CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- A los cuatro años, el victorense Alejandro Valdez Vargas pisó por primera vez una cancha. Apenas entendía las reglas del juego, pero dentro de él ya latía una certeza: quería ser futbolista, y desde entonces estaba claro que no se iba a detener para conseguirlo.
El fútbol no llegó a su vida por casualidad ya que su padre veía partidos en la televisión, y él, pequeño, los miraba a su lado con admiración. No tardó en decirse: “Un día, yo quiero estar ahí”. Y cuando en el CENDI UAT le ofrecieron la oportunidad de jugar, no lo dudó. Dio el primer paso hacia su destino.
Su historia comenzó en el CENDI UAT, pasó por la Academia Rayados Victoria y en el 2020 encontró un nuevo reto en Reyna FC. Cada paso en su camino tenía un propósito, cada entrenamiento era un eslabón más en su sueño, “fueron momentos muy bonitos donde aprendí y disfruté”.
Creció viendo a Messi, maravillándose con sus gambetas imposibles. Y mientras soñaba con ser como él, su propio camino comenzaba a escribirse. A los cinco años jugó su primer estatal, un recuerdo borroso por su corta edad, pero marcado por algo imborrable, esa experiencia que todos viven en un torneo de esa magnitud.
Empezó como delantero y le tocó ser campeón goleador en varios torneos. Pero versatilidad lo llevó a jugar en todas las posiciones, incluso como portero, como si el fútbol en su totalidad quisiera pasar por sus pies, “me tocó jugar en partidos difíciles, no me gustaba jugar de todo, extremos, contención, lateral”, aseguró.
Pero el fútbol no fue su único reto. También probó suerte en el atletismo y, como en todo lo que se propone, destacó. Se coronó campeón estatal, demostrando que su talento y disciplina van más allá del balón. Sin embargo, su corazón siempre perteneció al fútbol.
SU PASO A FUERZAS BÁSICAS
Los sueños grandes requieren decisiones grandes. Cuando un amigo le comentó sobre unas visorias, sintió el llamado. Convenció a su padre para que lo llevara. Pasó el primer filtro en Victoria, luego el estatal y, finalmente, Pachuca lo llamó. El 27 de enero de 2023, su vida cambió para siempre.
LO QUE PUDO EVITAR EL SUEÑO
Meses antes de esas visorias, una tragedia estuvo a punto de cambiar su destino. En un Nacional en Poza Rica, Alejandro sufrió una lesión que puso en pausa su camino. Se quebró el radio del brazo. El dolor físico era solo una parte del problema. Estaba lejos de casa, en un momento crucial de su desarrollo como futbolista, y la incertidumbre pesaba sobre él y su familia.
“Sí fue un momento difícil, pero gracias a Dios mi padre siempre estuvo ahí en ese torneo, en el hospital, y pues tocó recuperarme. Me operaron y no jugué por medio año.”
Seis meses sin tocar el balón. Seis meses donde la paciencia y la resiliencia fueron su único partido. Pudo haber sido el final, pero él decidió que solo sería un obstáculo más en su camino.
Cuando llegó el momento de las visorias, no había espacio para dudas ni miedos. Ya había pasado por lo peor. Y con esa convicción, enfrentó cada filtro hasta que su nombre quedó en la lista de los elegidos para Pachuca.
“Fue un camino muy largo porque pasamos por filtros de la zona, después ya se hizo el filtro estatal, había mucho nivel, buenos jugadores. Me tocó ser aceptado, pero seguía lo más difícil que era el filtro nacional”, destacó.
Eran más de 100 niños, todos con el mismo deseo, con el mismo talento, con la misma hambre. Había que destacar, encontrar la manera de que el balón hablara con él.
“Esos momentos son difíciles, la verdad, porque somos muchos, nos toca jugar poco, así que cuando nos toca debemos aprovechar, yo lo hice”, comentó.
Fue difícil, pero cuando recibió la noticia de que se quedaba, una oleada de alegría lo invadió. Todo su esfuerzo, todo su sacrificio, cobraba sentido, “simplemente fue alegría, todo había valido la pena”, puntualizó el victorense.
DÍAS DIFÍCILES
Decir que sí fue fácil, pero dejar su hogar, no tanto. Desde el primer momento su familia lo apoyó, pero la decisión pesaba, sobre todo en las noches sin ellos, los días de escuela y entrenamiento sin el abrazo de siempre, los primeros días de soledad, fue imposible no llorar.
“Yo pensé en dejar el sueño, porque tenía 12 años, a veces me preguntaba que estaba haciendo allá. En los días entrenas, vas a la escuela, pero en la noche es cuando te invade todo, pero yo sabía que ese era mi sueño”, expresó.
Pronto llegaron las recompensas, pues rápido en su primer torneo con Pachuca, llegó a la final y no sólo la jugó, la ganó, “sin duda se la dedico a mi familia, ellos siempre me apoyaron”.
Si puede decir que lo soñó, lo trabajó, pero jamás imaginó que llegaría tan rápido, ya son dos años, un título y un subcampeonato y a veces a él aún no le cae el veinte, “a veces pienso y no me imaginaba jugar contra América, Pumas, contra los hijos de Zague, del Doctor García, contra muchos jugadores de gran nivel”, dijo.
SUEÑA CON DEBUTAR Y ESTAR EN EUROPA
El sueño no termina ahí. Alejandro ve hacia adelante con la misma claridad con la que veía los partidos junto a su padre. Quiere vestir la camiseta de la Selección Mexicana, debutar en primera división y jugar en Europa. Y cada día, en cada entrenamiento, da un paso más hacia esa meta.
“Trabajo, entrenó y me esfuerzo, gracias a Dios me va bien, me toca ser titular en la mayoría de los partidos, incluso capitán, suelo con llegar a la Selección Mexicana Juvenil, después debutar, y pelear por la mayor, sueño en grande y me gustaría jugar en Barcelona”.
Y es que, algo es claro para Alejandro, soñar no cuesta nada, soñar motiva, soñar es el primer paso para llegar, “hay que trabajar, motivarse, soñarlo y lucharlo, todo es posible”.
EL SUEÑO DEL FUTBOL Y EL DEPORTE EN SU ESTUDIO
Más allá de soñar con debutar y todo lo mencionado, Alejandro también tiene un gusto por la escuela,m; actualmente cursa el segundo grado de secundaria y mantiene un promedio de nueve.
“Sé que es importante, debo estudiar porque no todo escuela futbol. Me gustaría seguir ligado siempre al futbol y me gustaría ser preparador físico, o algo de deporte”, confiesa.
SU FAMILIA SU MOTOR
Alejandro tiene claro que su familia es y será siempre su motor, pues ellos siempre han estado para él desde que inició en el deporte, nunca recibió una negativa.
“Siempre les agradeceré, les digo que los quiero mucho, quiero disfrutar grandes momentos con ellos y siempre va dedicado a ellos”, finalizó.
Alejandro Valdez Vargas ha aprendido, a sus 14 años, que el fútbol se juega con los pies y también se juega con la mente cuando la presión es abrumadora, con el corazón cuando el cansancio intenta rendirte, y con el alma cuando las lágrimas se convierten en gasolina para seguir adelante.
Cada golpe, cada caída, cada noche en la que la soledad pesaba más que la emoción de estar en Pachuca, lo ha forjado. No fue fácil dejar su casa, su familia, sus amigos., despedirse de la comodidad de su vida para enfrentar un mundo donde el margen de error es mínimo y donde cientos de niños luchan por el mismo sueño.
Hoy, cuando pisa la cancha, no es solamente un niño jugando, es la versión más fuerte de aquel pequeño que veía los partidos junto a su padre, soñando con estar ahí. Es el Alejandro que superó una lesión que pudo alejarlo de este destino. Es el Alejandro que lloró las primeras noches lejos de su hogar, pero que se secó las lágrimas y decidió convertir la nostalgia en motivación.
Sueña con la Selección Mexicana, con jugar en Europa, con ser el próximo Rafa Márquez o Edson Álvarez y conociendo su determinación, lo logrará.
El fútbol, como la vida, es un juego de resistencia. Y Alejandro Valdez Vargas ya demostró que está listo para jugar hasta el final con esa gallardía y talento que trae en la sangre.
Por Daniel Vázquez
Expreso-La Razón