5 diciembre, 2025

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Marcio: El arte de aprender y resistir

EL FARO/FRANCISCO DE ASÍS

“El caso está complicado, Marcio —le dijo el abogado con gesto sombrío—, el trabajador tiene testigos. Ya no es solo su palabra contra la de él, sino contra la de otros. Y la demanda es por dos millones de pesos.”

Marcio, sin alterarse, abrió un cajón del escritorio y sacó un legajo de hojas. Se lo entregó con calma. El abogado lo revisó y encontró allí las declaraciones firmadas de los testigos, reconociendo que el demandante había insultado a su supervisor el día de los hechos. Aquello contradecía por completo la nueva versión presentada.

—De todos modos, no va a estar fácil, ingeniero —advirtió el abogado.
—Pues ni modo —respondió Marcio con serenidad—, vamos a ver en qué topa.
En la audiencia, el abogado mostró los documentos y recordó a los testigos que mentir bajo juramento podía llevarlos a la cárcel. Se retractaron de inmediato. La juez falló a favor del demandado. El abogado sonrió; Marcio, en cambio, se mantuvo tranquilo. Había sido un proceso de dos años, resuelto gracias a la estrategia y la calma que él mantuvo desde el inicio.

Ese temple, forjado en años de aprendizajes, es parte de la esencia de Marcio Romero Lara. Un hombre que, cada viernes, comparte anécdotas con los amigos del “desayuno del viernes”. Moreno, de estatura media, con el estómago como testimonio de su gusto por la buena mesa. Observador, escucha antes de hablar; y cuando lo hace, sus palabras llevan la autoridad de la experiencia vivida.

Nació en Tlacotalpan, Veracruz en 1952, y creció en un ambiente donde las visitas de Agustín Lara eran un acontecimiento, de quien dice ser sobrino nieto. De niño, junto a otros del barrio, ayudaba a limpiar la casa donde se recibiría al músico. Entre tertulias y platillos, aprendió que la vida es cultura, música y convivencia.

Su camino tomó rumbo cuando su padrino le mostró una convocatoria para la Armada de México. Aceptó el reto y, durante más de un año, se preparó con disciplina: guías de estudio, aclaraciones constantes, refuerzo en matemáticas en una escuela de comercio. Cuando llegó el momento, superó con éxito pruebas físicas, psicológicas y académicas, quedando entre los mejores.

En la Armada, la consigna era clara: seguir aprendiendo. Durante su carrera obtuvo dos títulos profesionales: Ingeniero Mecánico Naval e Ingeniero Geógrafo. Conoció casi todos los puertos de la República Mexicana y recorrió Sudamérica: Perú, Chile, Brasil… Este último le dejó un recuerdo imborrable. Poco después del Mundial de 1970, cuando la selección brasileña ganó el campeonato, y México fue su anfitrión, los brasileños recibían a los marinos mexicanos como a familia. En los restaurantes, las cuentas aparecían pagadas por desconocidos; en cada puerto, había sonrisas, abrazos y un “gracias” que no necesitaba traducción. Ese apapacho le confirmó que el respeto y la hospitalidad trascienden fronteras.

A los 26 años, navegando entre Cozumel y Banco Chinchorro, vivió una de sus pruebas más duras. Como segundo oficial de cubierta, divisó un ciclón que nadie les había advertido. Dirigió junto a su tripulación la maniobra para llegar a puerto y asegurar la nave justo antes de que el meteoro golpeara. La lección fue clara: en crisis, conocimiento y serenidad son salvavidas.

Dejó la vida naval para incorporarse al sector privado en Tampico. En una ocasión, su jefe le pidió la renuncia para ceder su puesto a un compadre. Marcio no perdió el control: aceptó, pero con condiciones, y una carta de recomendación. Esa firmeza le permitió seguir adelante, incluso cuando enfrentó trabas para reemplearse.

Más tarde, montó un taller mecánico y luego cofundó una empresa que fabricaba piezas para el corredor industrial Tampico-Altamira, sustituyendo costosas importaciones. El éxito fue rotundo, y fue su administrador. Se aprendió de memoria la Ley de Sociedades Mercantiles. la Ley Federal del Trabajo y muchas otras para tomar decisiones certeras. Cuando la sociedad se desintegro por envidias, mantuvo activo su taller hasta hoy, a sus 72 años, que lo dirige con dinamismo.

En el desayuno cuenta cuando un banco bloqueó su cuenta sin razón. “El director de zona entró furioso —recuerda— y le gritó al gerente que la liberara de inmediato, porque si no, se irían juntos a la cárcel. En ese momento, el bloqueo desapareció.” Fiel a su carácter, cerró esa cuenta.

Su vida es la de un hombre que nunca dejó de aprender: desde los libros de estudio hasta las leyes mercantiles; desde la navegación en mar abierto hasta la estrategia legal en un tribunal. Cada experiencia fue una lección, cada lección, una herramienta.

Quizá, sin decirlo, su padrino siempre lo supo. Entendió que aquel niño, del que tenía una gran responsabilidad por ser su ahijado, no necesitaba que lo aislaran para protegerlo de los problemas en la vida; lo que necesitaba era tener el bagaje necesario para enfrentarlos.

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