Después de una contrariada espera en el aeropuerto de la ciudad de Reynosa, Tamaulipas, los pasajeros, 21 en total, muchos de ellos trabajadores petroleros, abordaron el avión, un viejo DC-3 de la Aerolínea SAESA, en el que volarían al puerto de Tampico.
Era la tarde del 31 de diciembre de 1968 y estaban impacientes de partir para celebrar el fin de año con los familiares y amigos.
La aeronave, matrícula XA-SAE, tripulada por el capitán Mario Villanueva, el copiloto Javier Barrios, el oficial mecánico José González y la sobrecargo Ingrid Kunssonderoson, despegó a las 14:30 horas.
El tiempo estimado de vuelo sería de una hora.
La primera media hora transcurrió sin novedad, pero unos minutos después comenzaron las dificultades.
Repentinamente el cielo se oscureció, empezó a llover, la velocidad del viento aumentó y descendió bruscamente la temperatura. Además, la turbulencia provocada por la inestabilidad atmosférica empezó a sacudir al aparato que había entrado en un frente frío que se desplazaba rápidamente de norte a sur.
Aparentemente, el avión sufrió una falla en el sistema de radiocomunicación y alguna otra avería que impidieron al piloto poner al tanto de los problemas a las autoridades y lo obligaron a buscar la costa para evitar los riesgos de volar en aquellas condiciones entre las montañas.
No se sabe lo que ocurrió después.
El bimotor debería haber aterrizado en Tampico alrededor de las 15:30 horas, tres y media de la tarde, pero no llegó.
Después de un intercambio de información entre las autoridades aeroportuarias de Tampico y Reynosa se concluyó que algo grave había pasado. El DC-3 estaba perdido ignorándose lo sucedido, aunque se temía lo peor.
Inquietos por el retraso, los familiares y amigos de los pasajeros que habían acudido a la terminal aérea a recibirlos interrogaron al personal de la empresa aérea sobre el motivo de la demora, pero como ocurre habitualmente en estos casos, no fueron informados con veracidad.
Previendo la tragedia, las autoridades emprendieron inmediatamente una intensa búsqueda de la aeronave por aire y tierra. Helicópteros facilitados por Petróleos Mexicanos, aviones privados, al igual que elementos del Cuerpo de Paracaidistas del Ejército, Brigadas de Auxilio de la Policía Rural y Unidades de Rescate de diversas instituciones, empezaron a ‘peinar’ la zona.
La información que se tenía hacía suponer que el aparato habría caído al mar o intentado un aterrizaje forzoso en alguna parte de la costa de Tamaulipas, aunque también se presentía que a causa de las condiciones climatológicas se hubiera estrellado en la región montañosa.
Mientras los familiares de los aeroviajeros perdidos vivían horas de angustia esperando un milagro, transcurrieron dos días sin que se tuviera ninguna noticia. Los participantes en el rastreo no encontraron ningún vestigio del aparato y las condiciones adversas del clima dificultaban la tarea impidiendo que ésta se desarrollara con la prontitud que la situación exigía.
Fue hasta el día 2 de enero cuando lo localizaron.
Exactamente a las 15:45 horas el capitán Jorge Téllez que tripulaba el avión XB-SUA, acompañado del general Carlos Perkins Celis, comandante de la Octava Zona Militar, avistaron los restos de la aeronave en un saliente de la sierra tamaulipeca, aproximadamente a unas treinta millas de la carretera Aldama-Soto la Marina.
La infausta noticia fue comunicada a las unidades de tierra y después de 84 horas de iniciada la exploración, un grupo de rescatistas encabezado por Jaime Humphries, al que se habían unido los reporteros del El Sol de Tampico Rubén Cepeda Lara y Enrique Álamos, llegaron al sitio del desastre.
Éste se encontraba ubicado en un punto de la montaña que los lugareños llamaban ‘Dientes de Moreno’ del rancho de La Concepción del municipio de Aldama, propiedad del Ingeniero León Aragón.
El viejo DC-3, según versión de los primeros testigos del fatídico accidente, se había impactado contra un monte de pinares, luego explotó y sus restos se esparcieron en una amplia zona. Nadie logró sobrevivir.
POR JOSÉ LUIS HERNÁNDEZ CHÁVEZ
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