CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- El sol ya no quema, su luz se apaga lentamente mientras las nubes comienzan a cubrir sus últimos rayos. El sonido del galopeo de los caballos, las chivas ‘gritando’ y el lanzamiento del lazo llenan el aire. En medio de esa sinfonía de la vida en el campo, Alejandro Anaya sigue cabalgando, su rostro concentrado, con la misma pasión que le ha dado cada victoria.
Originario de Ciudad Victoria, Alejandro es uno de los vaqueros juveniles más destacados del continente. Orgullo para la Arena La Campestre, ha cosechado innumerables medallas tanto a nivel nacional como internacional, consolidándose como un referente en el rodeo, un deporte que crece cada vez más en la región. Su nombre ya resuena en los rincones del rodeo, pero él sigue trabajando, sigue entrenando, como si cada día fuera el primero.
Siempre acompañado de su fiel compañera ‘Yeguita’, Alejandro nunca deja de trabajar. Al subirse a su caballo, su rostro se ilumina con una sonrisa, y se le nota tranquilo, disfrutando de cada momento en su mundo: el rodeo.
Ese es su lugar, su vida. En medio de su entrenamiento -que puede durar hasta más de cuatro horas- interrumpe para conceder la entrevista, pero no sin antes terminar un pendiente: “Espérame, vamos a meter unas vacas a la traila, dame cinco minutos”.
Es por esos momentos cuando uno entiende realmente lo que después compartió en la entrevista: “Me encantan los animales, me dan paz”.
Y es que su amor por ellos y por el rodeo es tan grande que incluso dejó atrás su sueño de ser beisbolista, pues en su tiempo, fue tercera base y pitcher en la Liga Santa María de Aguayo, en Ciudad Victoria.
“Sí jugué béisbol, lo hacía a la par del rodeo. Participé en la Liga Santa María de Aguayo y competí en varios torneos, pero el que más recuerdo fue un estatal en Tampico, donde quedamos en segundo lugar”, recuerda. Y añade, “era algo bueno, pero al final elegí quedarme en el rodeo porque, como te digo, los animales me dan paz. Salgo de la escuela y me desestreso con ellos. Simplemente, por eso estoy aquí”, señaló.
Alejandro comenzó en el rodeo a los tres años. Aunque en ese entonces no imaginaba todo lo que viviría, ya disfrutaba de la experiencia.
“Mi primer recuerdo es a los tres años, cuando participé en mi primera competencia. No me fue muy bien, era mi primer torneo, pero después comencé a mejorar. Incluso gané un estatal en Nuevo Laredo unos años después”, cuenta con humildad.
Pronto empezaron a llegar los éxitos a su vida deportiva, pero no sin antes pasar por varios tropiezos que terminaron por forjarlo como persona y deportista, “en 2017 fue mi primer nacional, llegué a la final, pero no pude ganar, pero la verdad todos esos torneos que no ganaba me servían de experiencia”, aseguró.
“En 2021 fui campeón nacional de lazo en falso y vaquero completo. Fue una gran alegría porque sentí que mi trabajo, el esfuerzo con mi caballo y mi entrenador que es mi papá, dieron frutos. Fue el resultado de todo el sacrificio”, afirma con una sonrisa de satisfacción.
El sueño de Las Vegas y la fe inquebrantable
Alejandro sonríe al recordar uno de los momentos más grandes de su carrera: su participación en el Mundial. “Fue emocionante, estar ante los mejores del mundo es algo increíble. Quedar en el Top-13 fue lo mejor, me tocó destacar en una de las disciplinas y me quedo con esa experiencia”, relata con orgullo.
Pero no se conforma. Sabe que el rodeo es un deporte de resistencia mental, donde la disciplina y la conexión con su caballo son clave. “Tengo que concentrarme en mí mismo, en trabajar. Primero tienes que querer destacar, estar convencido. Si no tienes esa mentalidad ganadora, si te obligan, no lo lograrás. Tú y tu caballo deben tener esa mentalidad”, explica.
‘Yeguita’, su fiel compañera, ha sido parte fundamental en este camino, “la conexión con el caballo se crea con el tiempo. Hay que cuidarlo, estar al pendiente de todo: si le falta herrar, si ha comido bien, tratarlo bien. Es mutuo, y todo se va dando”, comparte con cariño.
A pesar de su fortaleza, reconoce que lo más difícil ha sido lo mental. “En nacionales, a veces la mente te traiciona, pero siempre me encomiendo a Dios para que todo salga bien”, confiesa.
Su fe es su mayor refugio, “gracias a Dios tengo lo que tengo, si no fuera por Él, nada sería posible. Han pasado muchos accidentes, a mí también, pero siempre me encomiendo a Él y tengo fe en que no me pasará nada grave”, afirma con convicción.
El vaquero y su destino
El sol comienza a ocultarse en la arena de La Campestre. Alejandro acaricia a ‘Yeguita’, su inseparable compañera, y respira profundo. En su mente, el eco de cada lazo, de cada carrera, de cada caída que lo ha hecho más fuerte.
Su mirada se pierde un momento en el horizonte, pero su voz es firme. “Mi sueño es competir en Las Vegas, en el máximo torneo mundial de rodeo.” No lo dice como un deseo. Lo dice como quien ya lo vio, como quien sabe que su destino está escrito entre el polvo y la gloria.
Pero Alejandro también sabe que en este deporte, como en la vida, la mente es el rival más difícil. “A veces, en los nacionales, la mente te traiciona… pero siempre me encomiendo a Dios. Sé que no me pasará nada grave, tengo fe en Él.” Fe es la palabra que sostiene su camino, la que le da fuerza cuando el cansancio pesa y la que lo levanta después de cada golpe.
Mira a su alrededor, a sus padres, a quienes le han dado todo. “Mis papás me inspiran y, sobre todo, Dios. Gracias a Él tengo lo que tengo. Sin Él, nada sería posible”, confiesa con humildad.
Los días seguirán llenos de entrenamiento, de polvo en la piel y de sueños en la mirada. Alejandro Anaya no es solo un vaquero más. Es un joven que ha domado el miedo, que ha abrazado el sacrificio y que ha decidido cabalgar hasta donde sus sueños lo lleven.
Alejandro Anaya no es sólo un vaquero talentoso, es el reflejo de lo que significa entregarse por completo a una pasión. Desde aquel niño de tres años que apenas entendía lo que era el rodeo hasta el joven que hoy sueña con Las Vegas, su historia ha sido un camino de sacrificios, derrotas que enseñan y victorias que confirman que está en el lugar correcto. Ha conocido el dolor de perder, la presión de la competencia y el peso de la exigencia mental, pero nada ha sido suficiente para hacerlo dudar. Porque Alejandro no eligió el rodeo solo por gusto, el rodeo es su vida.
Cada lazo, cada entrenamiento y cada cicatriz en su cuerpo cuentan la historia de un joven que no se conformó con soñar: decidió hacer de su sueño una realidad. Sabe que en este deporte no hay atajos, que la conexión con su caballo es tan importante como la destreza en la arena, y que la fe es el motor que lo mantiene firme. No busca reconocimiento ni gloria fácil, solo el derecho de cabalgar entre los mejores. Y llegará tan sencillo porque los verdaderos vaqueros no temen al camino largo ni a las caídas. Alejandro Anaya nació para esto y tarde o temprano, el mundo lo sabrá.
POR. DANIEL VÁZQUEZ
EXPRESÓ-LA RAZÓN