En la relación entre arte y técnica, un día cualquiera se crea la gran obra. Nunca se sabe a qué hora , quién, en cuál vetusto cuarto, el ser aniquilará el tedio y construirá la gran obra de su vida con sus manos de concreto. Quizás nunca.
El arte puro es un trozo de trascendencia, un varo legitimo y es colocado a la suerte del profundo universo de lo que antes no existía. El mundo patea en principio al mejor de los artistas, al que rompe esquemas, sin embargo ese ser desagradable y desconocido, con el tiempo se vuelve único icono, vestigio, documento del glorioso pasado.
En cambio si usted se conecta a la gran red Internet- esa mitad de la vida en que se convierte el mundo cuando nos conectamos- comenzará el juego. Termina uno por dormir ya tarde y haciendo lo que otro usuario desea en algún sitio de Dinamarca, perdiendo el juego, crudo y todavía hablando mal del mundo.
La creatividad con sus influencias naturales es un edificio atravesando los ojos como un barco. Una obra de arte empodera al artista que ignora su destino dramático. El arte desarrolla una tempestad sobre el lienzo, hay gente corriendo por la calle, en cuadernos muy viejos dejó de escribirse la reseña, hoy es un texto que contesta a un vínculo. Llueve y las manos de artista contienen la técnica, se escucha un ruido extraño, una luz entra al cuarto. Un hombre entra cantando el número de likes.
La técnica aún conserva la falta de barrio, su ingenuidad en los grandes y anquilosados cuadros del renacimiento. La técnica aburre el espacio del arte, incluso lo agrede, por eso los grandes artistas dejan escurrir la tinta y luego hacen como que no vieron. Entonces el arte es libre y entra la banda y una que otra leperada con el permiso de nadie.
La técnica que un día abrió paso al algoritmo de los grandes maestros hoy es un recurso pocas veces visible en las redes. La calidad viaja a miles de kilómetros por hora a través de la net. Y se vuelve lejana nostalgia. El planeta une los algoritmos de todas las pinturas y obtiene un Guernica de Pablo Picasso en el museo de arte de nueva York.
Algoritmo es todo aquello que impone una condición para la existencia, para la credibilidad y la difusión casi espontánea con sus iguales en ese momento, con sus contactos, con los conectados entre Pekin y Cuajimalpa.
El Algoritmo plantea tendencia, seguimiento, borregos, aplaudidores en un teatro vacío, mientras atrás el camión es conducido por Platón en un sueño platónico.
El arte en lo general tiene un nuevo tipo de espectador en la inmensa red Internet. Atrás están los gigantescos consorcios que venden el aire en millones de dólares. La facilidad con que el dedo desliza una pantalla sobre otra, crea una gama de especulaciones y preferencias controlables.
El algoritmo de la inteligencia artificial, que hoy vive entre nosotros, es el experimento de Pablov, el sueño de Sísifo, la caverna de Platón. Las obras de arte pasan de un lado a otro con deslizar el dedo sobre una pantalla mientras se guisa un huevo revuelto. Y la pantalla comienza a dar resultados, el mundo ya no es el nuestro. recorres la ventana y todo sigue ahí, el carretón de Pancho amarrado a un poste, el gato negro, una joven pasando por el texto transparente. Al menos eso crees, y qué bueno.
En los museos las obras de arte, intocables, conservan el aura de su origen. La mona lisa sonríe al pasar de la gente, sin algoritmo, ni influencias se rie de si misma como quien sabe que salió muy bien librada en el retrato que le hicieron mientras buscaba algo, no sé qué, entre los espectadores .
En la realidad la atención es única a la hora de voltear un huevo sin que se rompa la llema, no importa el clima, ni las noticias del fin del mundo, chinguese usted una caguama a ver si no se le olvida el algoritmo y al rato anda cantado la letra en otra tonada.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA




