6 mayo, 2025

6 mayo, 2025

Los fantasmas de la esquina rosada

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA 

En la esquina hubo una tienda con su publicidad de láminas de Coca cola, leche, huevo, como en toda esquina que se precise, luego fue tortillería con su cola por supuesto, taller mecánico automotriz, sastrería, lavandería, refaccionaria, casa habitación y finalmente llegaron los de una cadena comercial y abrieron el negocio día y noche los 365 días. Con «promos» de caguamas. 

En la equina se cayó una prima y yo me enterré un vidrio, en franca compensación, creo yo, años después me encontré 200 pesos y no le dije a nadie hasta que me los gasté. Me dijeron que esta era la esquina buscada, esquina rosa, pero ahora es verde, antes fue guinda si le raspas, puede que salga el blanco original. Aquí vive la que fue leal y otra que no lo fue, entre el rumor de un millón de carros. 

Puedo ver la esquina urbana con los ojos cerrados. La esquina se desborda, está a punto de resbalar con una cáscara de plátano. Al doblarla, surgen voces inaudibles. El follaje de los sonidos se esconde debajo de los carros.

Cada esquina carga su cruz, cada una su poste, cada poste absorbe la sombra que le disuelve la mitad del día. Habia una hormiga haciéndose la wey todo el día y días después, como ocurre siempre, nadie como en la Conasupo supo de ella. La historia es muy corta si la dibujas como historieta.

Agazapado en la orilla, sobre la banqueta de sillares, con la bandera argentina Borges escribe El hombre de la esquina rosada. Es la esquina principio y final de la mesa donde comen muchos, donde juega el último revote de ping pong. Por aquí han pasado todos los desfiles y formados de último momento pasan los señores de a caballo con un refresco.

Los ruidos más leves, ligeros como el viento eligen las esquinas, aquí acaparan oídos traídos de los cuatro puntos cardinales. Una calle tiene nombre de superhéroe mexicano, la otra de norte a sur lleva un número 9, como un centro delantero. 

Desde la esquina veo venir un borracho dibujando » ochos» en el suelo, más atrás, por donde está la Casa Verde que podría ser la memoria de Vargas Llosa, llegan Pantaleón y las visitadora, creo. Al fondo del paisaje veo borroso, han de ser los fantasmas de la Ceguera del Portugués Saramago, o mi falsa memoria lista para escribirse. 

Al paso las maquinas Caterpilar escribieron el pavimento, pronto se llenó de coches viejos y nuevos modelos, la modernidad trajo en carro a los que andaban a pata y no se hablan que yo sepa. De repente llegaron los de casco amarillo e instalaron un foco mercurial que iluminó la esquina. 

Hubo peleas de perros con méritos suficientes para ser transmitidas por las redes sociales que pelearan por ello. No fue así. El silencio en cambio transitó por la vida del árbol de 20 años y la lluvia escasa de ese Mayo. En seguida cortaron la transmisión, se fue la luz y comencé a recordar todo lo escrito bajo el agua.

Por ahí andan las fotos de un accidente en esa esquina, las palabras en defensa del responsable y un agente de tránsito calculó para los medios los daños materiales. De milagro nadie salió herido, dijo un vato que vio el choque desde el principio antes de que llegaran los familiares de uno y otro bando a contradecirse. 

La historia de la esquina está llena de novios, líos amorosos y de soldados caídos de la secundaria que está a media cuadra. Época en que los árboles se llenaron de corazones y de frases de dos que dicen amarse al cien por ciento. Y no sé si sea cierto. 

Imagino ahora que la esquina es un puente futurista. Bajo el arco navegan las casas de renta, los pequeños cuartos de los estudiantes, los hombres que impermeabilizan a 40 grados. Abajo del arco pasa el sol, las memorias de niños corriendo todo el tiempo tras el tiempo. 

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA 

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