“Lamento que nosotros, como pueblo libre, hayamos decidido libremente vivir en un mundo en donde reina la posverdad”.
Esta frase forma parte de un artículo publicado por el dramaturgo Steve Tesich en la revista The Nation, en el que reflexionaba sobre la guerra del Golfo Pérsico, y la manera en que se instalaron narrativas cuestionables, incluso falsas, en la opinión pública.
Se trata, según los especialistas, de la primera vez que se utilizó el concepto posverdad en una publicación.
Muchos años después, el concepto cobró auge ante dos hechos notorios que revolucionaron la manera de estudiar el comportamiento político de las sociedades: el primer triunfo de Trump en Estados Unidos, y el Brexit en Gran Bretaña.
Los especialistas coinciden en que en ambos casos la ciudadanía votante se dejó llevar ya no solo por la histórica manipulación mediática, sino ahora por noticias abiertamente falsas.
Así definen la posverdad: “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales”.
El filósofo británico A.C. Grayling, intenso promotor de la permanencia de Reino Unido en la Unión Europea, contraria al Brexit, reflexionó sobre la derrota de su causa: «Todo es relativo. Se inventan historias todo el tiempo, ya no existe la verdad. Se puede ver cómo esto decantó directamente en la posverdad».
El filólogo Darío Villanueva agrega: “las aseveraciones dejan de basarse en hechos objetivos, para apelar a las emociones, creencias o deseos del público”.
Alguna relación tiene con otro concepto estudiado en el mundo de los medios de comunicación: el de la noticia deseada, descrito así por el periodista y filósofo Miguel Wiñazki: “Vivimos bajo el imperio de la noticia deseada. Aquella en la que la opinión pública quiere creer… el montaje de la noticia no es un proceso gestado solo por los medios que la emiten, sino también por las audiencias que la desean”.
Todo esto cobra relevancia una vez más en este momento de la vida pública nacional y la agenda noticiosa relacionada con Tamaulipas.
Desde hace semanas, quizás un poco más, la discusión gira en torno a la andanada política, policiaca y judicial que se lanza desde Estados Unidos hasta México.
Hay algunos hechos concretos que los medios hemos consignado.
Sobran ejemplos de la tensión que se ha generado en la relación bilateral desde la llegada de Trump, evidente en la guerra de aranceles, y más recientemente en las intención de gravar las remesas que envían los paisanos a sus entidades.
En lo judicial, el allanamiento de una empresa instalada en el Valle de Texas, dedicada al contrabando de combustible y la detención de sus accionistas -una familia avencidada en Utah- confirmó que el gobierno de Estados Unidos ha puesto la mira en esta actividad ilegal, conocida en México como huachicoleo.
Más recientemente, apenas esta semana, conocimos que a la gobernadora de Baja California y a su esposo les revocaron la visa para cruzar la frontera, algo que al parecer hacían con mucha frecuencia.
Hasta ahí los hechos. De esta serie de acontecimientos, surgieron un sinnúmero de versiones no confirmadas por ninguna autoridad, e incluso algunas desmentidas, como la revocación de la visa al gobernador de Tamaulipas, Américo Villarreal Anaya, cuya fuente original fue una cuenta anónima de X.
Relacionada con ello, otra “noticia” que ha ocupado amplio espacio en la agenda de los medios nacionales es la llamada “lista de Marco”, una supuesta relación de políticos nacionales señalados por la Secretaría de Estado, que estarían bajo investigación de Estados Unidos.
Periodistas bien enterados de lo que ocurre en los entresijos de Washington, ya han advertido que la famosa lista no existe.
Es decir, se trataría de un invento producido en México para influir en la narrativa política nacional.
Posverdad pura y dura. Lamentablemente efectiva.
POR MIGUEL DOMÍNGUEZ FLORES