CIUDAD VICTORIA, TAM.- Vas manejando al trabajo con 15 minutos de retraso. Durante todo el camino intentas pensar en un pretexto por ofrecerle a tu jefe. Al llegar, te disculpas y le dices que se te atravesó un cocodrilo de tres metros en la calle.
¿En cuántos lugares del mundo podrían creerte semejante tarugada? Pues, Tamaulipas es uno de ellos. Es bien sabido que en nuestro estado hay cocodrilos. Muchísimos cocodrilos. Tampico es -por supuesto- la capital cocodrílica entre nuestro folclor, pero la verdad es que los hay en buena parte de la entidad.
Se han avistado en el Río San Marcos a la altura de la torre de cristal, y en prácticamente todos los cuerpos importantes de agua dulce desde la Presa Vicente Guerrero hasta La Vega Escondida; pasando por Güémez, Casas, Mante, Ocampo, Llera, Gómez Farías – por nombrar algunos municipios.
Si uno va de puerta en puerta como encuestador del INEGI pidiendo la opinión general de la población sobre el tema, muy rápidamente se llega a un consenso: mátenlos. ¿Para qué nos esperamos a que nos maten a nosotros? Además, ¿ya vieron cuántos hay? ¡Son una plaga!
Estos son pésimos consejos. Se han intentado antes, y han fracasado míseramente – una y otra vez. A continuación abogaré que lo mejor que podemos hacer es incentivar la conservación del cocodrilo de pantano en Tamaulipas – no su erradicación. Para ello, iniciemos con un planteamiento del problema. Los cocodrilos y los humanos no solamente coexistimos en la misma región, también nos asentamos al borde de ríos y presas.
Estos cuerpos de agua están interconectados, especialmente en temporada de lluvia, por lo que eventualmente veremos algún cocodrilo varado en nuestras ciudades.
Estos animales son, por supuesto, grandes depredadores que pueden acabar con una vida humana sin mucho esfuerzo, cosa que trágicamente ha ocurrido un par de veces en la última década.
Ahora, uno asume que por pura lógica, cuando reduces la población de un depredador grande, reduces paralelamente los casos de ataques a humanos.
Esto ya se ha intentado, y no funciona en lo más mínimo. Durante la década de 1960 en la Isla de Oahu, Hawaii, hubo un aumento estadístico en ataques de tiburón. Mataron 4668 tiburones en respuesta, pero no hubo reducción alguna en la frecuencia de ataques.
Lo mismo ha ocurrido con osos norteamericanos, tanto pardos como negros; incrementan los accidentes, exterminan a buena parte de su población, y nada cambia.
Pero… ¿como por qué? La explicación va por partes. La primera es que si te acercas a la orilla de una laguna, no necesita haber una docena de cocodrilos esperándote para que corras riesgo. Sólo se necesita de uno. Pero si hay una docena, la gente tendrá mucho más presente ese peligro.
De hecho algunos estudios (como uno publicado en la revista Biological Conservation) llegan a la conclusión de que el exterminio parcial de depredadores grandes termina siendo contraproducente por esta misma razón: como hay menos, la gente se confía de más, pero tres cocodrilos te hacen lo mismo que tres mil.
Estudios en Australia han reafirmado esta conclusión matemáticamente. De hecho, han demostrado que si se buscara reducir un solo ataque por año, tendrían que erradicar al 90% de sus cocodrilos.
Esto no es viable. Además de las complicaciones logísticas, se detonaría un desastre ecológico. Los depredadores ápex estabilizan los ecosistemas y aportan a su resiliencia – volviéndolos valiosísimas herramientas de conservación.
Este dato es bien reconocido en otras partes del globo, donde lo que buscan es reintroducir depredadores grandes a su distribución original – una estrategia totalmente opuesta a la de “mátenlos”, pero demostrablemente mucho más efectiva.
Muchos creen que los cocodrilos tamaulipecos son una “plaga”. Esta afirmación no tiene sentido, por donde se le busque. En primer lugar, hablamos de una especie nativa a la región, que ha estado aquí millones de años antes que nosotros. Segundo, no existe tal cosa como una sobrepoblación de depredadores, ecológicamente hablando.
Por pura lógica, la población de un depredador solamente puede crecer acorde a la disponibilidad de sus presas, formando un balance en la red trófica. La cantidad de cocodrilos siempre será proporcional a la cantidad de comida disponible. Y si erradicas a esos depredadores, sus presas sí se convertirán en una plaga.
Entonces, ¿qué sí funciona? Pues, mucho de lo que ya se hace. Cuando un cocodrilo es visto atravesando una calle (calle que atraviesa su humedal), es buena idea reubicarlo a una zona pantanosa alejada de la ciudad. Por supuesto, es de esperarse que eventualmente otro termine perdido en el mismo lugar. Pero a partir de ahí sólo es cuestión de repetir el proceso.
Por Marco Zozaya