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA