Los primeros meses de la presidencia de Claudia Sheinbaum han dejado claro que en materia de seguridad estamos viendo un cambio de fondo, no solo de forma. La llamada estrategia de “abrazos, no balazos”, que fue marca de la casa durante el sexenio de Andrés Manuel López Obrador, ha quedado atrás. Hoy el sello es otro: inteligencia, operativos contundentes y cooperación internacional sin subordinación.
Los resultados iniciales son innegables: decomisos, arrestos, aseguramientos y una disminución de homicidios que superan significativamente los registros de los primeros meses del sexenio anterior. En este cambio de rumbo destaca el papel de Omar García Harfuch, arquitecto de la estrategia en Ciudad de México y ahora responsable nacional de seguridad. Su presencia es quizás el mayor acierto del nuevo gobierno en esta materia.
Pero el verdadero punto de quiebre lo marca la crisis política en torno al escándalo Hernán Bermúdez Requena, el exsecretario de Seguridad de Tabasco en el gobierno de Adán Augusto López. Bermúdez no es cualquier personaje: apodado el «Comandante H», está señalado como líder de «La Barredora», una célula del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en Tabasco, implicada en huachicol, extorsión, secuestro y asesinatos. Lo más grave: fue nombrado y respaldado por Adán Augusto cuando era gobernador, a pesar de advertencias y señalamientos documentados desde entonces.
Hoy Bermúdez es prófugo, con orden de aprehensión y ficha roja de Interpol. Su historial es tan escandaloso como emblemático de las prácticas de gobiernos locales en los últimos años: permitir —cuando no alentar— la infiltración del crimen en estructuras de seguridad pública.
Ante esta situación, la presidenta Sheinbaum ha marcado distancia de manera decidida. Exigió públicamente a Adán Augusto “dar la cara” y explicar estos hechos. Su mensaje fue inequívoco: “no vamos a proteger a nadie”. Una frase que, más que una declaración coyuntural, parece delinear un giro estructural: la presidenta quiere ser percibida como alguien dispuesta a romper con las redes de protección del pasado.
En este contexto, no puede pasarse por alto el papel de Estados Unidos. La presión de Washington, ahora bajo Donald Trump, es constante: combatir frontalmente al CJNG y a cualquier estructura que permita la operación de los cárteles. Aunque la Casa Blanca no ha intervenido directamente en el caso Bermúdez, su sombra es visible. Las extradiciones y los resultados tangibles en decomisos y detenciones apuntan a un gobierno mexicano mucho más alineado con las exigencias estadounidenses.
Y aquí surge una hipótesis inevitable: ¿estamos viendo el inicio de una “purga” política donde figuras como Adán Augusto López dejarán de ser intocables? La exigencia de Sheinbaum no es solo un llamado a rendir cuentas: es un distanciamiento político de su antecesor, una muestra de autonomía, pero también una respuesta a las crecientes presiones externas.
Sin embargo, cabe preguntarse si esto será suficiente. ¿Le bastará a Trump la cabeza de Hernán Bermúdez o buscará más? El caso Bermúdez no es solo un escándalo local; es la oportunidad para Estados Unidos de exigir responsabilidades más amplias y para la presidenta Sheinbaum de demostrar que está dispuesta a limpiar las redes heredadas.
El episodio es, en el fondo, un reflejo de la transición política que vive el país: pasar de un modelo que toleraba zonas de impunidad a uno que promete imponer orden y legalidad, aunque a costa de tensiones internas y con creciente peso de la agenda de seguridad binacional.
La diferencia en resultados de los primeros meses del sexenio frente al de López Obrador confirma que el país necesitaba esta corrección de rumbo. Pero también muestra que la seguridad no solo se mide en cifras: es, sobre todo, un terreno donde se define la verdadera capacidad de un gobierno para marcar su autonomía y autoridad moral.
Claudia Sheinbaum ha decidido que su gobierno no será cómplice de los excesos del pasado. La pregunta es si esto es solo el principio y hasta dónde está dispuesta a llegar en el deslinde.
Porque quizá entregar a Hernán Bermúdez no sea suficiente para Trump… ni para México.
POR. FRANCISCO DE ASÍS




