Gran parte de lo que consumimos, y me refiero a todo el mundo, está hecho en China. Si en un tiempo lejano fueron sobre todo chucherías de baja complejidad, gradualmente se añadieron productos de cada vez más sofisticados generados en una industria “pesada”, sofisticada y caracterizada por el uso de tecnologías de punta.
Además de celulares, computadoras, chips, y todo tipo de bienes de consumo China destaca en la producción de paneles solares, baterías y carros eléctricos que son las mercancías estratégicas para la transición a una economía menos contaminante
Es tan fuerte el impacto de la producción china en el consumo global que ha encendido las alarmas en los países occidentales industrializados.
Janet Yellen, la secretaria del tesoro de los Estados Unidos viajó a China en abril pasado para expresarle directamente al Viceprimer ministro He Lifeng, la segunda figura más importante del gobierno, la preocupación norteamericana por el exceso de capacidad de producción industrial.
Poco después los ministros de finanzas del G7, el grupo de países más industrializados de occidente señalaron que China ha inundado los mercados globales con su sobreproducción y amenaza el desarrollo económico del resto del mundo.
Ante ello cada vez más países industrializados de occidente introducen medidas de contención al tsunami de productos chinos.
Destacan en este sentido Estados Unidos y la Unión Europea. Sin embargo de poco les ha servido y, ante el ascenso de China como potencia mundial, se muestran cada vez más dispuestos al conflicto militar antes de que China los supere aún más.
China es ya la segunda economía del mundo, solo atrás de Estados Unidos. No obstante, es la primera en producción industrial.
En China se produjo en 2020 el 35 por ciento de las manufacturas del planeta entero; más que la producción combinada de los Estados Unidos 12%, Japón 6%, Alemania 4%, India 3%, Corea del Sur 3%, Italia 2%, Francia 2% y Reino Unido 2%.
Revisemos ahora los fundamentos centrales del enorme, gigantesco crecimiento de la economía china. Tendrá que ser a vuelo de pájaro y con una inevitable simplificación de los hechos, pero va lo principal.
El despegue industrial de China se basó en una moneda barata que le dio una importante ventaja competitiva a sus exportaciones.
Esta ventaja se redobló mediante la estrategia de hacer que las entradas de dólares fueran convertidas en préstamos al exterior. Entre más crecían las exportaciones y la entrada de dólares, más capacidad tenía China para hacer prestamos al exterior.
La estrategia fue doble. Por una parte ofrecía mercancías baratas porque la moneda china era barata, debilitada a propósito. Además, su gobierno financia expresa y directamente, o de manera indirecta, la exportación de sus mercancías al financiar el poder de compra de terceros países.
China es hoy en día la principal prestamista del planeta entero; incluyendo a Estados Unidos como su principal cliente financiero. Al prestar a otros países facilita sus ventas sin reciprocidad; es decir que vende sin comprar.
El mundo entero está endeudado con China porque le compran mucho más de lo que le venden. Esta es la situación de México, Estados Unidos, Canadá, los países industrializados de occidente y prácticamente todos los países de mediano y bajo nivel de desarrollo.
Esta estrategia financiera es hoy en día el más fuerte soporte del incremento de las exportaciones de China en tanto que, para evitar las quejas del exterior, el gobierno fue permitiendo un encarecimiento moderado de su moneda. Pero al no caer en la trampa de una moneda fuerte intencionalmente la sigue manteniendo barata.
Sacar los dólares recibidos por las exportaciones en forma de préstamos al exterior tuvo también importantes implicaciones dentro del país. Los consumidores y las empresas chinas enfrentaron continuamente que los dólares fueran escasos y caros.
Esto provocó en primer lugar que la elevación sostenida y substancial de los salarios de los trabajadores chinos se tradujera en demanda de mercancía producidas dentro del país y no en importaciones substanciales.
En paralelo las empresas también se vieron forzadas a basar sus incrementos de producción en el uso de insumos comprados a otras empresas chinas y no tanto en importaciones. Esta política no se tradujo en una imposible autarquía o autosuficiencia total, pero si en una fuerte promoción de la substitución de importaciones.
Mercado y producción internos se dinamizaron mutuamente. La lucha contra la corrupción es una de las más decididas y eficaces del mundo, en verdad draconiana.
Aquellos que corrompen generalmente reciben penas de cárcel que pueden llegar a ser prisión perpetua. Un empleado público que se presta a la corrupción puede ser castigado incluso con pena de muerte. Los parientes de un empleado público que reciben dádivas para influir en las decisiones de su pariente, o aquellos que fueron empleados públicos, pero aún tienen influencia en las decisiones y reciben dadivas, pueden tener penas de cárcel de hasta 15 años. Todos los anteriormente mencionados pueden ser confiscados en sus propiedades.
China se define como una economía de mercado socialista. Combina empresas capitalistas con un gobierno comunista que posee empresas monopólicas y bancos del estado que mediante el abastecimiento de insumos estratégicos y la orientación del crédito promueven, orientan o determinan el rumbo de los incrementos de la producción.
La gran fortaleza económica del Estado permite que las empresas privadas paguen menos impuestos en comparación a los países occidentales y que incluso sean subsidiadas en los rubros de producción que los planes del gobierno consideran estratégicos.
Cabría pensar que China considera estratégicas a todas sus exportaciones. Subsidiar exportaciones implica que favorecer el empleo y el bienestar internos, pero induce el desempleo en otros países. Los demás, al comprarle a China sin reciprocidad comercial, importan desindustrialización y desempleo. La estrategia económica de China es brutalmente efectiva y la más exitosa del planeta entero. Tal vez podríamos aprenderle algo.