8 diciembre, 2025

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La herida de San Fernando

CATALEJOS / MIGUEL DOMÍNGUEZ

En el verano del 2010 ya era un secreto a voces lo que ocurría en San Fernando.
Meses antes había detonado la guerra interna entre dos facciones criminales, y ese municipio era el epicentro de la barbarie.
Por eso, cuando el 23 de agosto por la tarde empezaron a llegar a las redacciones las primeras versiones de un hallazgo macabro en la bodega de un rancho, nadie lo descartó.
La matanza de decenas de migrantes era una historia verosímil.
Lo que quizás no dimensionamos -absortos por el horror diario de la violencia- fue el impacto que, a la larga, significó aquella noticia para un país que apenas se familiarizaba con los terrores de la violencia.
Y con sus términos: “levantón”, “narcofosa”, “topón”, formaban parte del vocabulario narco que en esta región del país invadía todas las conversaciones y después, desafortunadamente, los titulares de los medios de comunicación.
Fue una temporada de horror: poco antes, en junio, había sido asesinado el candidato Rodolfo Torre Cantú, que derivó en un tsunami político para Tamaulipas.
El sistema priísta empezó a resquebrajarse.
Después, ya en abril del 2011, vino la segunda masacre, igual o más pavorosa que la primera, y que confirmó otro rumor que circulaba con insistencia: que aquel punto geográfico estaba sembrado de entierros clandestinos. Y que quienes yacían en esas fosas eran pasajeros de autobuses que -igual que los migrantes del año anterior- habían intentado ser reclutados como criminales.
Tamaulipas, y San Fernando en particular, se convirtieron en la capital de la violencia, un estigma que hasta la fecha carga la entidad, y que rebasa a los indicadores positivo de seguridad.
A 15 años de aquellos crímenes, vale la pena apelar a la memoria histórica y a la reflexión.
Suena a lugar común, pero en este caso es cierto. Los pueblos que olvidan sus tragedias están condenados a repetirlas, y la masacre de 2010 es un recordatorio de cómo la indiferencia institucional y la descomposición social pueden desembocar en horrores colectivos. Para no ir tan atrás en el tiempo, basta recordar que la condición de vulnerabilidad para la población migrante persiste en su camino desde Sudamérica y Centroamérica, hasta su paso a los Estados Unidos.
San Fernando fue un punto de inflexión en la historia de la violencia en México y ojalá también lo sea para la memoria colectiva del país.
Corresponde mirar lo ocurrido con una lupa crítica, cuestionar los silencios, exigir explicaciones y atender los pendientes de verdad y reparación. Sólo con una revisión honesta de los hechos es posible desmontar las estructuras de impunidad que permitieron la barbarie.

POR MIGUEL DOMÍNGUEZ

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