El 24 de enero de 2025, el corazón de Ciudad Victoria se detuvo por un instante. En esa fecha, partió María Isabel “Bibi” Arreola Loperena de Avilés, dejando tras de sí un legado que trasciende generaciones. Su luz se apagó físicamente, pero su esencia y su amor seguirán iluminando los corazones de quienes tuvieron la fortuna de conocerla.
Es difícil escribir con el corazón roto y con un millón de sentimientos y recuerdos encontrados. Cuando yo nací, carecía de abuelas, tanto materna como paterna, pero el destino me regaló a mi Tía Bibi, quien, por voluntad propia y con un amor desbordante, decidió adoptarme como su nieto. Desde ese momento, y para siempre, así me trató y así me vio. Ella llenó ese espacio vacío con una generosidad que no conocía límites. Fue una abuela por elección y un refugio de amor, con quien aprendí que la vida se construye con actos simples, llenos de entrega y ternura.
A su lado conocí los matinés de la época de los 80. Con la emoción de una niña que redescubre el mundo cada día, ella se entusiasmaba conmigo, llevándome de la mano a ver mis dibujos animados en las taquillas de cine. No importaba qué tan simples fueran esos momentos, para Bibi eran celebraciones, porque sabía que la vida se encontraba en esos pequeños instantes de felicidad compartida.
Bibi no solo llenó mi vida de amor y alegría; también me enseñó, sin decirlo, que vivir es amar, servir y entregarse a los demás sin esperar nada a cambio. Era un alma chispeante, una presencia que llenaba cada espacio con su voz, su risa y su pasión por hacer el bien.
Un amor que trascendía generaciones.
Bibi Arreola no fue solo mi Tía-Abuelita. Fue un faro en la vida de todos los que la conocieron. Hija de Ciudad Victoria, nacida el 15 de noviembre de 1934, su vida estuvo marcada por la compasión, el servicio y el amor incondicional. Su existencia fue un testimonio de cómo una sola persona, con el corazón lleno de fe, puede transformar su entorno y tocar incontables vidas.
Desde joven, Bibi mostró un amor profundo por las tradiciones tamaulipecas. En el Conjunto Típico Tamaulipeco, difundió con orgullo las danzas y la música que narran las raíces de su tierra. Fue ahí donde encontró al amor de su vida, Carlos Adrián Avilés Bortolussi, un locutor cuya voz resonaba en las ondas del radio y en los corazones de quienes lo escuchaban. Juntos, construyeron un matrimonio basado en ideales comunes: el amor por la cultura, la familia y el compromiso con los más vulnerables.
La grandeza de lo cotidiano.
Bibi no se conformaba con vivir de recuerdos. Su vida fue una cadena de actos extraordinarios en lo cotidiano. Atendía diez asuntos personales, dos institucionales, uno revolucionario, cuatro litúrgicos, tres de sus casas, dos familiares… y todo lo hacía con una sonrisa. En su corazón no había espacio para el cansancio ni para el egoísmo.
Conocía a todos los victorenses. No solo los conocía, sino que los reconocía en cualquier lugar, saludándolos con el cariño de quien encuentra en cada persona una historia digna de ser recordada. Podía recitar de memoria los árboles genealógicos de Ciudad Victoria desde el siglo XIX, conectando las raíces de cada familia con el presente.
Pero su verdadero talento era más profundo: hacía que cada persona que cruzaba su camino se sintiera especial, se sintiera vista. Ya fuera en los momentos más felices o en los más oscuros, ahí estaba Bibi, para celebrar contigo o para acompañarte en tus pérdidas.
Un corazón al servicio del pueblo.
La verdadera grandeza de Bibi Arreola radicaba en su compasión sin límites. Fue madre simbólica para los niños trabajadores, a quienes llamaba cariñosamente “papeleritos”. Les daba alimento, educación y, sobre todo, esperanza. También dedicó su tiempo a las mujeres en reclusión, llevándoles no juicio, sino comprensión, y ofreciéndoles herramientas para reconstruir sus vidas.
Bibi vivió cada día con un propósito claro: hacer el bien sin esperar nada a cambio.
Un legado cultural y comunitario.
Bibi también fue un pilar cultural en Ciudad Victoria. Su amor por el arte y la literatura la llevó a asistir a exposiciones, conferencias, conciertos y presentaciones de libros. No solo era espectadora; era impulsora. Compraba la obra de poetas y pintores jóvenes para alentarlos a seguir sus sueños.
Aun siendo abuela, tomó cursos de computación para escribir un libro de historia. Levantó manifiestos, recabó firmas, supervisó parques, habló con gobernadores y defendió causas comunitarias, sin buscar ningún beneficio personal. Bibi era el corazón de Ciudad Victoria, un alma en constante movimiento por el bien común.
El final de una era.
El 24 de enero de 2025, Ciudad Victoria perdió a una de sus hijas más queridas. Pero su partida no es un adiós. Bibi Arreola vive en cada persona que tuvo la fortuna de conocerla, en cada rincón de la ciudad que tanto amó, y en cada acto de bondad inspirado por su ejemplo.
Hoy, mientras sus restos descansan, su luz sigue brillando. Bibi no solo fue mi Tía-Abuelita; fue una madre por elección, una guía, una inspiración. Su legado es un recordatorio de que la vida más extraordinaria es aquella vivida en servicio a los demás.
Con infinito amor y gratitud,
Tu sobrino-nieto, Luisito.
* Texto inspirado en el homenaje “Las personas que no son la Bibi Arreola” por Marisa Avilés Arreola.