En muchos hogares mexicanos ya se siente el Dia de Muertos, pues muchas familias ya colocaron su tradicional altar para recibir a sus seres queridos que se adelantaron en el camino, por lo que, desde los últimos días de noviembre ya se perciben los aromas y el colorido que acompañan esta entrañable celebración.
Sin embargo, también ocurre que, para muchas personas, su ajetreado estilo de vida y las responsabilidades del día a día les impiden seguir esta hermosa tradición al pie de la letra y terminan colocando la ofrenda a la mera hora, o de plano, ni siquiera la instalan, ya sea por falta de tiempo, o simplemente porque ni conmemoran estas fechas.
El Día de Muertos es una festividad de gran importancia en todo el país, en donde se celebra de diferentes formas, por ejemplo, el Xantolo en la región de la Huasteca; o el Xanal Pixan en la Península de Yucatán, por lo que da identidad a los mexicanos.
Incluso, existe una triste leyenda en la que se explica qué ocurre cuando una familia no coloca el tradicional altar y que ha conmovido a miles de personas a través del tiempo, pues, de acuerdo con la tradición, el Día de Muertos es la única fecha en la que nuestros seres queridos tiene la oportunidad de volver del más allá y disfrutar de todos esos placeres que los hicieron felices en vida.
La triste leyenda del hombre que no colocó altar de Día de Muertos
La historia se desarrolla en vísperas del Día de Muertos en el estado de Tlaxcala, en donde un hombre, llamado Felipe, observaba cómo sus familiares y vecinos, atareados, se preparaban para esta festividad, comprando todo lo necesario en el mercado y adornando sus hogares para recibir a los fallecidos.
Sin embargo, para Felipe esto no era importante un hombre algo holgazán e incrédulo sobre la celebración, y quien consideraba que todo se trataba de un invento, y a pesar de que su esposa Hortensia le rogaba porque le diera algo de dinero para comprar todo lo necesario para la ofrenda, Felipe se negaba una y otra vez.
Los días pasaron y ya estaba muy cerca el Día de Muertos, Felipe seguía en su misma actitud por lo que Hortensia no tuvo más remedio que buscar trabajo y ponerse a lavar ajeno para juntar el dinero suficiente y comprar comida, velas y flores para su altar, sin embargo, solo le alcanzó para unas velas, por lo que el resto de la ofrenda quedó totalmente desangelada.
La noche del 31 de octubre, Felipe salió de su casa para cortar leña, sin embargo, en el camino se topó con una pulquería, a la que entró y se emborrachó con unos amigos, con quienes se puso a bromear, hasta llegar al tema de las ofrendas.
Entonces, uno de los borrachines, de nombre José recordó en ese momento a su mamá fallecida, lo que hizo que todos dejaran de lado las bromas, pues el hombre comenzó al llorar por lo mucho que extrañaba a su madre, aunque le reconfortaba que la ofrenda que había colocado en su hogar serviría para que ella volviera y lo visitará.
Felipe continuaba incrédulo y siguió con sus burlas por el Día de Muertos, incluso, sus amigos le reprocharon su actitud e intentaron hacerle ver lo importante de esta tradición, lo que finalmente molestó a Felipe, quien terminó yéndose muy molesto del lugar.
Debido a la borrachera que se había puesto, Felipe se quedó dormido en medio del monte, sin embargo, de repente unos murmullos lo despertaron y fue entonces cuando vio a una multitud dirigiéndose al pueblo entre quienes reconoció a sus padres fallecidos y a algunos conocidos, del susto, Felipe se desmayó.
El hombre despertó horas después, y fue entonces cuando vio que los visitantes regresaban por el mismo camino muy contentos con itacates en sus manos, menos sus padres, quienes solo cargaban un trozo de carbón y caminaban con un semblante triste y desolado.
Felipe se acercó a ellos y sintiéndose la peor persona del mundo les preguntó qué ocurría, entonces sus padres le reprocharon haberlos olvidado y no dedicarles un solo día para honrar su memoria, por lo que el hombre, arrepentido les pidió que esperarán.
Aún sin poder creer lo que acababa de vivir, Felipe corrió lo más rápido que pudo a su casa, y e pidió a su esposa que le preparara algo de comida para llevarles a sus padres, sin embargo todo fie en vano, pues ellos ya habían regresado al más allá.
Al día siguiente, decenas de personas quedaron sorprendidas al encontrar el cuerpo de Felipe en el monte, sin embargo, lo más inquietante era el semblante de dolor y arrepentimiento que se veía en su rostro, además que de en sus manos llevaba el itacate que intentó entregar a sus padres muertos.
Es por esta razón que se sostiene que aquellos que se niegan a erigir un altar en honor a sus seres queridos fallecidos pierden la protección que estos les brindan y quedan vulnerables ante cualquier entidad maligna.
Por ello, es fundamental mantener viva la tradición de colocar cada año una ofrenda dedicada a nuestros amados, quienes, aunque ya no estén, merecen ser recordados y honrados.
CON INFORMACIÓN DE EXCÉLSIOR