No tiene que ser así a la fuerza, que un libro complazca a todo lector de uno por uno. Pero un libro existe hasta que el lector se descubre charlando como frente al espejo, entre un montón de protagonistas, gente de gayola, minúsculos personajes, lectores y autores fantásticos. Surge el antagonista que a media página saca un hacha de la oreja y lo persigue; se ignora por momentos cuál de los dos existe, se ignora por mientras qué sigue en este relato.
Cada ciudadano debiera reconocer en el espejo sus defectos, pero es el libro metafórico quien le muestra su «Yo» interno, su rostro espantosamente alegre y triste, su gloria y su infierno.
El libro es el espejo que evoca en cada página la lectura cotidiana de múltiples polígonos. Evoca cultura natural y ciudadana. Cada lector encuentra en dicho volumen el texto que le acomoda, el preciso momento en que salva al antagonista o vuelto personaje secundario estaciona el coche del dueño de Dinamarca afuera del casino.
Cada lector desde su posición arroja la primera pedrada que da en la cabeza del escritor o la guarda por si la ocupa mas tarde. El primer párrafo pone en vilo la existencia del libelo. Se encienden los focos, y el espejo convertido en libro mira al sumiso lector leerse a si mismo. Es posible que se quede dormido.
El inobjetable lector no tiene objeción en continuar la historia en la página 23 a los 25 años. Dos años menos no sientan mal y nadie se entera. Este libro escrito a una sola línea conserva la posibilidad de hacer trampa y manejar el tiempo. Por tanto, en la memoria interna oculta cosas que se refieren a la verdadera historia y no a lo que recuerda.
El final no resuelve en este libro el conflicto de un público acalorado y contradictorio viéndose a diario al espejo, haciendo preguntas. Léale bien, tal vez mañana opine usted lo contrario y se niegue a sí mismo en el segundo párrafo cuando ya esté interesado.
Es incluso probable que el libro le muestre un aspecto de los que usted se resiste a creer, la mancha cerca de los labios, un rozón de patada en la rodilla, el partido político al cual pertenece, el pantalón anticuado. Son cosas que a cualquiera le pasan.
Comienza la resistencia, y da para abajo pensar que has llevado la vida equivocada, las instrucciones del libro vuelto manual envenenó al comediante fuiste con unas galletas de animalitos.
La ironía del nudo en la historia tiene un desenlace inesperado en el instante en el que el espejo es quebrado y la nariz no sangra. Sales ileso de las últimas páginas y no eres el mismo. Te hablan después de un buen libro con la nariz doblada.
El libro cuenta la historia del espejo y la caricatura que le envuelve. El espejo hecho de vidrio a sí mismo en minutos se escribe. Como el pintor cuyos personajes plasman en los gestos su gran parecido, un buen libro y un estupendo espejo encuentran lectores enfrente con un lunar en la frente.
La ciudad ilustrada en las márgenes de ciertas páginas por excelentes dibujantes, no deja de tener ventanas estrelladas de una pedrada, ciudadanos comunes que brincan la barda para ver de cerca la luna y saber quién mese la cuna, descubrir al culpable antes de que la lectura acabe.
Al poner un plato en Ia mesa, el reflejo de la descripción destaca dos huevos a la mexicana con arroz y frijoles negros explicados durante la sobremesa de un futuro prometido para las últimas páginas. Sentado al comedor que da a la cocina, desde el espejo observo.
Esta lloviendo afuera del espejo. Frente a un libro leo y escribo mi primer discurso. En los libros encontré multitud de espejos y adentro en cada suceso el culpable fui yo. Y levanté la mano para continuar leyendo adentro, en la casa de este majestuoso monstruo que es uno mismo.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA