5 diciembre, 2025

5 diciembre, 2025

La noche y una docena de tamales 

CRÓNICAS DE LA CALLE/ RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Si soy. El mismo que usted ve salir de casa. En mi mejor versión según yo. Bañado y peinado el pelao. Botas o botines. No tan picudas como antes. Camisa normal. Pantalón de mezclilla. «Salga ya señor», gritan por dentro quienes vigilan y llevan cuenta.

Salgo y la calle luce vacía en apariencia. No importa, podría bailar bajo la lluvia en medio de la calle a toda esta gente que trata de ver mi rostro para descubrir un dato, un misterioso algo que los haga comprender a dónde voy. Lo cual no tiene la menor importancia, reflexiono en lo que preparo un cigarro de hoja y lo enciendo.

Comienza a anochecer y el ambiente es cálido a pesar de la lluvia. Escribí esto también hace muchos años. La calle era la misma y olía a tamales. Lo sé todo, sé quién los vende y a cómo venden la docena. Crucé la calle pensando en Ia inmortalidad del cangrejo y su significado. Las luces alcanzaron la máxima intencidad y de las casas salía el alcanfor de la palabra de ausencia, un resentimiento amargo, una movida una carcajada detonando la noche.

Por mis pasos en huaraches, adentro los más viejos saben que soy el hijo de don Macario, «salgan, que traigo con qué quererlos». Nadie sale, como que ya se la saben. En mi mejor versión apenas doy cuenta de las cuadras y del cuaderno en que regresé a escribir esto.

Por lo demás soy mi propia percepción, escogí el sonido lejano de una gran avenida oscureciendo. Una aventura de la ciudad que adquiere ciudadanía y sale a las calles. La película comienza conforme se adentra uno al centro, en dos cuadras ya ubiqué el camino viejo. Cada camino es una aventura, cada aventura es un tiempo enbka tierra, un turno pasando muy campante por nuestras costillas.

De vez en cuando ne animo y corro un poco. Me da la sensación de que adelanto el destino aunque viéndolo de esa manera no sirve para nada. A la velocidad que usted guste, lo he comprobado, la vida es la misma. Es la misma hora. Soy el viaje y lo transmito en vivo desde mi casa. Soy el partido y no hay cambios en el equipo local en el minuto 99, si el árbitro no pita hay que traer al ministerio público.

Toda la vida la llevo en mis manos, sé que cuento conmigo a la hora de los chingazos. No se ve que haya peligro, pero un hombre que se precisa dará cuenta desde que estuvo en la primaria que siempre hay que andar al tiro. Después de un cachetadón lleva uno la derecha más arriba. Los golpes de todas maneras entran.

A veces ignoro lo que soy o más bien pierdo la noción de la existencia. Puedo mover el brazo inútilmente y que eso sea lindo di se hace en una tarima y se transmite en directo. Puedo echarme una marometa completa y perfecta y que nadie mas la haya visto en Ia banqueta.

Soy el viaje del pedazo de papel que rueda por el suelo. Un día no volveré, pero por mientras en distintas etapas doy la mejor versión. He salido raspado, perdí un volado, resbalé, me extravié, me traicionaron los tlaxcaltecas, descubrí el agua caliente, tuve suerte como quiera, nací, reí, lloré, fui, me quedé, corrí, volé, crucé el océano, soy el viaje que me trajo las manos que dibujan a las personas tranquilas.

Soy el mismo y al parecer estoy a punto de llegar. No falta el olor de la cena que escapa de los hogares, la hilera de lomitos con rumbo a sus casas, las luces de la nostalgia mirando las nopaleras. La noche crece con su silencio intermitente. Hay un ruido, un sonido inmenso que no entiendo. Ni siquiera he salido de casa. Por eso caigo gordo.

Estoy durmiendo, estoy leyendo… y escribo esto.

HASTA PRONTO

Por. Rigoberto Hernández Guevara

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