Los sectores más importantes para el desarrollo de un país y el bienestar de sus habitantes son la agricultura y la industria. La debilidad de ambas nos coloca en riesgo.
Es importante la agricultura y habría sido excelente que en el sexenio anterior se hubiera cumplido la promesa de conseguir la autosuficiencia alimentaria de México. Ahora nos preocupa más que hace unos años cuando nuestros dirigentes nos predicaban, siguiendo la ideología neoliberal que la seguridad alimentaria de un país depende simplemente de contar con dinero para comprar los alimentos en el mercado internacional.
Podíamos estar tranquilos confiando en que nuestra seguridad alimentaria dependía del suministro de cereales proveniente de Estados Unidos. En ese sentido presionaba cada vez más el vecino del norte y aquí se aceptaron las reglas del juego aunque se simuló que iríamos en otra dirección. Lo que como chiste se expresa en aquello de poner en las direccionales del carro la intermitente del lado izquierdo para dar vuelta a la derecha.
Hoy en día sabemos que confiar en Estados Unidos es confiar en Trump, y eso da escalofríos. Un día son los migrantes y el fentanilo, otro son los jitomates o la entrega de agua en la frontera; para conflicto con México amenaza con aranceles. Sería un error creer que por su personalidad impredecible se trata de un mero capricho. Más tarde o más temprano le pegará fuerte a la joya de la globalización a la mexicana: la exportación de automóviles y autopartes con alta integración de insumos asiáticos.
Lo veleidoso y arbitrario de Trump es motivo para creerle. Tiene 4 años por delante en los que destruirá la industria automovilística, que no me animo a llamar mexicana, pero que al fin de cuentas es fuente de divisas… para comprarle a China insumos y mercancías de consumo.
México, una de las economías más globalizadas del planeta, mucho más que Estados Unidos, Canadá o China, es sumamente vulnerable. Hemos caído en el absurdo de que el consumo básico de la población es importado sea de Estados Unidos o de China: alimentos, zapatos, vestimenta.
Cuando llegue el inevitable golpe a las exportaciones industriales más importantes entraremos en insuficiencia de divisas y el dólar se encarecerá. Estaremos, a querer o no, en una transición critica. De momento parece imperar la calma, tanto el peso como las acciones en la bolsa de valores han subido de precio.
El contraste es evidente. En Estados Unidos el efecto Trump ha hecho caer los precios de las acciones, las pérdidas para los inversionistas financieros ascienden a billones de dólares. Trump dice que en las próximas navidades escasearán los juguetes y las niñas en vez de treinta muñecas deberán conformarse con solo dos, que serán algo más caras. Este y otros acaramelados mensajes del magnate, sumados a que en unos meses, o semanas, habrá anaqueles vacíos en los centros comerciales, han creado miedo en la población impulsando compras de pánico.
Aquí vemos los toros desde la barrera; parece un problema ajeno. Pero preguntémonos; porque se aprecia el peso y sube la bolsa de valores. No será que ante el desastre norteamericano algunos están repatriando inversiones financieras que tenían en Estados Unidos? Parece la hipótesis más probable.
Huir del peligro trayendo dólares, convirtiéndolos a pesos y metiéndolos a la bolsa, nos crea de este lado una apariencia de que vamos viento en popa. Pero es una inversión especulativa que como llega podrá irse en cualquier momento; sobre todo porque no hay condiciones para la inversión productiva en México. Y no las hay sobre todo por dos razones; una es que no es atractivo producir para el mercado interno en un contexto de dólar barato y mercado abierto a las importaciones básicas. Iría en contra de la estrategia económica neoliberal que aun tiene conquistadas las mentes y corazones de los que toman decisiones.
Aún se pone el empeño en una industria de salto tecnológico, sin raíces. Aeronáutica, carritos eléctricos, manufactura tecnológicamente avanzada donde la mayor demanda no se encuentra en México. Una industria que tiene que importar tuercas y tornillos de China. Una industria muy costosa que exprimió al resto de la economía; exigió de la agricultura producir sin rentabilidad; se comió los ingresos del petróleo cuando los había y al mismo tiempo evitó pagar impuestos; redujo el salario mínimo a la cuarta parte de su capacidad de compra; endeudó al país desnacionalizando la banca y el aparato productivo. Y ahora ese modelo industrial importado, especialista en exportar dándole la espalda al mercado interno, está en crisis.
Necesitamos otro modelo de industrial. Una que crezca de abajo hacia arriba, desde lo sencillo a lo complicado, que integre a millones a la producción, lo cual es el mejor modelo educativo práctico y que produzca para nosotros. Para la mayoría, no solo para los que pueden acceder al modelo de consumo de la clase media norteamericana.
Si, hay que substituir importaciones. Empezando por las fáciles; para las que ya existen unidades de producción que fortalecer, o recuperar de los escombros de nuestra globalización fracasada. Trump atacará por el lado de la demanda, pero no se destruirá el aparato productivo; el que quede sin posibilidad de exportar deberá ser reajustado y reorientado al mercado interno.
Reajustar y levantar la producción histórica es técnicamente sencillo; el asunto complicado es generarles demanda. Hay que encaminar la demanda en la dirección correcta. Las transferencias sociales en tarjeta electrónica reorientaron la demanda hacia Walmart; hay que hacer que operen en una nueva dirección, la del mercado popular, la de las cadenas productivas enraizadas en el campo y la micro y pequeña industrial para el consumo popular.
Que todos sepan que urge prepararse frente al peligro. Que haya un gobierno que se ponga al frente para, en primer lugar, exigir la participación solidaria de los más ricos. Que México ya no sea un paraíso fiscal de los enormemente ricos.