CIUDAD VICTORIA, TAM.- Todo empezó un lunes, cuando al regresar a casa tras concluir su jornada laboral, el Caminante abordó su motocicleta y enfiló rumbo al sur de la ciudad por el Eje Vial Lázaro Cárdenas.
Al circular en el tramo entre calle Berriozábal y Alberto Carrera Torres, se topó con el conocido escurrimiento de aguas negras con su inconfundible aroma a cagada, que, cuál deslumbrante río de heces, baña ese lugar tranquilamente.
Delante del vago reportero se desplazaba un coche de reciente modelo, raudo y veloz, sin embargo, está unidad frenó repentinamente; por fortuna, el Caminante le seguía a una distancia prudente y nunca hubo riesgo de colisión, es decir, de que quedara embarrado en la parte trasera del auto. De lo que no se pudo salvar, fue de recibir un buen baño de agua puerca en la cara, que lo hizo detenerse y enjuagarse los ojos con agua limpia. Pero lamentablemente el daño ya estaba hecho. Al día siguiente, una leve irritación empezó a manifestarse en su ojo izquierdo.
El Caminante, suele fabricar y reparar algunos triques y chácharas con soldadura eléctrica, y días anteriores a estos hechos, se la paso echando chispas a diestra y siniestra, por lo que la irritación escaló.
Hubo un momento, “entre dormido y despierto” que el escribidor se talló los ojos vigorosamente por la madrugada.
El miércoles por la mañana, el Caminante se hallaba en la fila de las tortillas “papando moscas” plácidamente, cuando un niño como de ocho años se le quedó mirando y señalando con índice de fuego, soltó la siguiente frase: “mira mamá tiene ojos de vampiro, rojos y brillosos, da miedo verdad” La mamá del observador muchachito solo atinó a decir “cállate Abrahamcito vámonos para la casa” mientras que el infante repetía contento “¡ojos de vampiro, ojos de vampiro!”.
Al regresar a casa con las tortillas, la esposa, domadora y propietaria del Caminante confirmó lo que el hueco mentado le había hecho saber: ambos tomates de los ojos estaban enrojecidos, pero el izquierdo presentaba un feo y grotesco derrame que hacía verlo aterrador. Rápidamente se fue a parar frente al espejo del baño y efecto; uno de sus ojos estaba invadido por una mancha de sangre.
Antes de entrar en pánico, el Caminante recordó cuando décadas antes en su ciudad natal, una epidemia de casos similares se desató en cada rincón de la urbe cañera. El médico confirmó el diagnóstico que el Caminante ya se esperaba: padecía de conjuntivitis. – Esa agua puerca debió ser el vector por el qué estás así.
– ¿Así es como se contagia uno Doc? – Pues depende hay varias causas: alergias, de tipo bacteriana, viral o hasta por una basurita que te haya caído en el ojo. Por ejemplo, en estos días que ha ‘venteado’ mucho y así como está de seco porque no ha llovido, la caca de los perros se seca y se vuelve un polvito muy fino, que al soplar el viento nos la terminamos aspirando o de plano tragando.
– ¡Guácala! Osea que andamos tragando caca de perro cada que se viene ‘el norte’? – Solo cuando hay sequía o ausencia de lluvias. Pero no te preocupes, eso tiene remedio y si sigues mis instrucciones sanarás pronto – le reconfortaba el galeno. – Oiga Doc, pero el derrame se ve muy feo, y abarca medio ojo, ¿usted cree que se pueda complicar? – preguntó el Caminante medio atemorizado. – ¡Nombre no te preocupes! Pero lo que sí te recomiendo, es que no te toques los ojos ni te los rasques y de preferencia uses anteojos.
– ¿Entonces es contagioso? – Si, y no creo que quieras dejar tu rastro por toda la oficina… – No me diga eso Doc, si contagio a mis compañeros me moriría de la pena – O te morirías de los zapes que te darían por haber llevado la conjuntivitis al trabajo, ¿En tu chamba hay posibilidad de laborar de manera remota …como home office? – preguntó el médico. – Pues sí, mis patrones son muy comprensivos con ese tema, especialmente si es por motivos de salud.
– Excelente, pues más vale que pongas distancia de una vez, o ya sabes a lo que te expones, o, mejor dicho, a lo que expones a tus compañeros de oficina. Te vas a poner dos gotas de estas cada ocho horas y tres de estás otras cada tres horas, todo por ocho días – ¿Cada tres horas? Úchala, pues voy a tener que poner alarmas por la noche.
– Pues ni modo, pero tienes que ponértelas religiosamente, ¡Ah y aunque a los tres o cuatro días te sientas mejor y el derrame o la irritación desaparezcan, sigue poniéndote las gotas, porque está cosa desaparece totalmente hasta los quince días, así que aplícate el medicamento completo ¡y trata de no contagiar a nadie eh! El Caminante compró su medicamento y llegando a su casa empezó a aplicárselo. Ojalá mejore pronto. Demasiada pata de perro por esta semana.
POR JORGE ZAMORA