La forma de hacer política ha cambiado en todo el país, o al menos esa fue una de las principales causas que abanderó el presidente Andrés Manuel López Obrador. Su cuarta transformación además de tener sus bases en el estado de Bienestar que apoya a los sectores mas vulnerables de la población, también rompió con los prototipos que por años se mantuvieron muy bien descritos en un manual de Carreño.
Durante todo el trayecto del Estado Mexicano moderno que inició tras el maximato, el modelo ideal de político mexicano perduró casi intacto hasta la llegada al poder de AMLO en 2018. Hombre, católico, casado, con hijos y proveniente de los estratos altos de la población.
Fue la fabricación perfecta para terminar con los afanes del poder que se intentaron dar desde la milicia del México posrevolucionario y que mantuvo a raya a la derecha mexicana que reprobaba muchas de las prácticas populistas del tricolor más por un fin corporativista que de justicia social.
La relación con el clero, durante décadas considerada como primordial tenía que seguir las reglas del feligrés perfecto y respetuoso del sacramento que al final nutría a la ultraderecha empresarial, como a la regiomontana.
Cada uno de los sexenios mexicanos desde entonces fue regido bajo el mismo principio, que se consolidó por el descontento que generó en la cúpula del poder el movimiento de contracultura que se alejaba del modelo ideal para controlar a todo un país, y a su población.
La llegada de Andrés Manuel, pese a su militancia de izquierda y lo amplio de su visión y proyecto político de nación, el modelo encajó en el mismo molde.
La figura de la presidenta Claudia Sheimbaum Pardo al contrario rompe con todos los prototipos de la política tradicionalista mexicana, e incluso de la mundial.
Su formación académica, activismo, trayectoria, perfil e incluso su equipo de trabajo rompen con cualquier esquema y no es sólo un reflejo de cómo ha cambiado la población, el perfil demográfico del mexicano y su concepción que ya se encuentra muy lejos del arquetipo jurásico.
Y es una clase política y burocracia especializada cuya influencia y formación data desde la llegada de la izquierda al poder y la consolidación del obradorismo como bastión político de su movimiento.
Y si sus perfiles personales rompen con todo convencionalismo social, su formación académica supera incluso al tecnicismo que presumió la tecnocracia prianista encargada de implementar el modelo neoliberal.
La nueva izquierda mexicana adoptó la misma expertiz y además se especializo en la implementación de políticas púbicas de alto impacto social. El obradorismo capitalino comprendió que los problemas se resolvían a gran escala, bajo el principio obradorista “por el bien de todos”.
Y también se adaptó a las nuevas realidades de los nuevos mexicanos cuya identidad de criollos y mestizos la superó en tres décadas los movimientos migratorios que millones de mexicanos han realizado entre México y Estados Unidos.
En lugar de acoplarse a la narrativa persecutoria del calderonismo, estudio el problema de la inseguridad y la delincuencia desde sus orígenes. El caso ejemplar se ha dado con la reducción en los índices de violencia en toda la Zona Metropolitana del Altiplano Mexicano.
Ahora que llegan al poder sin los intermediarios a los que tuvo que recurrir el ex presidente Andrés Manuel López Obrador, enfrentan la realidad mexicana que en cada una de sus regiones es muy peculiar y distintas ahora a su prototipo de política (no de político) que han aplicado en la Ciudad de México.
Sumado a la fuerza que conservan los grupos obradoristas que ‘haiga sido como haiga sido’ acumularon poder y capitales que aún les da mucho margen de maniobra pese a los obstáculos que se van sumando principalmente desde la Casa Blanca.
La evolución de la oposición del partidismo al personalismo representa una amenaza principalmente en lo hiperlocal que poco a poco podría concentrar y fortalecer a las derechas.
Cabeza de Vaca, Ricardo Salinas Pliego, el ‘Pollo’ Gallardo entre otras figuras más que pueden emerger desde los grupos opositores alimentados por una ‘mafia del poder’ que en cualquier momento despertará de su hibernación.
Además de la asimilada por la misma 4T.
La necesidad de abrir más espacios a nuevos perfiles que ya imperan entre la población es un antídoto posmoderno que puede frenar los afanes autoritarios de grupos de poder que aún defienden el prototipo de siempre, y con esteroides, como parte de los tiempos convulsos del mundo en la era Trump.
La evolución en el perfil del político mexicano es una respuesta natural para evitar dogmas que intentan frenar el avance en los derechos civiles.
En Tamaulipas, el estereotipo de político se ha mantenido intacto y la próxima elección a la gubernatura cambiarían por completo los perfiles de la política.
Y garantizaría, al menos desde el estado, que no revivan grupos políticos y económicos acostumbrados a los golpismos como remedios autoritarios.
POR PEDRO ALFONSO GARCÍA RODRÍGUEZ
@pedroalfonso88