Esta vez llueve como nunca, como hace muchos años no llovía. La gente comenta y otra responde con eficiencia, llueve con fuerza y luego se quita. Es el ciclón. La gente observa el fenómeno desde la ventana de su vida que ha visto mil colores y sábanas de seda, como la cancion de Ricardo Montaner.
Las personas siguen con discreción el paso sorprendente de la lluvia, siempre se aprende. De lejos, el torrencial se aprecia como si fuese una larga cabellera cayendo de su nube. Luego empapado- quien lo vio todo- corre a ponerse a salvo. Desde antes un trueno despierta a la bella durmiente del bosque y comienzan las hostilidades.
Un ciclón- ahí te encargo un kilo de tomate- es capaz con sólo pronunciar su nombre: de vaciar los estantes del super, quitar la ropa del tendedero con carácter de urgencia, posponer una boda, cambiar los planes de quien nunca los hace, suspender un partido llanero, cambiar la hora del recreo en el kinder, impedir que se ponga el tianguis contradiciendo a los oferentes más aguerridos que quieren instalarse caiga quien caiga y cueste lo que cueste.
Llueve en un cuarto pequeñito mientras alguien se baña. Abajo hay microbios sorprendidos por el inapropiado momento. Llueve en donde se desparrama una gota y despierta a las otras.
Una lluvia crea otras, se multiplica de sur a norte, crea la corriente de chorro de este a oeste, de arriba a abajo, rebota, se ubica a ciertos grados de latitud, a una lágrima de la cara, destrozando la estética de la muchacha.
El agua abundante, sin miedo al éxito cae en todas partes. Cae donde habita el ser humano más olvidado y resbala por el cuello de la dama emperifollada de la crema y nata. Cae sobre una playera del tianguis y otra de 35 mil varos, en los tennis Jordan y en los Dunlop que usamos para ir a la escuela.
Pero el agua despiadada reclamó el imperio y desbordó el cordón de la calle, pisó la banqueta y sin llamar a la puerta allanó la casa, pasó por la sala, entró a la cocina y llegó al baño donde yo me encontraba enjabonado y listo para un jicarazo de lluvia con trueno, con agua de una nube cayendo.
La ciudad es un enorme barco y en balsas chiquitas salimos a la merca ambulante. En puestos establecidos compramos refrescos, tortillas, y el celular con datos y fotos para luego “cacarearlas” como una prioridad existencial al Facebook.
Llueve de nuevo y nos mojamos por completo, se estaba cayendo el cielo por un agujero, la canción de la tarde tiene un color gris en la letra, llueve en la orilla de la nostalgia, en el tejado y en el patio hay recuerdos inolvidables que se están mojando.
El río que cruza la ciudad como una víbora, lleva todo a su paso. Hemos venido a ver la fuerza bruta con la cual el agua chicotea las paredes del bulevar de los sueños rotos, que pronto olvidó su día de tronco seco, ahora arrastra troncos. A la gente le da gusto y aprovecha para ver la cola del caudal, antes de que desaparezca del Instagram.
Sobre un gran lago de agua se crea una acuarela; a partir de ahí surgen los personajes que se enfrascan en su propia batalla. En la vida real los personajes de la ciudad ya están ahí con su colorido, y entonces llueve.
Antes de la obra se promueve un gran silencio en el ojo del huracán. En penumbra los datos buscan palabras para explicar de dónde saldrá tanta agua que deberá escurrir hasta afuera de la cartulina y hacer un charco donde caerá la primera gota de tinta sobre el paisaje, para llenar una presa y una cubeta.
Así se describe un diluvio, en la medida de cada gusto. En otra parte hemos dicho que una gota de agua basta para narrar la historia del hombre hecho de agua en unos dos tercios del cuerpo. Si el ser lo deseara, podría nadar hacia adentro hasta que pase la lluvia.
HASTA PRONTO
Por Rigoberto Hernández Guevara