En mi página en blanco- todavía invicta, intacta y vacía- los dedos son chamacos atrevidos, boy scouts de la colonia que incursionan en lo desconocido.
La hoja de papel con la espectativa y el especulador, es la narrativa del bisturí que cortó de tajo el día. En el índice hay palabras que debieron ir desde el principio, mas actuaron con alevosía.
La hoja blanca es una cancha de fútbol durante un juego de ausentes, del público se ignora si todavía no llega o con su argumento propio se retiró de las gradas. Estoy aquí como los grandes viendo la nada, escuchando mi respiración levitando sobre la sábana. No me atrevo, pero lo hago.
Con los ojos cansados acerco el rostro para ver la ilustración presentida, he dibujado mi fantasía que aún no llega al lápiz, es la tentación incómoda e insegura, el terror de los primeros que se aproximan al mercado sin conocer los precios.
Cualquier cosa que escriba puede ser usado en mi contra, pero nadie escapa, quien lea no puede dejar de ser testigo. Una vez dicha, la palabra orada los sentidos, mora en las personas aún dormidas.
Lejos están las carcajadas tristes, los encuentros a ras de calle de una palabra con otra, la oración de la tarde, el lenguaje del tacto. Aquí está lo que no escribo, está lo que otros leyeron, están las cajas que no acomodé en la gran bodegas del universo y también los animales de una granja que es de nadie.
Me asomo al precipicio de la hoja. No existen escaleras para caer tan bajo ni para marearse encima de un ladrillo. Uno se queda solo escondido en el incendio. La hoja suele fundir la oscuridad gráfica del miedo con la valentía de una razón poética. Y no lo hace.
¿De dónde vendrá la imagen con su ocurrencia, a qué hora exacta para ir a echarme unos tacos?; podría ser mañana o cualquier día del año. Podría ser una respuesta sin pregunta, una persona descrita como si existiera de veras, una ilusión óptica manchada de tinta.
El lenguaje es el principal aliado de quien escribe pero también el mortal enemigo. El juego inicia perdido y así continúa. Quien escribe sabe que puede borrar y empezar de nuevo, sin embargo de eso no se trata. Se trata a veces de seducir, inducir, invocar, igualar, presumir, contar, narrar, convencer, conversar y muchas cosas más como lo hay en el mundo o en un simple grupo de WhatsApp.
Y pensar que la simple hoja escrita logra hacer llorar al más fuerte, hacer reír al triste, duele a la distancia, sana, cura, consuela, hunde, ahoga en deudas, somete al tirano, descubre el escondite secreto del bandido, halaga al hombre bueno y condena, repercute en el castigo.
Aquí se trabaja, se escribe sobre una lámina que se apoya en los muros de las piernas, por omisión censura nombres, sugiere opciones ambiguas, escribe órdenes, y enlista un ejército de eslabones.
Mientras tanto escucho obsesionado el eco neurótico del pensamiento, me acecha el ruido del entusiasmo, canta un gallo, pasa una motocicleta, un niño llorando, un perro ladró y nunca ladra. No dejo de escucharme, estoy en medio de un juego de árbitros.
Y sin embargo hay huellas borradas por una tormenta de arena, hojarasca de otoño, una hoja recuerda el viaje más largo que hizo. Sobre el plano un avión aterriza sin pasajeros y todavía lo estoy pensando. Una paloma vuelve a la cornisa y se asoma al blanco de los ojos, emprende el vuelo de regreso a la antigua iglesia con fraile solitario.
Estoy en los huesos, veo al pequeño neonato tras la cristalería de la Matrix. La hoja está a punto de dar a luz el texto y trueno los entumecidos dedos antes de depositarlos en el teclado con una fianza, una disculpa, acaso un atentamente de mi parte.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA