Trato de entender cómo todavía hay analistas políticos que siguen hablando desde su ego sin querer comprender realmente la realidad de lo que sucede en el país y en el mundo. El 2 de junio los análisis de muchas personas que afirmaban vehementemente que la disputa política en México estaba muy pareja se equivocaron por muchísimo margen, y creo que esto sucedió porque su deseo no les dejó ver la realidad de lo que realmente sucedía, por lo que negaron la realidad.
Anhelamos el éxito, el amor, la seguridad y, en general, una versión de la realidad que se alinee con nuestras esperanzas más profundas. Sin embargo, este deseo tiene una peculiar tendencia a deformar nuestra percepción del mundo que nos rodea. A menudo, nos aferramos tanto a nuestras expectativas que llegamos a ignorar, o incluso rechazar, la evidencia tangible que nos muestra un panorama diferente al que habíamos imaginado.
El fenómeno es común: queremos tanto que algo suceda que nuestra mente, casi como por arte de magia, comienza a tejer una narrativa que apoya nuestras ilusiones. Este mecanismo no es necesariamente malicioso; de hecho, puede ser un reflejo de nuestro optimismo y nuestra capacidad de soñar. No obstante, cuando el deseo se convierte en el filtro exclusivo a través del cual interpretamos la realidad, corremos el riesgo de perder de vista lo que realmente está ocurriendo.
La psicología ha estudiado este fenómeno bajo conceptos como la “disonancia cognitiva”, que se refiere al malestar que sentimos cuando nuestras creencias se ven en conflicto con la realidad. Para reducir esta incomodidad, tendemos a ajustar nuestras percepciones o creencias, incluso si eso significa distorsionar la verdad. Aquí es donde el deseo de que algo suceda puede convertirse en un mecanismo de defensa, una forma de protegernos del dolor que podría causar la aceptación de una realidad adversa.
Sin embargo, esta defensa tiene un costo. Al ignorar la realidad, nos privamos de la oportunidad de enfrentar y resolver los problemas de manera efectiva. Nos quedamos atrapados en una burbuja de ilusiones que, aunque puede ofrecer un consuelo temporal, no nos permite avanzar. Peor aún, esta negación de la realidad puede llevar a decisiones que no están basadas en hechos sino en fantasías, con consecuencias potencialmente desastrosas.
POR MARIO FLORES PEDRAZA