5 diciembre, 2025

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El humo que encantaba a las mujeres 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

El humo del cigarro vio pasar a Agustín Lara, con su ropa holgada pues lo que ocurre es que fue un hombre muy flaco y fumaba mucho, no obstante tenía el estilo clásico y puntual que encantaba a las mujeres. 

Es uno de esos casos extraordinarios en el mundo, si consideramos que el «flaco de oro», siendo no muy agraciado físicamente, estuvo casado con María Félix, actriz y miss México. Aunque todos andaban así de cornúpedas pues Agustín Lara sólo fue uno de tantos en el espléndido corazón de la «Doña», quien por cierto también se echaba su tabaco con la debida habilidad cinematográfica. La Doña era diva los 365 días.

El tabaco ha estado en las bocas más caras y espectaculares del mundo. Su silueta hace años – hoy esta prohibido en algunos países- protagonizaba  anuncios espectaculares a la entrada de las ciudades. El hombre Marlboro era el emblema masculino de los tipos rudos y urbanos que fumaban echando talacha abajo de un tráiler. 

En el contexto mundial Winston Churchill aparece con un puro en la boca. El cigarro da un toque señorial en este caso. Churchill después saldría a la calle a derrotar a los Nazis. Y regresó corriendo a la oficina para escribir » Nunca te rindas, nunca, nunca». Churchill fue uno de esos monstruos señoriales, de los buenos y malbados, a veces necesarios para seguir escribiendo libros. 

Otro fumador empedernido que vimos cantar en cadena nacional por televisión, con un cigarro en Ia mano, fue Alberto Vázquez. Cantante de bolero romántico que hacía las delicias de «Siempre en Domingo» con Raúl Velasco, en la época del Rock mexicano o en español que terminó siendo pop muy ingenuo. 

En la añorada época cuando se podía fumar en todas partes, los sitios como los cines que lo prohibían, eran blanco de burdas maniobras para burlar la vigilancia, fumar mientras la sala cinematográfica sosobraba en la niebla. 

De pronto había enstancias, salas, casas, hoteles completos cuyo propietario era el tabaco que daba la bienvenida desde la recepción. Están muy tranquilos en el barrio, en Ia fila de las tortillas cuando de pronto, quien menos esperan, saca de la bolsa un tabaco y lo enciende para envidia de los lectores. Y nadie dijo nada. El suelo era un tapis para las 8 de la mañana en que amanecía. Y no quería amanecer. 

Nadie recuerda la cara del primer ser humano que cogió un taviro y después le puso nombre. Con los siglos se le denominó cigarro, pero en el argot le dicen taviro, tabaco, pitillo, cáncer, bacha, según el barrio. 

Hay fumadores que se ven mejor con el cigarro que sin él. Cuando no están fumando nadie los reconoce. Llegada la hora el fumador empedernido es capaz de dar todo a cambio de un cigarro en medio de una guerra o en un callejón oscuro cualquiera. 

Aún quedan muchos fumadores que ahora se sienten espiados. Fumadores reprimidos e ignorados en los patios por familias completas. Los fumadores deberían juntarse y formar un sindicato para contener las enmiendas antitabaco que ya rebasa el acoso y llega a ser una especie de daño moral al triste sujeto que lo único que desea con todo su corazón a punto del colapso es un cigarro. 

Al tabaco lo buscan más que a uno. Los fumadores no toleran largas jornadas sin aspirar el aire del tabaco ni después de un taco. Afuera de oficinas, escuelas, salones de clases, patios, en ventanas que dan a una ventanilla y a veces a la nada, un hombre fuma. Si usted se asoma, o si me asomo yo, un sujeto va a prender un cigarro, en la esquina el sujeto que espera se chinga un tabaco. Atrás de una barda, hay un bato flaco, medio cansado, cantando la siguiente melodia dedicada para todos los radioescuchas «acuérdate de Acapulco de aquellas noches, María bonita, María del alma». Y nadie se acuerda. 

HASTA PRONTO 
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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