Hay hogares donde el silencio no es armonía y paz, es miedo disfrazado de reclamo y frustración, lugares donde la indiferencia y los gritos se ahogan en paredes, en las miradas ausentes, en palabras que nunca se dicen.
El hogar, tu casa, el núcleo se quiebra cuando algún tipo de violencia lo invade, cuando el amor se transforma en control, en amenazas, insultos, golpes, o la misma indiferencia de no ver que algo no acaba de ajustarse, y es allí cuando no queda refugio, se pierde lo íntimo, y en lugar de abrazos se abre una herida permanente.
En Tamaulipas hay cifras escalofriantes, aunque los índices sean menores que en otras partes del país: según (ENDIREH) 2021, 7.9% mayores de 15 años reportaron haber sufrido algún tipo de violencia de esa cifra 5.9 fue violencia psicológica y el 57.8% fue dentro de su hogar.
El 99.9% de los casos de violencia familiar quedan impunes ocupando uno de lugares más altos a nivel nacional y es el delito más denunciado pues tan sólo durante el 2024 se registraron 6,300 carpetas de investigación encabezando las cifras de la tragedia Ciudad Victoria, Reynosa y Matamoros.
Este año, lejos de disminuir, va en ascenso, y durante el semestre de enero-junio se denunciaron 2,200 casos en el estado, Reynosa con más de 900 expedientes y, la zona sur, sólo en el mes de abril alcanzó un nivel histórico de denuncias.
Las cifras hablan con angustia, crudeza y preocupación pero detrás de cada dígito sumado hay un rostro, una niña o un niño, una mujer, una herida, una vida fracturada.
La ley se amplía y reforma de manera constante para intentar responder al incremento de denuncias, a nivel nacional existe la Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, que ya reconoce la violencia vicaria como delito que castiga a quienes utilizan a los hijos como armas emocionales, una práctica frecuente en familias fracturadas que coloca a la cónyuge en un estado de estrés, cansancio físico y desgaste emocional que agrava la crisis del núcleo familiar.
En Tamaulipas, en marzo de este año, se promulgo la Ley para Prevenir, Atender, Sancionar y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, que implementa medidas para evitar que la violencia ocurra mediante la sensibilización y la educación, creacion de apoyo y servicios especializados para la víctima con apoyo psicológico y médico.
Lamentablemente no hay reformas, ley nueva y centros de atención que alcancen cuando las medidas cautelares se ignoran, cuando las denuncias quedan encarpetadas en un archivo y cuando hay muchas víctimas en espera de justicia. Es cierto, la legislación ha avanzado mucho en el tema, desgraciadamente la violencia camina más rápido.
Es imperante que el cambio se dé en las aulas, urgen programas de educación emocional que enseñen a las niñas y niños a identificar el respeto, a reconocer signos de violencia, a saber que el amor no debe doler.
La prevención debe ser parte del aprendizaje diario, así como lo es leer y escribir, los maestros deben contar con herramientas para acompañar, detectar, sostener a un menor en momentos de crisis, y la escuelas deben convertirse en espacios seguros donde la primera señal de alarma no sea ignorada.
El dolor de un núcleo familiar quebrado es una herida que no cierra y permanece abierta para siempre, la mujer que soñó con construir un hogar hoy se encuentra atrapada en un ciclo de agresiones que afectan su autoestima, su tranquilidad y su paz.
Los hijos crecen en un ambiente de indiferencia, de golpes y gritos que aprenden a normalizar lo inaceptable, y lo peor, cargan con traumas y heridas de la infancia por el resto de su vida, y qué son heredadas generacionalmente, porque no se trata solo de una fractura en el presente, es un dolor heredado, transmitido como un patrón de generación en generación.
Para combatir la violencia familiar se requiere una acción inmediata no sólo estadísticas, una nota roja y reformas jurídicas; se necesitan refugios accesibles, instituciones que respondan con implacable rapidez y mesura, campañas que no sólo queden en un ´discursillo´ que dé votos y sobre todo que las víctimas no se queden calladas.
Es necesario proteger a la víctimas de manera real, sacarlas del círculo de dependencia de violencia, brindarles apoyo psicológico para devolverles su dignidad y su seguridad y sobre todo, que el agresor no quede impune, sin dilaciones y excusas.




