8 diciembre, 2025

8 diciembre, 2025

El mercado que regula ruinas

RETÓRICA / MARIO FLORES PEDRAZA

En junio de 2025, el IFT impuso la sanción más alta de su historia: 1 782 millones de pesos a Telcel, por prácticas monopólicas que acaparaban el canal de distribución de tarjetas SIM en Oxxo y similares. Acto seguido, el IFT fue desmantelado: sus funciones pasarán a manos de la nueva Agencia de Transformación Digital y Telecomunicaciones (ATDT), un órgano con poder concentrado y menos autonomía.

Esto no es solo una zancadilla democrática; es un insulto filosófico. La competencia ya no es un bien público, sino una mercancía frágil. El mercado regulador deja de ser un árbitro para convertirse en un mártir, sacrificado en el altar del “nuevo orden eficiente”.

Mientras tanto, en el sector energético, la reforma impulsada por el gobierno de Sheinbaum busca expandir la capacidad renovable a 45 % del mix eléctrico para 2030, reservando apenas 46 % para generadores privados, pero dejando el control definitivo en manos del Estado y la CFE. A la par, Cox, la firma española, adquiere activos por 4 200 millones de dólares y planea invertir más de 10 700 millones en energía limpia y agua, con el aval oficial.

¿Es esto regulación que fortalece el interés común o fomento de clientelismo ideológico? El mercado regulador se despliega, entonces, como un instrumento doble: una palanca estatal que da y quita, que abre y cierra, según la conveniencia política. Lo público y lo privado ya no dialogan; se enfrentan en un ring desigual, mientras el ciudadano paga la entrada.

El mercado, ese ente que se precia de autorregularse, ha demostrado que no existe sin un árbitro que ostente poder y legitimidad. Cuando el regulador autónomo es desmontado o atado, los actores dominantes asoman los colmillos sin frenos. Usted y yo no somos consumidores libres; somos peones en un tablero donde el árbitro se ha retirado del juego o juega para uno de los bandos.

Como advertía Byung‑Chul Han, el fracaso ya no es del sistema, sino del individuo que no se adapta. Hoy, ese sistema ha cerrado filas: quien no abraza la narrativa oficial, está fuera del juego. La competencia, tan solo un escenario ficticio.

El mercado regulador se desploma: se extingue su capacidad de protección, se relega el interés público y se expone el rol político tras la fachada técnica. Si no recuperamos su legitimidad —su autonomía, su ética, su función de freno al poder económico—, el mercado terminará regulándonos, sin alma y sin límite.

Así, hoy más que nunca, importa rescatar ese espacio crítico. No para idealizar la regulación, sino para exigirla con rigor: sin rendirnos al mito, sin abogar por la tecnocracia vacía, sin temer enfrentar a los que, disfrazados de eficiencia, concentran poder. Como reclamaba Aristóteles, se trata de pensar lo común, no de obedecer a las sombras.

POR MARIO FLORES PEDRAZA

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