CIUDAD VICTORIA, TAM.- Con el corazón apretado pero lleno de gratitud, José Alfonso Flores Hernández —a quien todos conocen como Don Poncho— recuerda la batalla más difícil de su vida: la lucha por la salud de su hija Emily Kataleya.
Don Poncho es originario de Matamoros, Tamaulipas, pero desde 2021 reside en Ciudad Victoria, donde junto a su esposa, Rebeca Hernández Hernández, y sus hijos Valentín, Alexander, Josué e Israel, levantó un pequeño negocio de ropa urbana llamado Don Pon-Shop, en la calle Maestros número 195, colonia Gutiérrez de Lara.
Pero su verdadera lucha comenzó hace cuatro años, cuando su pequeña Emily, de apenas 2 años y 10 meses, dejó de caminar de un día para otro. “Fue algo muy sorpresivo. En Matamoros le diagnosticaron Guillain-Barré y nos dijeron que con tratamiento podría recuperar la movilidad”, recuerda Don Poncho.
Sin embargo, Emily no mejoraba. Entre estudios, tratamientos y noches sin dormir, la familia tuvo que dejarlo todo y trasladarse a Ciudad Victoria para realizarle estudios más complejos. “Llegamos sin conocer a nadie. Pensamos que estaríamos una semana, pero llevamos ya cuatro años aquí”, dice con voz entrecortada.
Emily se convirtió en el motor de la familia. “Ella era la niña de mis ojos, mi maestra. Me enseñó a valorar cada día y a sonreír en medio del dolor. Siempre me decía: ‘Papá, vamos a cantar’ y entonábamos alabanzas en la habitación del hospital”.
A lo largo de dos años de tratamiento, Don Poncho y Rebeca se turnaron para estar con Emily en el hospital y cuidar a sus otros hijos. “Yo trabajaba como podía. Me subía a los micros a rapear con una bocinita, iba a taquerías, donde me dieran chance de cantar para juntar lo necesario. A veces me llevaba a mis hijos conmigo. Mientras rapeaba, ellos se quedaban sentados viéndome”, cuenta.
El cansancio, el hambre y las noches interminables fueron parte del precio que pagó este padre guerrero. “No dormía bien, pero lo único que me daba fuerzas era ver a mi niña siempre sonriendo. Nunca dejó de pelear”, relata con la voz temblorosa.
La lucha no era solo contra la enfermedad. Era contra la incertidumbre, el desarraigo y la necesidad de mantener a flote a toda la familia. “Cada semana nos rapábamos los tres —Valentín, Alexander y yo— para que Emily nos viera igual que ella”, dice con una pequeña sonrisa.
Cuando le pregunto si Emily perdió la batalla, me responde con firmeza: “No perdió. Ella ganó. Porque siempre quería ganar en todo. Jugando, subiendo las escaleras. Siempre ganaba. Y ganó esta vez también, porque ella ya está con Dios. Y como persona de fe, eso es lo que más anhelamos”.
En su testimonio, Don Poncho nos recuerda que el verdadero papel de un padre es ser fuerza en la tormenta, sostén en la batalla y luz en medio de la oscuridad.
Para este Día del Padre, Don Poncho no se siente un héroe. Se siente bendecido. “Dios nos dio la fortaleza para enfrentar esto. Emily nos dejó una gran lección: cada día es un milagro”.
Con el corazón lleno de fe y gratitud, Don Poncho sigue luchando por sus hijos y por honrar la memoria de su guerrera. Porque, como él mismo lo dice: “Aquí nadie perdió. Todos ganamos”.
Por Raúl López García
Expreso-La Razón