En alguna parte hay un lugar secreto, un sitio que no más de uno conoce, una puerta cerrada y un espacio cuyo silencio desgarrador dice algo en su resguardo. Enfrente existe el vigilante, quien cuida del sitio oculto, el único que sabe el contenido y el olor de la cosa, el tamaño del secreto y el tiempo que lleva adentro.
En todas partes existe un secreto que nadie o todos al mismo tiempo saben. Los locutores lo saben, lo saben y los periodistas lo saben, lo saben; los de la Santanera lo saben, lo saben. Parece mentira pero existen secretos que todos y nadie sabe. Les voy a decir algo pero no se lo cuenten a nadie.
Los secretos más viejos los viejos los saben, pero no es fácil que acepten a desconocidos o jóvenes inberbes en esa secta: los candidatos a conocer el misterio deben pasar ciertas pruebas entre las cuales deben firmar una carta de confidencialidad.
Un maestro nos dijo cierta vez que por más limpia que una persona se vea, siempre ocultará algo sucio y ese será su secreto con el cual podrá ir muy campante por la vida sin ser menos que el resto de sus semejantes.
Todos viajamos con un secreto callado, oculto entre las ropas, emborronado en un cuaderno, bajo llave, con la boca cerrada, oculto abajo de una mentira, y todos quienes van por la calle serán capaces de mentir con tal de no evidenciar la realidad y el por qué no desean dejar ver su pasado.
Hay secretos que se volvieron mitos, pues la realidad nadie la supo. El tiempo se llevó las verdades y dejó en los rumores los chismes más baratos
No obstante nadie escapa a su secreto, lo lleva consigo al combate cuerpo a cuerpo, al parque, al cine, bajo el cinturón, es un clavo en el cuerpo. Va con el soldado con quien cuida otro secreto, mas los secretos no son discretos entre ellos, las secretarias saben de esto y de lo otro.
En el confesionario frente al Cura del pueblo hay secretos que no se dicen, se confiesa lo necesario, lo evidente, lo más sabido. Dios por ejemplo guarda celosamente la hora del fin del mundo.
Las personas más discretas son las menos vulnerables pues se sabe poco de ellas, hay poco material si se deseara perjudicarle. De hecho en los vecindarios donde se convive a diario, el chisme juega ese papel importante tratando de encubrir y descubrir vulnerabilidades. Los vecinos saben si tienes perro y este muerde, si compraste coche y cuánto te costó y en qué trabaja el muchacho, por si la información fuese requerida en un intercambio de dimes y diretes, frente al Ministerio Público o el privado.
El mismo periodismo descubre los cómo, cuándo, dónde, qué, y por qué de un asunto y de las relaciones personales. En la guerra el enemigo trata de saber los secretos más recónditos del enemigo en el frente de batalla.
Quierase o no la discreción es una manera de sobrevivencia. No es bueno que alguien conozca tu rutina, sepa a qué horas sales de casa ni a qué horas llegas, y menos cuáles son tus debilidades, son cosas que aún sin ser expresadas ahi están expuestas si alguien las busca. Mantener la discreción es una forma de cuidarse.
Hay amores que se ocultan por años y cuando son descubiertos se pierden, se pierde cierto encanto de lo prohibido que hay en lo escondido. Atrás de las miradas el amor está mejor protegido y todavía ahí se logra distinguir entre el amor y el odio.
No todo lo que se ve es cierto, atrás hay otra cosa. Lo que se observa es una simple interpretación de quien lo mira. El ser oculta aún para nosotros todo aquello que todavía no está preparado para ser visto, ya sea frente al pelotón de fusilamiento o ante el ministerio público.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA