En esta escuela del mundo, no somos malos ni buenos alumnos. Aprendemos con bajas notas pero jamás repetimos un año. De modo que, deteniendo el tiempo pedimos repetir segundo año de prepa, el tercero de secundaria, hoy cuando ya le cambiaron el nombre a la escuela o nunca existió tal cual la hemos imaginado
El aprendiz eterno, el de su primera chamba, nos mira en los reflejos de la primera vez que saltamos del techo y comprendimos por qué no se debe hacer eso con un bulto de cemento. Leemos las instrucciones y esperamos que el otro de el primer golpe.
Desde temprano nos estamos equivocando, el día se presta para cometer todos los errores que haya que cometer en medio de un círculo perfecto: acierto y error son parte de un edificio. Las verdades son dichas a media calle frente a los alumnos sin distinción alguna como en los tiempos de Platón.
Desde niños nos enseñan y aprendemos aunque no queramos. Dicen que se aprende jugando entre la piedra y el descalabrado, de otra forma la observación no funciona, uno debe ver cómo caen al suelo para luego poner una escuela.
Es correcto si todos lo dijeron, pero pudiera no serlo. Uno sabe que dos más dos antes fueron cuatro. La vida, esa gran maestra nos corrige la plana. Uno sabe que otros no saben caminar correctamente, pero no falta quien diga que nadie es perfecto.
Somos únicos en conocimientos que si nos cuestionaran a cada uno, nadie sabría a qué nos dedicamos, con los mismos blues, unos pegan bloks, otros pegan otros blocks hasta que son tantos como para construir una farsa.
Saber es la silenciosa montaña y la solución inesperada, sería lindo saber nada e ir aprendiendo. Saber poco sin que se caiga, pero somos aprendices de muy poco y entre todos obtenemos los grandes resultados que aparecen en el INEGI.
El hombre celebra su apocalíptico génesis que gira en su cuerpo. Nacimiento y muerte y en medio una larga tregua en que espera a ser pasajero. De un lugar a otro, en su portafolio metafórico, el hombre carga lo que sabe. Saber le sirve poco a la hora de abrochar las agujetas, buscar los lentes o perderlos.
Si ponemos atención, ahí estamos todos en silencio bajo el ruido de la ciudad. La disciplina nos forma y en una lista somos ciudadanos de a caballo y en otras de Infantería. Hay una hilera para pagar la luz en tiempos en que pagar con tiempo es una lección. Aunque pagar la luz no es como comprar un kilo de tortillas.
Todos los días el martillo golpea fuertemente un clavo y se sabe que puede precipitarse gravemente al dedo. Deberíamos tener más cuidado al andar bajo los edificios de donde caen pianos inesperados. Cada paso entonces es parte de la encrucijada, que una vez reconocido el terreno, vuelve para escuchar el martillo que golpea un clavo y que en un momento dado podría dirigirse precipitadamente al dedo gordo que sostiene la pluma que escribe que todos los días el martillo golpea fuertemente un clavo en espera de un noticiario.
Cada renglón propone un cigarro en la pregunta vaga de unos labios resecos por el licor. El texto se orilla al margen para que pasen los que saben. Estoy fuera del texto y del candado que abre el acceso. Cada renglón culmina su ronda y el párrafo une las líneas. Alguien dijo algo.
El tránsito al conocimiento es común, se aprende por todas partes y hasta descuidados. Nos falta orden y caos en el conocimiento para hacer un kilo de tortillas de harina. Abajo de lo que escuchamos y del vocerío está el conocimiento con el cual percibimos un riesgo.
El verdadero aprendizaje se adquiere en lugares de sacrificio y dolor. Nada es gratis, la vida cobra y el tiempo es un cobrador. Aprende el hombre a hacer malabares, a saltar y a detenerse en el aire.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA