6 diciembre, 2025

6 diciembre, 2025

El hombre del poste, sin hambre 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Estuve en la esquina con mi yo. Quise decir que era yo cuando nadie pasó, quise decir que era yo cuando pasaron y nadie me vio. Nadie dijo: pobre vato démosle una corta para que compre algo, se nota que trae hambre. Neta no traigo hambre, sólo estoy elucubrando, ojalá trajese hambre pero desde niño no traigo. Pude perderme en las tripas pues más que comer lo mio son otras cosas. 

En realidad la gente que pasaba no dijo nada cuando estaba en la esquina, ya quisiera, la gente nunca dice nada. Las personas se volvieron mudas cuando vieron la ciudad gigantesca. Si pueden evitan el saludo, cuando antes bastaba un silbido, un «hey» desde el lomo de un caballo o sobre una jacka de acero. En cambio no dejan de pasar coches que un día fueron jalados por mulas, yo era muy niño mas, las he visto después en  fotos y en los museos. 

No sabría decir en relación a qué hacía ahí detenido en la esquina con su respectivo poste de luz y todo, pero eso no resta importancia al evento. El simple ser y estar, que es lo mismo, es un éxito. Es todo lo que quiero.

Ojalá llueva café, me dije, dicen que un día llovieron ranas. Qiuen sabe si sería cierto, a veces los recuerdos de niñez no son muy nítidos. Uno voltea la memoria de acuerdo a la edad y a como convenga. 

Debió ser un sábado como este con sol más que suficiente, lo cual menos me explica mi estancia en ese sitio. Nunca había reparado en el confort, pues he vivido en el sol. Ahora de grande me percaté lo bueno que es caminar por la sombrita. Lo cual por supuesto no cambia la existencia. 

Desde ahí observé el viejo vecindario con sus casas alegres, con la clásica música de corridos tumbados saliendo de las ventanas abiertas por el calor de 40 grados. En los patios quedan rastros de los niños que hubo, juguetes de plástico, carritos pequeños oxidados y en la barda un candidato de siglo pasado dejó ahí du nombre. 

Por lo demás suelo estar solo. Pasó una nube viajera rumbo al sur del planeta, junto a las avecillas se asomó la primavera que se aproxima. Los techos de las casas conservan la humedad de la lluvia fría. Abajo en un cuarto breve se baña una señora. 

Por la calle todos los días pasa una muchacha hablando por celular, pasa un hombre a prisa viendo el reloj, pasa un chavo con una Coca Cola de tres litros, pasó la chica inalcanzable del perfil restringido, pasó la de paletas Bon Ice, los vendedores de Chía, los agentes de la CIA y los de la KGB, y que no falte el señor vendiendo globos multicolores inundando el barrio de niños llorando. 

Escribo lo que vi más no recuerdo lo que pensé, ni conté a las personas pues además de no saber sus nombres todos se parecen, todos son José, Luis, Juan, Lucas y todos se apellidan Hernández, González, Martínez y García y escasos Guevara como se apellida este servidor. 

Alguien desde la contra esquina del cuadrilátero pudo haber visto otra lucha por la existencia, no sé, una pelea de perros, un árbitro sin partido, la soledad acumulada, un taller de soldadura, un árbol de moras que ahora que lo recuerdo ahí estaba. 

Estuve en la esquina ignoro cuánto tiempo. La gente cuida ese territorio y hubo aquellos que extrañados pasaban a cada rato a oler mis zapatos. Si vuelvo pueden preguntar qué hago, si lo vuelvo costumbre y hago zanja de ir y volver a la esquina pueda ser que me extrañen y me apoden el hombre del poste, sin hambre. 

Sin problema estoy seguro que lo dicho no fue exactamente lo que ocurrió mientras estuve en aquella esquina: son papeles en el aire, restos de madera que un accidente trajo hasta el rincón del depósito de cerveza.

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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