Es inevitable: con el reacomodo político que se percibe en Tamaulipas tras los resultados de la última elección, al interior de la Cuarta Transformación han iniciado -acaso con demasiada anticipación- los primeros movimientos en el tablero de la todavía lejana sucesión.
Suele ocurrir, con la apabullante victoria de Morena en el estado y en toda la República, los cuadros políticos de ese movimiento asumen que ponerse en la recta final de una eventual competencia interna, los pondría en la antesala de la gubernatura.
Veremos muchos brazos levantados, muchas fotografías en redes sociales y apariciones estruendosas en la prensa, nada que no se haya visto antes, pero con una diferencia importante: lo que ocurrió el 2 de junio pasado otorgó al gobernador Américo Villarreal Anaya el control incuestionable de su partido de cara a los procesos electorales que vienen, pues nadie debe olvidar que antes del 2028 está el 2027, cuando se renovarán las alcaldías, el Congreso local y las diputaciones federales.
Ese contexto triunfal del pasado cercano le ha dado bríos a algunos liderazgos morenistas, pero también ha puesto al borde del sepulcro las inquietudes de un grupo de políticos tamaulipecos que desde hace años atesoran la esperanza de encabezar un proyecto estatal que los lleve a la gubernatura. Casos sobran, pero quizás en la frontera están los más evidentes.
La familia Peña Ortiz que ha gobernado Reynosa por nueve años y llegará a los doce si nada extraño sucede, representa el ejemplo claro de un cacicazgo regional pernicioso para la población. Volcada a su ambición de escalar políticamente hasta llegar a la gubernatura, Maki Ortiz ha tomado al municipio como rehén.
Nadie debería olvidar que su llegada a la política se dio gracias a su cercanía con Felipe Calderón y Margarita Závala, que la hicieron subsecretaria de salud en el gobierno federal. De inmediato, sin escalas de por medio, exigió para sí misma la candidatura del PAN a la gubernatura de Tamaulipas, que no consiguió.
Como premio de consolación, le obsequiaron la alcaldía de Reynosa. Desde ahí, empezó a tejer una red familiar que derivó en dos administraciones municipales marcadas por investigaciones de corrupción y de abusos contra los sectores productivos de la ciudad, algo que no cambió cuando entregó el poder a su hijo, Carlos Peña Ortiz, quien sigue en la mira de la justicia por diversas acusaciones de enriquecimiento ilícito.
Lo único que cambió fueron los partidos a los que Maki y su hijo dicen representar. Cuando el PAN le negó a “Makito” la candidatura para la alcaldía, su madre tocó las puertas de Mario Delgado, quien no tuvo empacho en abrirle las puertas de la 4T a cambio de un pago millonario, según cuentan fuentes cercanas a la negociación.
Ya ungida como morenista, Maki enfiló sus baterías contra el entonces senador Américo Villarreal Anaya, quien ya se perfilaba entonces como el más fuerte contendiente interno por la candidatura a la gubernatura en el 2022. De hecho, ya fue la única que no aceptó el resultado de las encuestas y acudió a los tribunales para judicializar el caso. Un año después, también presionó con todas las artimañas a su alcance para ser candidata de Morena al Senado, lo que tampoco consiguió, y luego -faltaba más- en el 2024 lo volvió a intentar sin éxito, hasta que en el Partido Verde le regalaron un espacio para que finalmente, a partir de este 1 de septiembre ocupe un escaño en la Cámara Alta. Pese a lo que pudiera pensarse, Maki llega a esa posición en condiciones de absoluta debilidad política, atrincherada con un grupo político cada vez más pequeño, porque quienes alguna vez consecuentaron sus actitudes, hoy entienden que su cercanía es dañina.
Un caso similar es el de José Ramón Gómez Leal, un personaje que ocupa un espacio en el Senado, pero cuyas apuestas políticas lo han alejado cada vez más de su obsesión por llegar a la gubernatura de Tamaulipas.
El problema de “JR” en realidad viene de más atrás, y tiene que ver con su parentesco político con el ex gobernador Francisco García Cabeza de Vaca; el supuesto alejamiento que mantiene con el ex mandatario y principal enemigo de la actual administración estatal, cada vez resulta más difícil de sostener.
La familia Gómez Leal y la familia Cabeza de Vaca representan el mismo mal al que los tamaulipecos le dijeron un sonoro “Basta” en las urnas. A ello, se suman los dislates estratégicos que ha cometido el ex super delegado de Tamaulipas. Quizás el más grave sea su cercanía con Adán Augusto López, a quien le debe su senaduría y su probable incorporación al Gobierno Federal.
El tabasqueño, vale la pena recordar, fue el más áspero de los competidores internos de Morena contra Claudia Sheinbaum, y en el caso específico de Tamaulipas, contra el gobernador Américo Villarreal Anaya.
A ello, deben sumarse las versiones que siempre vincularon al entonces Secretario de Gobernación, Adán Augusto López, con el ex gobernador Francisco García Cabeza de Vaca, a quien le habría tendido una red de protección para evitar que enfrentara a la justicia.
En ese contexto adverso, el único escenario que pareciera tener a la mano “JR” es pelear por imponer a alguien de su grupo en la competencia por la alcaldía de Reynosa, pero incluso esa posibilidad luce lejana.
Otro fronterizo al que se le han ido extinguiendo sus proyectos políticos es a Mario López Hernández, el alcalde con licencia de Matamoros y nuevo diputado federal.
El suyo es un caso digno de estudio clínico por la forma en la su soberbia incontrolable saboteó sus planes. Por obra y gracia de la casualidad, se convirtió en presidente municipal de su ciudad después de una carrera mediana como político y empresario.
Su primer error fue creer que su ascenso se debía a sus méritos y no a la ola obradorista que barría en todo el país.
Mantuvo esa falsa creencia durante los cinco años que gobernó Matamoros, en los que sumió al municipio en un retroceso acelerado, y una vez al borde del abismo, decidió pelearse contra todos los que alguna vez lo apoyaron.
La consecuencia de esa actitud arrogante es la irrelevancia que a partir de ahora padecerá en la Ciudad de México.
Otros de los que aspiraron con mayor pasión a la candidatura de Morena en el 2022 parecen enfocados en otros proyectos. Rodolfo González Valderrama tiene ahora un empleo envidiable: es el Cónsul General de México en Miami, donde seguramente se la pasará muy bien, pero estará muy lejos de la realidad política tamaulipeca.
Héctor Garza “El Guasón”, dejó la esfera federal y tropezó en su acercamiento como asesor general de la familia Peña Ortiz. Hay otros, como Olga Sosa Ruiz, que en aquella lista y en aquel momento lucía con pocas posibilidades, pero hoy arranca un proyecto político más sólido que claramente tiene como finalidad ganar la encuesta que realizará su partido allá por el invierno del 2027.
Desde Nuevo Laredo, los Canturosas probablemente pisen el acelerador en los próximos años para aparecer como factores de poder cuando llegue el momento, y el alcalde electo de Madero, Erasmo González también apunta a meterse entre los finalistas. Muchas de estas variables, vale la pena recordar, dependerán por completo de la decisión que tomen los órganos electorales y luego el partido respecto al género al que le corresponderá la gubernatura.
Ahora bien, si entre los morenistas hubo personajes derrotados -a pesar de haber obtenido posiciones políticos- entre los opositores el panorama es desolador. Prácticamente nadie salió indemne del tsunami que sufrieron el 2 de junio.
Tal vez, puedan presumir de mayores probabilidades quienes se estrenan hoy como diputados federales: Chucho Nader como el único que ganó su distrito, y “Truko” Verástegui como plurinominal en sustitución de Francisco García Cabeza de Vaca, cuya debacle se agudizó con la decisión del INE de no avalar su candidatura.
La derrota del cabecismo es precisamente el principal lastre de quien se supondría como aspirante natural, la ahora senadora Imelda Sanmiguel, a quien incluso dentro del panismo se le cuestiona su cercanía con esa corriente política.
POR STAFF