6 diciembre, 2025

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Un sitio para quejarse de los premios Nobel

Crónicas de la calle / Rigoberto Hernández

El pensamiento es nuestro dialecto personal. Los libros detienen las paredes, abren las puertas y las olvidan, en cambio en plena calle surge un extraño algo que cambia el mundo, un pensamiento roto que acaba con la estirpe, una guerra crue y pensada.

Es pensamiento, lo que no vemos, cosa extraña, aparatito invisible y rebelde, minúsculos gramos del reloj antes de tiempo, pasado meridiano, atrás del sol, donde se mueve la sombra, el reflejo de la casa, en el patio, por dondequiera, el pensamiento se dirige al otro lado del planeta en su nave retórica. .

Uno es pensamiento como es partícula que se mira, la que se oculta, por si mueres, por si acaban de salir o entran las ideas locas.

En la delgadez de un destello de hilo de telaraña, ciprés pequeño es la nada, en el sublime recuerdo, uno es a la vez memoria.

El pensamiento es inexplicable, ¿por qué mejor no esto y lo otro?, ¿por qué mejor no memoria guardada?, y luego sobre una mesa dejadas las manos que salga, que comience el retomar las manos, que vea de reojo la calle, la paloma que pasa. Un pensamiento loco.

El pensamiento ignorado en un parte, en una parvada de agua, el pensamiento rústico que duerme mientras callas, relamido en los bigotes, como un pasatiempo que cuenta una historia que no acaba. Un pensamiento termina mal si nadie escucha una palabra.

Una sola es la idea, pero alrededor marchan las palabras de otra tarea idea inconclusa, el exitoso rompe vientos que brota al fin de cuentas su decadencia. Y recomienza.

El pensamiento recrea las palabras para que no se abstengan, para ponerlas ante la mirada de otras palabras, destinadas a que se hablen entre ellas.

El pensamiento es momento injusto, repentino y manifiesto, involuntario en el espacio abierto del frente de batalla, ese no saber nada y lo que no lo invento, el viejo pensamiento.

Pienso, luego muero. Por el centro de un espacio, en las medias palabras, mucho antes de una frase sale el loco pensamiento que se va por otra calle, si es que algo son, nadie lo alcanza, es un silencio, casi un sentimiento que crece en la hierba de las miradas.

Pienso, luego pienso. La vida es pensamiento rústico, un requiebro para despotricar en un texto, luego escribo.

En lo alto de una hora, el ciclo de los días pertrechos en el cuerpo, en la cabizbaja concesión de Borges, de la academia sueca deplorada por el premio nobel, la cicuta de los manifiestos encontrados es un vuelo muy lejos.

La hora de los libros biológicos atraídos en los espejos es el pensamiento. Mucho del Faulkner, de Machado, de la superstición francesa de Valery, como quien muere antes y luego, muchos años después de que recibe el sueño. Los libros deberían tener eso de hijos, una suerte de cabello un espacio para el fuego, para el hielo para el futuro. Un sitio para quejarse de los premios Nobel.

Más que la obra, el estilo de pensar es prosa rumiante en la boca, en los mismos abrevaderos salados de un puente que conduce al infierno. Pensar es un trago de aceite, un revoltijo de días y calles, de instantes inciertos, restos de comida, grumos de pan,

Las calles son migajas, pedazos idos, viejos y nuevo recuerdos en el enigma. Más el pensamiento es poco y uno cree que es muchoy no es lejos, sino al alcance de la mano. No hay nada más. Una gallina cacaraquea el momento del paisaje, un hombre descuelga el cuadro de la existencia. Las palabras se fueron de a poco. Un ser anónimo apaga el ruido y se va para siempre.

La colecta de las letras despierta el complejo andar, y el vivir, más que vida, es pensamiento. El pensamiento deja dicho todo en un espacio pequeño, un grupo de neuronas, una confabulación del ocio, del demiurgo pensándose.

HASTA PRONTO

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