El anfitrión que se precise debe saber recibir toda clase de visitas, estar preparado para lo imprevisto, preparar la habitación de las visitas, la recepción y los alimentos que se ocupen según sea el caso y el número de ocupas.
Con mi abuela en el rancho las visitas eran a diario e indistintamente a tomar café desde muy temprano. Llueve o truene ahí los veía uno en Ia solera de la casa esperando un claro del espacio para entrar y solicitar el preconcebible todavía hirviendo en la enorme taza de barro o peltre según toque. Las visitas eran tradición por muchos años. Pero eran las visitas un pisa y corre, no se quedaban a cambio de los pocos que se quedaban a la concha o a tirar barra.
En los primeros días de la visita que llega de vacaciones, luego del beso de rigor y los saludos atentos, de las curiosas miradillas de los chiquillos que acuden de bien lejos, comienza la sana convivencia y la confesion de ambas partes. Tanto visitas como anfitrión parecen haber nacido el uno para el otro.
Poco a poco las visitas aceptan o no las reglas no escritas y ancestrales de los anfitriones que pudiesen o no ser perfectas normales o peculiares, justas e injustas, pero que en la angostura de la visita no se sabe si por años debería aceptarse de antemano sino es que a rajatabla antes de que les abran la puerta para que se vayan o en caso contrario les pidan, casi les rueguen, «por favor no se vayan».
Es normal que a los tres días comience a anotarse las diferencias entre anfitriones y sus visitas y que por ende inicien comentarios tras bambalinas antes del almuerzo: «fulano despierta a las cuatro de la mañana cuando todavía duermen todos, como si se ocupase de algo y no hace nada, ni siquiera se baña el vato».
El patio es un partido de fútbol ganado por la visita y eso cala, entonces en la sala repleta ven programas en la tele que nunca se mira. El señor reporta que su señora ya no es la misma, e ignora por qué ahora usa minifaldas prestadas por la vecina.
La familia anfitriona habría sobrevivido a un bombardeo pero a una visita como aquella nunca, las lámparas tampoco. En ese espectáculo ocurre de todo: un niño se perdió y resultó que estaba escondido en un tambo de doscientos litros; otro se aventó al vacío del segundo piso y se quebró un brazo, llegó la cruz roja por él y todo; uno entre todos, nunca se supo quién, por poco quema la casa con un buscapiés y un vecino anónimo luego de intentar apagar el fuego con una cubeta de 20 litros llamó a los bomberos. Nadie se fue por eso.
Por la noche los más chicos escuchan lo que no debieran, las historias de las visitas se engarzan con las del anfitrión volviéndose el chisme que trasciende, los más jóvenes cuentan chistes incomprensibles y bastantes mentiras.
Sin embargo las visitas son lindas cuando amanece y hay miel sobre hojuelas. Lo último que deseas es que se despidan y ya en Ia puerta con un pie en el estribo de la camioneta preguntas: bueno ¿por qué no se quedan?
Igual cuando somos visitas y no queremos romper una taza, descomponer la licuadora, tapar el baño que aseamos cada que lo ocupamos, hacer la cama, comprar el mandado aun en contra de los anfitriones que hasta se pudieran ofender si nos pasamos de veras, como en el mundo musulmán que hay celo entre los vecinos por saber con quién te quedarás por más tiempo y eso hay que empatarlo entre los parientes anfitriones.
Cuando concluyen las vacaciones: Ya en Ia puerta el abrazo de despedida es igual de cálido comparado con el de llegada, queda la anécdota graciosa del niño que mudó un diente, el pastel del cumple, el arroz amarillo de la abuela, ojalá vuelvan pronto, los esperamos en Houston, iremos por ustedes al aeropuerto, no será necesario, iremos a pata. Gracias.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA