—¡Se van a mataaaaar! ¡Háblenle a la patrulla! —gritó Conchis, una vecina alarmada por una pelea entre habitantes de su colonia. Como muy frecuentemente solía pasar, una fiestecita se había convertido en borrachera por la madrugada y posteriormente en riña a trancazos.
Lo preocupante de esta ocasión era que ambos gladiadores alcoholizados portaban armas blancas y era muy posible que uno de los dos resultara gravemente herido.
Fue don Nico quien se apresuró a hacer la llamada al 911 para alertar a las autoridades de la situación. Sin embargo, por alguna desconocida razón la llamada no entraba o se cortaba a los pocos segundos de hacerla.
Dos, tres, cuatro intentos y nada: nunca se pudo concretar el llamado de auxilio.
Afortunadamente, aquel zipi zape se pudo resolver de la manera más sencilla, es decir, a chingadazos: ambos peleadores soltaron sus brillosos filos y se agarraron a trompadas a mano limpia. Está de sobra decir que la policía ni siquiera se enteró del hecho, ¿y cómo, si no hubo manera de poderles avisar?
Meses después, a dos colonias de distancia (aproximadamente a 32 baches al sur), otro hecho de riesgo ocurría nuevamente por la madrugada.
Heliodoro (Helio para los cuates) estaba discutiendo acaloradamente con su señora. La pareja peleaba por algo relacionado con un crédito de Coppel que no se pagó y de las palabras pasaron a los golpes: el pleito escaló y escaló hasta que se empezaron a cachetear en la acera.
Doña Malena, madre de la mujer que iba perdiendo el round, notó que la cosa se estaba poniendo “color de hormiga” y decidió llamar al 911 para que las autoridades intervinieran. Esta vez la llamada sí se pudo concretar, y Doña Malena se apresuró a explicarle a la operadora la situación.
Pero la voz que le contestó parecía mucho más interesada en identificar a la persona que hacía la llamada. Con voz firme, la operadora le exigía darle su nombre y domicilio y confirmar que ese número del cual llamaba era el propio.
La mujer se empezó a desesperar pues con toda la preguntadera no la dejaba explicar que a su hija la estaban agarrando de piñata en la banqueta de su casa. Como no le quedó más que ceder, Doña Malena le dio santo y seña de su calle y número de casa, así como otras calles colindantes, edad y quién sabe qué tanto más.
Ya que la demandante curiosidad de la operadora quedó satisfecha, procedió a tomar nota de lo sucedido. Al final la voz en el teléfono solo atinó a decir: “Vamos a pasar el reporte” y la llamada se cortó.
Y nuevamente, la patrulla brilló por su ausencia. Solo hubo una persona, que suele salir de su casa a las cinco de la mañana, quien asegura que la policía sí se presentó, pero tres horas después.
—Si vinieron, ya como a las cuatro y media, pero pues ya solo llegaron “a barrer el confeti” —decía Pancho, vecino del sector. Al menos esta vez la situación no pasó a mayores.
Relatos como este ha escuchado el Caminante a lo largo de los años, historias de cómo el número de emergencias es prácticamente una tomada de pelo, pues como dicen las operadoras, ellas solo se encargan de poner el reporte, pero tristemente eso no es garantía de que la situación será atendida por las autoridades.
Lo mismo suele suceder con el 072, número de servicios públicos para reportar una luminaria que no funciona. Y qué decir del 071: hace un tiempo el Caminante observó cómo, en una calle al oriente de la ciudad, una línea de alta tensión echaba chispas e intentó reportarlo a la CFE. Llamó a ese número y tras elegir la opción de denunciar una situación de peligro, una voz muy amable le respondió:
—¿Puede darme su número de contrato, por favor? —le solicitó la operadora.
—Oiga, pero no me sé ese número —respondió el Caminante.
—Ah, muy fácil, vaya a su medidor y ahí dice el número.
—Señorita, pero no estoy en mi domicilio, voy pasando por una calle y vi los cables echando chispas y lumbre.
—Es que alguien se tiene que hacer responsable de este reporte, busque a un vecino y pídale su número de medidor —dijo la voz un tanto impaciente.
Desanimado, el Caminante desistió de reportar el incidente.
Y lo mismo sucede con la página de “Denuncia Anónima”: hay que llenar un montón de campos para reportar situaciones de riesgo o de interés público… que finalmente casi nunca atienden.
Ojalá las autoridades se pongan las pilas y se logre una mejor eficiencia en estos temas, o de lo contrario, el ciudadano de a pie seguirá indefenso e irremediablemente fregado. Demasiada pata de perro por esta semana.
JORGE ZAMORA
EXPRESO-LA RAZÓN




