CIUDAD VICTORIA, TAM.- La vida de Noelia Rincón, de 50 años, cambió de manera drástica hace nueve años, cuando le detectaron insuficiencia renal crónica.
Desde entonces, su rutina gira en torno a hospitales, estudios, medicamentos y sesiones de hemodiálisis, tratamientos que apenas le permiten seguir en pie.
Pero la enfermedad no llegó sola: hace apenas cuatro meses, su hija de 25 años también fue diagnosticada con el mismo padecimiento, duplicando la carga emocional y económica de esta familia originaria del ejido Santa Juana, municipio de Padilla.
“Yo me dializo y también mi hija. Todos los días estamos en el hospital, es muy difícil porque no hay dinero para todo. Hace poco tuve que comprar un catéter de 13 mil pesos y ahora me piden un examen de 5 mil.
Ya no sé de dónde sacar”, relató con la voz entrecortada.
Noelia sobrevive con el apoyo de su esposo, quien trabaja en el ejido con un salario insuficiente para cubrir los gastos médicos.
Antes, ella intentaba sostenerse con pequeños trabajos en el centro de Ciudad Victoria, pero la enfermedad le ha hinchado el rostro y limitado sus fuerzas, cerrándole toda posibilidad de empleo.
“No me gusta molestar a la gente, pero ya no puedo. Ojalá alguien me diera trabajo aunque fueran dos o tres horas, para no depender solo de pedir ayuda. La verdad es que a veces no tenemos ni para el agua o la comida”, expresó con tristeza.
El diagnóstico de su hija, apenas en sus 20 años, la mantiene con el corazón en vilo.
Cada semana requieren alrededor de 4 mil pesos para medicamentos y estudios que el sistema de salud no les proporciona, entre ellos la eritropoyetina, indispensable para el tratamiento.
“A mi hija le duele mucho la columna, los huesos, y es muy joven para estar pasando por todo esto. Yo quisiera darle otra vida, pero no puedo”, confiesa la madre mientras espera en los pasillos del hospital.
Actualmente, ambas se encuentran en el albergue Villas de Amor, desde donde se trasladan cada mañana al Hospital Regional de Alta Especialidad de Ciudad Victoria para recibir atención.
Ahí permanecen prácticamente todo el día, de seis de la mañana a seis de la tarde.
Noelia comparte que incluso un hermano suyo también padece insuficiencia renal, lo que multiplica el dolor en la familia.
“Ya no sé cómo ayudar a mi hija ni a mi hermano, pero confío en que la gente buena siempre aparece”, dijo con un hilo de esperanza.
“Lo que más queremos es vivir. Yo no quiero que mi hija pase lo mismo que yo, quiero verla feliz, que tenga fuerzas para salir adelante.
Por eso pido apoyo, aunque sea poquito, porque poquito a poquito también se sale adelante”, concluyó Noelia.
Por Raúl López García
EXPRESO-LA RAZON




